
Víctor Manuel San José (Mieres, 1947) ha escrito parte del cancionero popular en español y se comporta como si no hubiese pasado nada. Esa elegancia de paisano asturiano la desarrolla durante todo el rato que conversamos sobre el oficio de cantautor, el compromiso político, el franquismo, la Transición, Ana Belén, el concierto de celebración de sus cincuenta años de carrera en Oviedo… Mientras estamos en ello, en determinado momento me mira y dice «en vuestra revista, Mongolia, sois un poco brutos, ¿no? Tened cuidado». Te recomienda que seas precavido alguien al que le han puesto dos bombas por decir lo que piensa. Vamos, un paisano.
Empezamos con la relación con tus dos abuelos: Vítor, que es el popular, y, Ángel, el que está enterrado en la fosa en Oviedo. ¿Cómo la viviste?
Desde muy pequeño mi padre me llevaba a la fosa común a dejar flores en el día de Todos los santos, y debía de tener cuatro o cinco años la primera vez que fui. Todos los años íbamos en tren desde Mieres con un ramillete de flores y lo dejaba siempre en el sitio en el que él decía que debía de estar. Había dos mil más, pero él escogía un trocín de terreno y siempre lo dejaba ahí. Cuando volvíamos en el tren a Mieres le preguntaba por qué mataron al güelo, y me contestaba que por robar una cesta de huevos. Y punto, ahí se quedó todo. Nunca me contó nada, debió de pasarlo tan mal, el pobre, porque se quedó con quince años huérfano y cabeza de familia de cinco hermanos con su madre. Debió de ser una vida tan atroz y tan jodida que nunca me contó, hasta de muy mayor, que a mi abuelo lo habían fusilado y estaba en la fosa común.
¿Por qué motivos lo fusilan?
Hace unos años, cuando se removió todo esto de la memoria histórica tuve toda la documentación del proceso de mi abuelo, y es increíble lo que es la vida. La gente que lo había denunciado era la familia de una novia mía de Mieres, Carmina, la que sale en la canción. Bueno, la guerra… Era terrible, me enteré de que esa familia, que eran ferreteros, le había denunciado porque en la revolución del 34 se habían llevado unas estufas de la tienda, y además le acusaban de comunista, que no lo era. Pero le denunciaron y estuvo tres años en la prisión de Oviedo con su hermano y en 1941 los mataron a los dos.
El otro día estábamos con el dibujante Vázquez de Sola y nos contaba que a su maestro, republicano, le condenaron a muerte, y uno de los argumentos del fiscal era que se llamaba Rabanillo, y que si Dios le había puesto el nombre de un fruto rojo es que era comunista. Claro, le fusilaron. ¿Cuándo te das cuenta de lo absurdo de esa guerra?
Muy tarde, yo no sabía nada de política. Lo que sí recuerdo es que en Mieres el sitio lógico de reunión de los chavales era el local de la OJE (Organización Juvenil Española), y allí íbamos a ver los partidos de fútbol, a comer bocadillos porque eran más baratos… Yo quería apuntarme porque tenían equipos de baloncesto y así viajabas un poco, pero mi padre nunca me dejó. Me dejaba jugar con ellos o tomar bocadillos, pero que yo no me apuntaba a la OJE. Nunca me dijo por qué. Llegué a Madrid con diecisiete años sin saber lo que había sido de mi güelo.
Hace poco, en una entrevista, llamas hijo de puta a Martínez Camino. ¿Cómo era la Iglesia en aquel tiempo?
De ahí viene que yo le llamara hijo de puta.
¿Pero fue gratuito?
No, fue porque él había dicho una cosa muy graciosa según su parecer, que era que cuando Zapatero decide dar tres mil euros a los matrimonios que tenían un hijo él estaba de acuerdo, pero que a las madres solteras no. Y me preguntaban qué opinaba. Pues que es un hijo de puta, no tiene ningún matiz. Hasta que fui al instituto de Mieres yo iba a La Salle, y mi relación con ellos era buena. Algún curilla que alguna vez intenta meterte mano… pero ya parece casi normal después de este destape que ha habido. En aquella época no se denunciaban las cosas. Y mi madre no iba nunca a misa, pero me obligaba a ir los domingos. Pero en cuanto pude dejar todo eso lo dejé porque no tenía ningún interés ni he sido creyente nunca.
¿Cuándo te das cuenta de que Dios no existe?
Me doy cuenta de que si Dios existe es malo porque —y lo digo en algunas de las primeras canciones que hice— si lo que me rodea es lo que veo y Dios no hace nada para remediarlo tiene que ser una mala persona, no merece la pena tenerlo en consideración. Después he ido descreyendo de todo, pero es que nunca he creído en nada. Fui a misa e hice la primera comunión porque me lo dijo mi madre, pero nunca he tenido fe en el más allá. Alguna vez he creído en la reencarnación porque me convenía. Por convertirme en Stevie Wonder. Como ves, nada serio.

Siempre te ha interesado mucho el fútbol, y debo decir que me encanta tu himno del Sporting. Debo de ser de los pocos.
Sí, de los pocos. Anteayer leí un titular brutal que decía que los Ultra Boys del Sporting decían que hay que ganar de cualquier manera. Precisamente, mi canción empieza diciendo que no se puede ganar de cualquier manera. Es de lo menos ultra.
Esa es la gracia que tiene el himno, que de alguna manera es un antihimno.
Claro. Yo ya les dije que no sabía si les convenía que se lo hiciese yo, y lo cierto es que no gustó a nadie. A los que van al fútbol, a la Mareona sportinguista y los que se hacen esos viajes interminables yo debía de parecerles un payaso.
¿Qué te gusta de jugar a fútbol?
Para mí la imagen de la felicidad es un crío o una cría detrás de una pelota por un prado. Toda mi infancia la pasé jugando al balón y muy relacionado con la naturaleza, debido al sitio donde vivía. Todos los ratos libres los pasaba jugando al balón y corriendo detrás de una pelota. Entonces, me empecé a meter en equipos pequeños en Mieres en cuanto pude y después fui a parar al Caudal juvenil, donde hicieron una especie de casting —aunque sé que no se llama así— para ver a quién cogían. Me eligieron y estuve allí dos años.
