Ya saben ustedes que en octubre se anuncian los ganadores de los Premios Nobel. Aunque ya existen muchos otros premios, y algunos de ellos con dotaciones económicas muy superiores, en el subconsciente de todos el Nobel sigue siendo ese premio mítico que reconoce cada año a las personas que han llevado a cabo investigaciones que han dado lugar a descubrimientos o contribuciones notables para la humanidad. Los premios comenzaron a entregarse en 1901 y desde entonces los laureados constituyen el olimpo intelectual de la humanidad. Más allá del estipendio dinerario asociado, el prestigio que conlleva el premio hace que cada octubre haya varios cientos de personas en todo el mundo que tengan los teléfonos a mano esperando esa ansiada llamada desde Estocolmo para anunciarles que son ellos los elegidos.
Para los países, sus Premios Nobel son un motivo de orgullo y una demostración de su poderío. La relación de los Premios Nobel con España constituye una completa rareza. Solo don Santiago Ramón y Cajal obtuvo este galardón en 1906. Desde entonces, llevamos más de un siglo sin que ningún español trabajando en España haya conseguido el premio en las categorías científicas. Esta enorme anomalía debería sacarnos los colores como país, aunque parece pasarnos normalmente inadvertida.
No sucede lo mismo con observadores imparciales y externos. En un vídeo que circula por internet, Neil deGrasse Tyson, un conocido científico y divulgador norteamericano, aborda esta situación. ¿Cómo es posible que el país que lideró la exploración del nuevo mundo solo tenga un Premio Nobel y mi instituto de bachillerato en el Bronx tenga diez entre sus exalumnos?, se pregunta. Continúa con una llamada de atención que merecería al menos alguna reflexión: ¿dónde está el espíritu de búsqueda y aventura de esa gran nación que es España?
Yo estoy convencido que nuestro espíritu de búsqueda y exploración sigue intacto. Y que solo necesitamos crear y mantener un caldo de cultivo favorable que los haga florecer. No pierdo la esperanza.
Más allá del caso de España, muchos de los detalles que se conocen de los premiados son auténticas lecciones de vida. Es el caso del Nobel de Física de 2018 que recayó en tres científicos que realizaron importantes contribuciones utilizando la luz. Quiero hablarles de uno de ellos que quizás tampoco perdió el mismo la esperanza de ganar el Premio Nobel.
Arthur Ashkin fue un científico neoyorquino que inventó las tijerillas o pinzas ópticas en los años setenta del siglo pasado. La idea es muy simple a la par que enormemente ingeniosa. Se trata de focalizar luz para atrapar y manipular partículas microscópicas. Con esta técnica, una vez perfeccionada, se puede cortar y mover microorganismos vivos, como virus o bacterias.
En 1997, Steven Chu, uno de los colaboradores de Ashkin, recibió el Premio Nobel por la aplicación precisamente de las pinzas ópticas de Ashkin para investigar las propiedades cuánticas de los átomos. Chu se hizo aún más famoso años más tarde al ser secretario de energía de Estados Unidos en la administración de Obama. Arthur Ashkin mostró públicamente en varias ocasiones su enfado por no haber sido incluido en el premio de 1997. Es muy posible que pensara que era injusto y que una vez que el premio le había pasado tan cerca, ya nunca le llegaría. El propio Chu reconoció la influencia que tuvo Ashkin en el trabajo por el que recibió el Nobel.
A pesar de la notoria frustración, Ashkin siguió trabajando en el uso de sus pinzas de luz y continuó haciéndolo hasta el final en el sótano de su casa. El día que anunciaron el premio este mes, no estuvo disponible para los medios de comunicación porque estaba ocupado trabajando en la preparación de un artículo científico. Genio y figura. Esto es probable que no resulte extraño a los lectores que imaginan a los científicos un tanto reservados y no demasiado propensos a la exposición mediática. Pero seguro que el asunto les parece ciertamente especial cuando sepan que el señor Ashkin tenía noventa y seis años. Esto le convierte en el premio Nobel de más edad al concederlo.
El caso de Arthur Ashkin nos proporciona varias lecciones útiles. Nunca es demasiado tarde para que nos ocurran cosas importantes. Mientras nos sea posible, sigamos al pie del cañón haciendo las cosas que creemos van a mejorar la vida de los demás.
Este texto es uno de los capítulos de Visión a todas las distancias, el libro que recoge los artículos de opinión de Pablo Artal. Temas de ciencia, tecnología, educación y la vida en general son tratados desde la visión personal del autor.