¿Estaba ya el Hermanos Antuña [el estadio actual del Caudal de Mieres], no?
Sí, jugaba con Tati Valdés. Era Tati – San José en la media. Lo que pasa es que ya me daba cuenta de lo que era jugar al fútbol. Tati jugaba un partido por la mañana y otro por la tarde y vi que yo no estaba dotado para eso. Si esa mula era capaz de jugar dos partidos en un día y yo jugaba uno y no me podía mover del sitio…
¿Qué Asturias era la que veías cuando ibas a jugar a campos rivales?
En el momento en que salías del cogollo, de los sitios grandes, del Muro de San Lorenzo en Gijón, la calle Uría de Oviedo o de la avenida José Antonio en Mieres la realidad era otra muy diferente. Pero en ese momento no te das cuenta, te das cuenta cuando echas la cámara para atrás desde la distancia y comparas cómo vivíamos, qué cosas hacíamos, cuál era el ocio que teníamos, de qué gente estábamos r odeados… Era un país muy oscuro y gris. Había la alegría de la solidaridad. Recuerdo llegar a casa y llegaba de repente Paulo, que era un minerón que me enseñó a mí a decir cagamentos. Había desaparecido quince días y aparecía con la espalda desollada. Había estado en la cárcel de Oviedo. Yo tenía cinco o seis años y no sabía por qué había estado en la cárcel. Veías a todas las vecinas poniéndole cosas y curándole la espalda, y te das cuenta de que allí había un mundo que, lógicamente, ya ha desaparecido. Además donde yo vivía eran cuatro casas, y había mucho patio de vecinos, hacíamos los chorizos juntos, la matanza… una serie de cosas que engarzaba la sociedad de una manera muy poderosa.
¿Cuándo empiezas a componer y te das cuenta de que sabes hacerlo? En ese momento escuchas mucho la estirpe de cantantes asturianos (Juanín de Mieres, El Presi)…
Escuchaba mucho Discomanía, en Radio Asturias, y a Raúl Matas. Ponía de todo moderno —como el Dúo dinámico, que entonces era moderno—, pero ponía también cantantes franceses muy raros o cantantes italianos. Y yo oía a un cantante francés que, objetivamente, cantaba mal y que me encantaba. Era Leny Escudero. Y Raúl Matas decía que era el propio Leny quien componía las canciones. ¡Hostia, así que se puede escribir una canción, cantarla y además no ser como José Guardiola! [Risas] Me llamó mucho la atención y empecé a componer porque vi que se podía ser un cantante diferente, no al uso. Empecé a componer y no tenía ni puta idea, ni de componer ni de tocar la guitarra ni de nada. Era como una necesidad que uno tiene desde el principio de hacer algo que no has oído en ningún sitio. Es una intuición, y lo explica Stefan Zweig en El misterio de la creación artística: o tienes el impulso o no lo tienes. Hay muchos músicos maravillosos que son incapaces de escribir una nota propia. Sin embargo, puedes tener idea de escribir canciones y no ser un músico maravilloso. Tienes la intuición de que quieres escribir y escribes. Y me puse a escribir. En esa época escribí un montón de canciones, incluso seguí escribiendo cuando llegué a Madrid, y eran horrorosas. Las oyes ahora… son canciones de escuchar cosas y de tener influencias, pero no sabes cómo encontrar el camino. Y en eso estuve de 1963 a 1967. Yo veía que cada vez salían un poquitín mejor, y en 1967 gané dos festivales de la canción como compositor —en aquella época había festivales por todos los sitios—, uno en Orense y otro en Vegadeo. Y de repente me encontré con ciento veinticino mil pesetas (750 €), que era la hostia. En aquella época yo vivía en Madrid con mil quinientas pesetas (9 €) al mes, más o menos. Me encerré en casa a ver qué salía, y lo siguiente que salió fue «El abuelo Vitor», «Paxarinos», «La planta 14»… todas las canciones de aquel primer disco, muchas de las cuales las sigo cantando hoy, y por las que me reconoce mucha gente como cantante. Mi historia es como la de tantos, la historia de un aprendizaje. Tienes intuiciones y escuchas a gente que te gusta, que piensas que te puede enseñar algo en lo que hace. Podría haber elegido compositores de canciones muy comerciales, que también las había, pero el gusto no me llevó por allí.
Ese primer disco fue una forma de tener Asturias en Madrid.
Sí, es nostalgia. De alguna manera, yo había perdido el paraíso. En Madrid estaba bien, porque era una ciudad cómoda para vivir.
Te imagino con diecisiete años al bajar del autobús en Madrid casi como Paco Martínez Soria con las gallinas.
Claro, yo venía con chorizos, con tocino… con comida para un mes.
¿Era una ciudad amenazadora?
No, nada. Todavía había serenos en la calle, gente que te abría el portal porque en aquella época no tenías llave. Vivía en la zona de Chamberí, que todavía tenía bulevares y era muy agradable, en casa de una tía-abuela mía, estaba muy protegido. Cuando llegué me dediqué a hacer la rutina que hacían en ese momento los cantantes, que era ir por las mañanas a las editoriales de música, escoger una canción que me gustara e ir a ensayar. Había allí un pianista, la repasabas varias veces con él y te ibas a una emisora a cantarla. Así de tonta era la cosa y así nos íbamos metiendo en esto, tratando de cantar un poco mejor cada día.
Luego tuviste esta especie de mentora, Fina Calderón.
Fina la verdad es que no tiene ninguna importancia. Le agradezco el primer impulso. Yo cantaba en La voz de Madrid, en un programa que se llamaba La nueva ola musical, y ella tenía amistad con la gente que llevaba el programa, y era compositora. Tenía influencia en una casa de Barcelona que se llamaba Belter, y en un EP de cuatro canciones metió dos canciones suyas y propició que yo grabase el primer disco, que se titula Primer disco, donde metí una canción mía llamada «Ninnete», completamente estúpida, y otra que no recuerdo cuál era. Ella incluso hizo una presentación a la prensa en su casa, y fueron cuatro gatos a ver a un mindundi que estaba empezando a cantar. Al poco tiempo se enfadó conmigo porque cuando hice eso yo ya empezaba a escuchar a otros cantantes. Me acuerdo de que al volver de Barcelona de grabar ese disco me traje discos de Serrat y de Raimon, que eran la hostia. Yo escuchaba Al vent y… Un día me hicieron una entrevista para una revista y dije que el que más me gustaba de todos los cantantes que había en España en ese momento era Raimon, y me llamó su marido. Me dijo que era un descastado y un desagradecido, porque podría haberla nombrado a ella. Pero es que a mí me gustaba Raimon. Y nunca tuve más contacto con ella. Lo siguiente fueron dos discos single de dos canciones, pero ya no tenía nada que ver con ella.

«Paxarinos» y «La romería», que son dos canciones que se quedan. Se han mantenido y forman ya parte de las fiestas de prau, tradicionales en el verano asturiano. Ya son del cancionero popular.
Lo mejor que le puede pasar a una canción es que pase a formar parte del folclore. Recuerdo que ese disco está escrito desde el corazón, cosa que yo nunca había hecho. De repente, la nostalgia y las cosas que tienes en la cabeza desde pequeño salen por un sitio o por otro. Me acuerdo de que cuando escribía El abuelo Vítor yo lloraba. Escribía y lloraba, porque la escribía para mis güelos, nunca pensé en que fuera publicada, porque hablaba de una cosa muy rara en una canción, hablaba de un señor que picaba en la mina. Hasta ese momento la clase trabajadora no estaba en las canciones. Un día vino un amigo a casa y se la canté, y él también se puso a llorar. Ese disco está todo hecho en esa tesitura: volver a casa, al monte, y encontrar lo que te pasa a ti, lo que tienes dentro y sacarlo fuera.
¿Cómo le sentó al abuelo la canción?
El abuelo era un ser muy complejo y maravilloso que nunca había ido a la escuela porque a los nueve años ya estaba trabajando en la mina como ayudante de picador. A los cuarenta y dos tuvo que dejar la mina porque estaba silicoso y estaba con nosotros por casa y por el pueblo, y yo nunca le conté que había escrito una canción sobre él. Pero se ve que un día la debió de escuchar por la radio y, aunque nunca me dijo que la había escuchado, sí me preguntó que por qué tenía que ir por ahí contando que la abuela le escondía el tabaco.
Lo más curioso es que cada cierto tiempo a los medios se les olvida tu canción sobre Franco y, de pronto, vuelve a aparecer.
La primera vez que salió a relucir esa canción fue en 1978, y yo la había cantado en 1964. Entonces, en 1978, cuando yo estaba haciendo campaña por el Partido Comunista y había hecho la canción para las primeras elecciones, lo sacaron. Me llamó la atención, porque es una canción absolutamente absurda de un chaval desinformado. En ese momento yo quería hacer un disco dedicado a gente famosa y solo hice dos, una a Picasso y otra a Franco. Y ahí se quedó, porque ni el disco ni la historia le interesaron a nadie, así que nunca llegó a editarse ese disco, solo se editó esa canción. Y bueno, sí, lo sacan, cada cierto tiempo se entretienen con eso y hacen montajes, ponen la voz de Franco al principio de la canción y lo cuelgan en internet.
Es divertido, ves cómo funciona cierto periodismo.
Hace unos años se me presentó un chaval de El Mundo como un admirador y me preguntó si yo le había escrito una canción a Franco. Le dije que sí y me pidió algún dato, y luego veo todo eso en El Mundo a página entera. ¿Pero tú eres gilipollas? Bueno, supongo que en algún momento se les pasará. O no.
Por otro lado está el incidente de «El cobarde» en el Festival del Atlántico en Tenerife (1968), que ahora parece una cosa casi épica y describe muy bien cómo funcionaba todo.
La escribí como una canción pacifista. Incluso recuerdo el momento: iba en el tren hacia Asturias, leyendo un reportaje de Oriana Fallacci en La gaceta ilustrada que hablaba de la guerra del Vietnam, que ella había estado allí y le preguntaba a un soldado americano que había pasado la noche dándose calor con un compañero recién muerto en medio de la selva qué hacía allí, tan lejos de casa. Y eso fue el disparadero de la canción. Y, vista desde ahora, es una canción muy ingenua y naif, pacifista. El año anterior yo había estado en el Festival del Atlántico, en Tenerife, y mandé esa canción. En aquella época para ir a un festival no podías mandar canciones de más de tres minutos, y tuve que tocarla más rápida para mandarla.
Hiciste lo que se llama «un Ramones».
Claro, para acortarla. Fui y fue maravilloso, porque fue la primera vez que me sentía querido en un escenario, porque la gente aplaudía y aplaudía. Juan Cruz siempre me lo recuerda, porque estaba allí de espectador. Recuerdo que incluso había pancartas para animarme. Acaba el festival, llega la hora de la votación y la canción sale ganadora. Todo esto lo sé porque Elfidio Alonso, de Los Sabandeños, estaba en el jurado y me iba contando lo que iba pasando. Pues eso, gana la canción, se entera el gobernador militar de Canarias, que es Héctor Vázquez, y dice que esa canción no puede ganar porque es antimilitar, que rompan las actas y voten otra vez. Lo hacen y gana la que tenía que ganar, «Tenerife tiene seguro de sol», que la cantaban Los mismos. Me dejaron cuarto porque las tres primeras las televisaban para la península. Aquello me cargó las pilas de una manera brutal. Yo había grabado la canción con Belter, pero solo esa canción, e inmediatamente me sale un contrato con Philips. Volví a grabar la canción y a los quince días entré en la mili. Asocio esa canción a hacer guardia en un cuartel de Valladolid escuchando la radio, donde sonaba «El cobarde» en Los 40 principales.
Esas contradicciones te han pasado muchas veces.
Muchas. Por ejemplo, hice solo un año de mili porque fui voluntario, y esa Nochevieja la pasé haciendo guardia. Había un capitán en la avenida de Portugal que se llamaba Piñón, y me pidió que cantara algo esa noche, que cenaban juntos los oficiales y suboficiales con sus familias. Llevé la guitarra y me fui a cantar al comedor donde ellos estaban comiendo, sin dejar de hablar ni hacerme ni puto caso. Estaba tan rebelado que canté «El cobarde» y «La planta 14». Como nadie me estaba escuchando… si me llegan a escuchar me dan una hostia y me mandan para el calabozo. Cuando me tocan los cojones toco los cojones yo un poco más, y a ver hasta dónde estira la cuerda.
Si la provocación te sale bien, es muy divertido.
Pero si no te sale bien no tiene ni puta gracia. Alguna vez estiré la cuerda de más y fue un desastre.

En los años setenta llamaste «fachón» al alcalde de Noreña [un pueblo asturiano al lado de Pola de Siero].
Eso fue un lío de la hostia. Hace dos años me lo recordaron. A principios de los años setenta hicieron allí un festival en medio de un prado. No recuerdo tanto ese momento como que al bajarme del coche en Noreña, que en ese momento era una ciudad muy facha, la patria de Alonso Vega, ministro de Gobernación, yo estaba con García Sánchez y Rosa León, sale una señora de casa y dice: «Anda, desgraciaú, rojo, teníes que morite»… y «Vencidos, que sois unos vencidos, vamos a dabos otra vez». Vaya bienvenida a Noreña… Fui al prado a cantar y fue muy violento, porque el alcalde, que aún vive y está de concejal, era un tío muy feo, de aspecto desagradable, y dije: «Tenéis el alcalde más feo de España». Y el día acabó con la Guardia Civil entrando y sacando a la gente a hostias. Todavía lo recuerdan en Noreña.
Con Philips, año setenta, grabas «Quiero abrazarte tanto», y dice la leyenda que era para Marisa Medina.
No, que va, es leyenda urbana. Marisa era amiga mía, pero nunca tuve nada sexual con ella. Ella sí quería, pero a mí las chavalas me gustaban de otra manera, no me gustaban las gorditas. Pero le tenía mucho cariño y éramos muy amigos. Esa canción la escribí para una primera novia que tuve en Venezuela. La escribí porque vi que había ahí algo sexual y animal potentísimo. La música la hice en un hotel en Ámsterdam y la letra en uno de México, pero acordándome de esta tía venezolana que era guapísima.
Y empiezas a jugar con el lenguaje, aunque supongo que eso es inconsciente.
Sí, es inconsciente. Después te lo analizan y encuentran cosas que tú no habías pensado cuando la escribías. Pero sí, era una canción de amor que tenía sexo, cuando en ese momento no había canciones de amor que dijesen nada más allá del «Te quiero» y «Me quieres». Funcionó muy bien a todos los niveles menos en la COPE, donde tenían prohibido ponerla. Recuerdo ir a Radio Avilés, que era de la COPE, y me decían: «Mira lo que ha hecho un cura», y me enseñaba un disco en el que habían rayado con un estilete el fragmento del surco donde estaba esa canción. Podías poner todo el disco menos esa canción.
Me acuerdo del disco Bridge over troubled waters de Simon & Garfunkel, al que la censura movió la foto de la contraportada para que no se leyese la letra de «Cecilia» («Making love in the afternoon / with Cecilia up in my bedroom / I got up to wash my face / When I came back to bed / someone has taken my place»). Con el tiempo son cosas casi tiernas, pero supongo que cuando las vives son tremebundas.
No me afectaba tanto porque estás a otras cosas. «Son los curas y ya está». Me acuerdo al inicio mandar un paquete de canciones a la vuelta de México —después del famoso asunto de la bandera que nunca se pisó aunque dijeron que lo habíamos hecho— y una de ellas se titulaba «No quiero ser militar, madre». La mandé solo por tocar los cojones, porque sabía que la iban a prohibir, pero la mandé a ver si les jodía la mañana.
A la vez que componías esa canción John Lennon componía «I don’t want to be a soldier, mamma» (para su disco Imagine, 1971). Son estas coincidencias locas que me encuentro. En los dos casos, era por tocar los huevos.
Sí, por tocar los huevos y por enfrentarme.
¿Por qué no entendemos que a veces es solo por tocar los huevos?
Porque entonces todo el mundo entendería a Albert Pla, y solo se entiende él mismo y la gente que va a verle. Hay gente a quien incluso le incomoda que toques los huevos. Yo mandé esa canción y la respuesta fue fulminante. A la semana la letra salió publicada en la revista Fuerza nueva, y de ahí una deriva brutal. Todas las canciones que iba mandando quedaban incautadas, no respondían… estuve dos años sin poder grabar un disco de canciones propias porque no me contestaban, silencio administrativo, y si no te decían que sí no podías grabar la canción.
¿Cómo aparece Gonzalo Suárez en tu vida y te embarcas en esta dupla de dos películas tan diferentes, Morbo, de 1972, que es estupenda, y Al diablo con amor, también de 1972?
De una manera absolutamente casual. Varias veces me han pasado cosas cojonudas por casualidad. Yo estaba cantando en los alrededores de Barcelona y estaba en el hotel Cristal, cerca de Rambla Catalunya. Bajé a tomar algo a una cafetería y entran dos señores, uno con sombrero de cowboy y otro con bombín… que manda cojones en Barcelona en agosto a las cuatro de la tarde. Se me quedan mirando y uno de ellos se me acerca y me dice que es Gonzalo Suárez, y si querría hacer una película. Le dije que sin cantar sí. Entonces se acercó el otro, me dijo que era Oriol Regàs y me dio el guión, citándome para el día siguiente en su despacho para comentarlo y firmar el contrato si estaba de acuerdo. Lo leí esa noche y acepté.
¿Dónde rodasteis?
En Sant Feliu de Guíxols. Daba la casualidad de que quince días antes yo había estado cantando por Galicia con Julio Iglesias y en un hotel de Coruña me presentaron a una chica llamada Ana Belén. Maravillosa, fue como ver el cielo. Al poco, en una revista leí que iba a hacer una película con Gonzalo Suárez en Cataluña. De allí ella se fue a actuar a Mieres y yo me presento allí porque quería seguir viendo a aquella chica tan guapa. Juan Cueto Alas, que era uno de los guionistas de Morbo, nos juntó para hacernos unas fotos para Asturias Semanal. El argumento de Juan para juntarnos era que éramos pareja cinematográfica. Nos fuimos a Sant Feliu de Guíxols y nos pasamos allí un mes y pico rodando… y no nos hemos separado. Lo mejor que me ha pasado es que Gonzalo nos juntase para hacer una película.

Ya que le has mencionado, ¿cómo era Julio Iglesias en esa época?
Como es ahora. Era un tío muy limpio, muy atildado. Hay unas fotografías que yo tengo de cuando la revista Mundo Joven nos hizo un seguimiento por toda Galicia, y éramos agua y aceite. Julio con sus Lotusse impecables, sus rebequitas… muy bien. Y yo con ropa militar, unos patillotes… Parecía que en cualquier momento le iba a atracar. Julio era muy majo. En aquella época hablábamos mucho y me contaba lo que pensaba que iba a ser su vida, y una vez me dijo que se iba a retirar cuando ganara cincuenta millones de pesetas. Le pregunté que por qué cincuenta millones, y me dijo que con eso él ya se organizaba y podía tirar. Después dejamos de vernos, pero cuando sucedió lo de la bandera en México uno de los que dio aquí la cara por nosotros fue él. Ese espectáculo lo vieron más cantantes españoles, y él fue el único que se molestó en ir a la policía y decir que lo que decían que había pasado en realidad no había sucedido, que él era testigo. Se lo agradezco eternamente, porque en aquel momento dar la cara por dos desahuciados para todo lo oficial como éramos nosotros…
Pese a que tus diferencias ideológicas con Julio son enormes.
Sí, pero eso no se habla, no se toca. Si te querías llevar bien con la gente en 1972… Era algo que estaba ahí, sabía cómo pensaba él y él debía de intuir cómo pensaba yo. Ya está.
Lo siguiente fue Al diablo, con amor.
El loco de Gonzalo hizo un musical atípico, lo que pasa es que como nunca cuenta las cosas completas… nos contó parte de la historia, pero no nos dijo que iba a meter en medio la historia de Romy (la actriz Carmen Romero), una cosa sacada de otro sitio y metida ahí en medio. Tuvo muy mala suerte porque la película se estrenó justo cuando había ocurrido lo nuestro de México, y estuvo un día en cartel, en el cine Montera de Madrid, porque entraron los Guerrilleros de Cristo Rey y, directamente, en la primera sesión, rajaron las butacas. Y el tío del cine la quitó y a tomar por culo, se acabó la película.
Aunque fue mucho más tarde, tu experiencia como productor también debe de tener buenas historias.
Sí, es mucho más tarde, porque Divinas palabras fue en 1987. Entré en la película cuando la producción ya estaba avanzada, porque se fue quedando sin dinero y decidí empeñarlo todo en el banco y meterlo allí, y al final me quedé con la película porque nadie ha puesto dinero más que yo. Hice esa primera película y me gustó tanto la experiencia —incluso fuimos a Venecia, a la sección oficial, y tuvo ochocientos mil espectadores— que produje inmediatamente dos películas más, pero ya encargadas, que eran Bajarse al moro y El vuelo de la paloma. Yo ya veía que ahí había ruina, que el dinero no volvía aunque fuesen bien en taquilla, el ministerio no te pagaba hasta dos años después… un desastre. Intenté hacer un cine industrial y más comercial, que fue cuando busco a Isabel Pantoja. La Isabel de entonces no era la de ahora, estaba, entre comillas, virgen: tras la muerte de Paquirri ella se había recluido y empezaba a salir del luto. La película le hizo mucha ilusión y fue un éxito espectacular, llevó al cine a gente que hacía muchos años que no iba, llegaba gente a la puerta del cine preguntando si había empezado el NO-DO. Intenté hacer más películas comerciales: con Alejandro Sanz, con Mecano, con Butragueño…
Espera. ¿Con Butragueño?
Sí, ¿no has visto Saeta rubia? Yo veía Saeta rubia o El fenómeno, con Fernán Gómez, las películas de Kubala… total, que me gustaba un tipo de cine muy raro, muy comercial. Yo he sido consumidor de las películas de Joselito desde muy pequeño. Yo tenía el recuerdo de que se podía hacer un cine comercial con una cierta dignidad, e intenté tomar ese camino, pero solo me funcionó con la primera película, Yo soy esa. Con la segunda perdí todo lo que había ganado con la primera. Luego ya hice Tirano banderas, Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, lo de Marsillach… hice varias películas, pero llegó un momento en que la asfixia era total y dejé de hacer cine. Lo último que vendí y traspasé fue La niña de tus ojos. La puse en marcha. En la cabecera pone «A Víctor», Fernando me la dedicó.
Aparte de lo que ha significado en tu vida personal, ¿por qué a veces a Ana Belén no se le reconoce su valía artística?
Es demasiado guapa. A Ana le ha ido muy bien y ha trabajado mucho, y se considera muy compensada en cuanto al cariño de la gente, pero es cierto que no se puede ser guapa, cantar bien y buena actriz, así que a quien le pase hay que castigarla un poco.
Cuando en Estados Unidos es algo habitual, pienso en Judy Garland, entre miles.
Pero es así. Ahora ha hecho discos maravillosos.
¿Cuál es tu disco favorito y tu película favorita de Ana?
Géminis me gusta mucho, pero también me gustan mucho algunos de ahora, como Anatomía, un disco que produjo Javier Limón, o Peces de ciudad. Ana tiene un montón de discos extraordinarios. Y en cuanto a película no sabría decirte, suele estar bien. Quizá La casa de Bernarda Alba, donde está sensacional porque es capaz de meterse en historias que no tienen nada que ver con ella. O una película que no fue bien tratada, como La pasión turca, donde estaba estupenda. O Libertarias. O de cría, que la ves y es un yogurcín, El amor del capitán Brando, con Fernán Gómez. Cuando ligué con Ana ella tenía veinte años, y ahora casi parecería estar atacando a una menor. Cuando veía a mi niña Marina con veinte años decía: «Joder, tío, que no me la toquen».
Vamos justamente a este momento estupendo y horrible a la vez de Ravos, que enlaza con lo de que todos tenemos un precio. Ahí hay una canción llamada «Por eso estoy aquí» que, de alguna forma, te define.
Sí, es el momento en que hago clic. En el primer disco no estaba nada politizado y en el segundo empiezo a viajar a América donde me encuentro con gente que me cuenta qué pasa en España. Recuerdo ir por Buenos Aires, entrar en una librería de viejo y el librero me pregunta: «¿Vos sabés quién es Marcos Ana?». Y como no lo sabía me regaló un librito suyo y un poema de Alberti dedicado a él. Estas historias me empezaron a pasar en América por todos los sitios. Empecé a conocer gente en México, Argentina o Uruguay que yo no sabía que existía. En México se me aparece un hijo de Manuel Llaneza, me pilla una tarde y me dice que estuvo en la guerrilla en Asturias hasta 1949. Y se pasó la tarde entera contándome historias fragmentadas de lo que era su vida en la guerrilla. 1970 y 1971 para mí son años de descubrimiento absoluto de lo que había pasado en mi país. Me voy calentando y radicalizando y el siguiente bloque de canciones ya es: «Dame la mano», «Por eso estoy aquí», «Nuevas oraciones número dos»…
O «Buenos días Adela mía», que es una canción con muy mala hostia.
Sí, tiene mucho que ver. «Por eso estoy aquí» es el parteaguas, estoy aquí pero debería estar haciendo algo más que cantar una canción.

Lo que definitivamente te enfrenta con la dictadura es Ravos.
Sí, pero leído desde hoy en día es una tontería, se te cae de las manos. Era una vomitona. Había visto Castañuela 70 y me dije que iba a hacer yo otra vomitona. La mandé a censura y, desde luego, dijeron que no. La acortamos, volvieron a decir que no… Teníamos gira en México y la montamos allí. Estuvimos dos semanas en el Teatro Manolo Fábregas, fue un desastre y la quitamos, no podíamos perder más dinero. Pasó el tiempo y de repente aquí salió una noticia de que allí habíamos pisado una bandera. Pero la noticia nace porque hay una carta anónima que se publica en Sábado Gráfico. Esa carta la ve Pueblo y Pueblo empieza una campaña brutal contando lo que «habíamos hecho»: traición, pisar una bandera…
Era de Emilio Romero, ¿no?
¡Hombre! [se ríe]… Y el que llevó esa campaña fue un hombre que ahora se dedica a los toros: Manolo Molés.
No se te olvidan.
¿Cómo se me van a olvidar? La memoria es lo único que tenemos para saber dónde está cada uno. No pasa nada, me he encontrado con Molés y no hemos hablado nunca de eso, pero yo sé lo que ha escrito y lo tengo en casa. Bueno, pues empezó una campaña brutal de acoso. Todo esto sin ninguna imagen, sin nada.
Simplemente unas palabras, un rumor.
Nada más. Dije desde México que iba a demandar a Pueblo, a Emilio Romero y tal y entonces me llamó Jesús María Amilibia para pedirme que no pusiera la demanda. Me ablande y la quité, era muy joven. Total, que aquello fue un desastre. Tuvimos que quedarnos allí seis meses porque aquí había el peligro de llegar y que te encerrasen, y luego que lo aclarases. Entonces desde allí, gente con contactos aquí a nivel oficial, empezaron a aclararlo y vieron que no había ocurrido nada de eso, la información era falsa. Regresamos al cabo de seis meses y nos cita por separado en la División General de Seguridad el comisario Yagüe, nos interroga a Ana y a mí y coincidimos en todo, no podía no coincidir.
¿Te cayó alguna hostia?
No, no. Pero de las otras, por todos los lados. Era como empezar no de cero, sino de menos veinte. Empezar a cantar de nuevo y, por supuesto, no te contrataba nadie. Ana se defendió con el cine, que era otro negociado, pero no había posibilidad de cantar. Empezar a meterte otra vez, alquilando teatros para cantar… Cantar en el teatro y, encima, tocando los huevos.
Sí, cantabas esta copla tuya también tocahuevos, «Soy de España».
Sí, tocando los huevos completamente. Momentos muy complicados de empezar de nuevo.
Pensaste que te habían jodido la carrera.
Sí, pero también me di cuenta de que tenía poder, en el sentido de que me podía meter en un teatro y la gente se interesaba por lo que hacía y se lo pasaba muy bien. Me fui haciendo un poco incombustible, me pueden tocar hasta aquí, pero entero no. Como un corcho, me pueden sumergir un poquitín pero nunca me llegan a ahogar porque puedo seguir haciendo mi trabajo, aunque sea en un sector mucho más minoritario. Estuve cinco años sin sonar en la radio nacional, sin poder aparecer por allí, sin poder aparecer en televisión… nada. Volvimos a aparecer en televisión porque una terca, una burra como Pilar Miró se empeñó en 1976 en hacer un especial. Había una cierta abertura y estaban Enrique de las Casas y Pilar, y a esta se le ocurrió hacer un especial, además en Asturias, que era fantástico. Cada vez que lo veo lloro como un becerro. Pilar se empeñó en que cantase todo: «La planta 14», todo. También se empeñó, por ejemplo, en meterse en vestuario de mineros, en el pozo Barredo, y verlos cómo se quitan el uno al otro en la ducha el carbón de la espalda. Está todo: hasta los pitos de los mineros. Lo hizo y se lo prohibieron, y el especial estuvo dos años metido en un cajón hasta 1978 que se pasó. Y esa fue la primera salida en televisión desde 1972.
¿Qué sentiste cuando murió Franco?
Como venía agonizando, era muy curioso. En aquella época Ana y yo teníamos un Dyane 6 y vivíamos en Torrelodones, pero bajábamos mucho a Madrid, y me acuerdo de que la noche en que murió fue increíble porque habíamos estado fuera de casa y no nos habíamos enterado de nada, y de repente, por la zona del Palacio Real, nos hacen desde un coche que estaba parado a nuestra derecha un gesto [Víctor pone cara de asombro y nos reímos]. En aquella época vivíamos con bastante peligro. A comienzo de ese año, 1975, habíamos hecho el primer viaje a Cuba y, estando en la piscina del hotel, llega una tripulación de Iberia y nos preguntan si habíamos visto el periódico. Les decimos que no y nos dice que es que nos han puesto una bomba en casa. La vimos en las fotos: toda espatarrada.
¿Conociste a Fidel Castro?
No, pero tampoco tenía ningún interés. Lo que he hecho siempre que he ido a países ha sido pelearme con ellos. Algunos han tenido más paciencia, pero otros no.
Aquí te han dicho eso de «Si no te gusta, vete a Cuba» y allí te han dicho «Si no te gusta, vete a España».
Las peleas eran porque cuando empezamos a ir a Cuba la Nueva Trova Cubana no sonaba en la radio. Como reivindicación pedían media hora al día en la radio cubana para sonar. Cantaban en los cuarteles y en sitios marginales, pero no para la sociedad cubana. Yo me cabreaba mucho con ellos porque en la radio sonaba mucho Las Grecas. ¿Cómo es posible que estén sonando Las Grecas a todas horas y no se pueda escuchar a Pablo Milanés, a Silvio Rodríguez o a una serie de gente que me parece que es quien mejor os representa? Ni puto caso. O leías revistas donde ensalzaban el realismo socialista soviético. Yo les preguntaba qué tenían que ver ellos con eso, si estaban todo el puto día metiéndose mano unos a otros, y un relajo… Peleas muy fuertes que llegaron hasta 1985: el primer día que me pidieron dólares en un taxi vi que eso se había acabado. Nunca había cobrado ni un peso —ni un dólar— por ir a cantar a Cuba y he puesto la cara por ellos… para que ahora un taxista me pida dólares.
Tienes muchas canciones sobre la esperanza que te produjo la Transición («Hace tres años he vuelto a nacer», «Pido la paz y la palabra», «De una sola manera se pronuncia tu nombre»). ¿Cómo la viste entonces y cómo la ves ahora?
Está idealizada. Ahora es como un pastelón donde todo era de color de rosa. Recuerdo la cara que se nos puso a los militantes del PCE cuando Carrillo nos reunió en un hotel en Capitán Haya para decirnos que teníamos que aceptar los símbolos de la monarquía, de un día para otro. Nos quedamos mirándonos…
¿Qué le dijiste?
Éramos muy obedientes.
Disciplina soviética.
Había disciplina porque el objetivo siempre era algo superior, un paso más trascendente… aunque nunca llegó. Empecé a militar en la Junta Democrática, y después pasé al PCE. Fueron unos años maravillosos, y allí conocí a gente que son amigos para toda la vida. También hay gente horrorosa, pero mucha valiosísima. La mayor parte de ellos ya dejaron el PCE, porque había un momento en que te echaban por cómo se operaba y trabajaba, y por la corteza de diferentes movimientos que había allí. Pero para mí son unos años inolvidables que viví desde muy dentro y con mucho peligro físico. Eso lo veías. A veces he estado algo protegido, pero otras veces nada, me iba a mi casa en la más absoluta soledad. Nos pusieron esa bomba en Torrelodones y más adelante otra, porque en ese momento en Torrelodones operaba la extrema derecha, era un caldo de cultivo. Recuerdo con la segunda bomba ir con la Guardia Civil a la casa, decirles que había mechas y ellos decirme que eso había sido el aire, que los tabiques los había tirado el aire. Había un boquete en la casa, de arriba abajo, y había sido el aire. Fue increíble porque diez años después estábamos Ana y yo cantando en Vitoria y el día anterior habían detenido a un tío, le habían dado unas hostias y había confesado lo que había hecho. Y una de las cosas que había hecho era poner dos bombas en nuestra casa de Torrelodones. Después de poner las bombas, ese mismo tío tuvo una discusión de tráfico con otro en Cardenal Cisneros, sacó una pistola y le pegó un tiro. Lo siguiente fue poner una bomba en Malasaña y matar a una embarazada. Después poner una bomba en El País matando a un bedel. Me enteré por el periódico de que había sido él el de las bombas en mi casa, nadie me llamó para que me presentase y le denunciara.

Dejas el PCE en 1982. ¿Cuál fue la mayor traición?
Fue que de repente Carrillo pudiese irse y nombrar un sucesor. Y el que venía era un chaval estupendo, Gerardo Iglesias, pero fue el procedimiento. Venía de largo porque muchos estábamos pidiendo un congreso extraordinario. Yo iba a la agrupación de barrio, donde coincidía con Cristina Almeida o los Sartorius, y era una burla permanente. Llegaban a decir que votáramos lo que quisiéramos, que iban a hacer lo que les diera la gana. Me preguntaba qué hacía yo allí, ni que estuviese a sueldo. Así que adiós.
¿Qué es ser de izquierdas?
Sigue siendo lo mismo: que nadie te desvíe el corazón, tratar de colaborar y ser solidario. Pero cuando puedas, tampoco hay que ser solidario todo el tiempo porque tampoco te da el cuerpo para tantas cosas, pero sí estar ahí, ver las injusticias y tratar de remediarlas en la medida de lo posible.
¿Te jode que te llamen progre rico?
No, nunca me ha molestado. Afortunadamente tengo un trabajo muy libre en el sentido de que no dependo de nadie, solo de la gente. Dependo de poner una entrada a la venta y de que la gente venga a verme. O poner un disco a la venta —cuando se vendían discos— y que la gente lo comprase. Y ya está. Esa es mi única obediencia. Nunca he tenido ningún negocio paralelo, y cuando he intentado meterme en algo ha sido una palmatoria brutal. He generado trabajo en el cine u otras cosas, pero a costa de mi vida, de perder todo lo que tenía.
Respecto a esta última participación —a Julia Otero se le ha dicho lo mismo— del Banco de Sabadell, ¿es compatible?
Es suave, tampoco es agresivo. Por supuesto, estás vendiendo el banco y haciendo una campaña, pero los publicistas, que son tan hábiles, te lo presentan diciendo que hablas de tus cosas, simplemente detrás estará el logo. Sí, entiendo que ahí hay una contradicción insalvable y, probablemente, una insalvable falta de dinero y liquidez en ese momento.
Felipismo. ¿Te ilusionaste con Felipe?
Yo no votaba a Felipe. He ido votando siempre a los que iban perdiendo, incluso voté al PSOE cuando ya perdía. Durante una época tuve complejo porque solo ganaba elecciones en Chile. Hacía campañas cojonudas, como la del «No» o la de Bachelet, y allí sí ganaba, pero aquí no. El felipismo fue el dinamizador de una España que salía de un túnel muy oscuro y él nos colocó en otro lugar: dejamos de ver militares por la calle, la Hacienda pública empezó a funcionar razonablemente… aunque la justicia nunca ha funcionado porque no le ha interesado a nadie. Hizo cosas estupendas, aunque tuvo unos años finales catastróficos.
¿Cómo viviste el momento de la OTAN?
Lo viví muy en primera persona. Primero, porque fuimos objeto del engaño del PSOE en aquel primer macrofestival que se llamaba «OTAN, de entrada, no». Fue en la universidad, y aquello no lo entendimos muy bien.
El matiz era trilero: «De entrada, no».
… «pero después, ya veremos».
Y lo vimos, ¿no?
Te consuela ver la cantidad de pardillos que caímos. Algunos de colmillo retorcido, como Luis del Olmo, que lo presentó. Lo siguiente fue enfrentarse a la entrada en la OTAN, que fue muy curioso, porque organizó dos comidas. A la primera, en La Moncloa, no pude ir…
Pero en la bodeguilla has estado.
Sí, estuve una vez, al principio. Pero a esa comida no pude ir porque estaba trabajando. Ana sí fue, y estuvieron Paco Rabal, Juan Diego y un montón de gente. La siguiente la hicimos en mi casa, y una de las cosas que él decía era que la izquierda, potencialmente, tiene cuatro millones de votos aparte del PSOE, entre PCE, Izquierda Unida y los grupos diseminados. Que si conseguían agrupar todos esos votos eran la hostia de votos, pero nunca se ha sabido hacer, se ha tendido hacia la dispersión y disgregación, y seguimos igual.
¿Y el Felipe actual?
Los expresidentes son muy pesados. Pero Felipe ya se puso muy pesado cuando llevaba años. Era todo el rato hablar escuchándose, hablando ex catedra y sabiéndolo todo. Evidentemente saben mucho más que tú de lo que está pasando, pero tampoco es necesario que te lo estén pasando constantemente por el morro, como si nunca se hubiesen equivocado en nada mientras gobernaron.
Luego hicisteis lo de la ceja, que ya casi es un deje automático para descalificar a toda la izquierda. ¿Confiabais en Zapatero?
El primer mandato de Zapatero fue muy potable, sobre todo en los temas sociales y el ensanche de las libertades. Evidentemente, no sabíamos qué iba a pasar con el segundo… y fue un desastre por todos los lados. Aunque ya en el primero veías que en cosas que te interesaban personalmente, como la propiedad intelectual o la piratería, te estaban tomando el pelo, había algo por encima de todo eso que pensabas que acabaría siendo útil para la sociedad. Así que se hizo esa campaña, que fue muy eficaz, más de lo que yo pensaba. Me han dicho que alguien que manda mucho en estos momentos piensa que perdió esas elecciones por nuestra culpa, por los comicastros. Y eso me parece excesivo. Porque por mucho que salgas cantando las bondades de alguien, que luego el que vaya a meter el voto decida por eso… en ese momento Zapatero tenía un halo —que después fue perdiendo— porque había hecho cosas estupendas para una parte muy importante de la sociedad.

Volvamos a la música. Soy un corazón tendido al sol es una obra maestra. Así de claro. Como ves, una entrevista imparcial.
Yo había salido de una época durísima. Estaba en Polygram y había hecho varios discos que no se habían vendido nada. Yo acababa contrato y en Polygram me preguntaron qué quería hacer. Yo estaba dando la vuelta personal, había nacido ya mi hijo David y me apetecía más quedarme en casa con él que ir a una reunión política. Empiezas a ver que por ahí flaqueas, que te apetece más irte al parque con el perro y el chaval que ir a ver al hijo de Santiago Carrillo. Entonces, de alguna manera quería dar también la vuelta en el terreno profesional y volver a vender discos y a trabajar como artista y compositor. Se lo conté a Polygram y no se lo creyeron porque ya eran muchos años de desgaste, así que me fui a CBS. Recuerdo lo que dijo Tomás Muñoz, que era el director de CBS: «Si a este tipo se le han ocurrido canciones como “Canción para Pilar” o “Quiero abrazarte tanto”… no se le habrá olvidado». Firmé contrato con ellos y me puse a escribir canciones.
Y a producirlas en el extranjero: otra dimensión.
Eso fue cosa de ellos.
Pero fue una buena decisión.
Fantástica. Aurelio González era una persona maravillosa que había allí y llevaba el departamento de artistas y repertorio. Era de los pocos tipos que he encontrado en la industria que sabía de qué hablaba. Vio las canciones que le había llevado y dijo que a eso había que darle vuelo. Buscó en Italia a un productor de lustre, pilló las canciones y les dio una vuelta: sonar diferente, cantar diferente… Y fue muy curioso, habían pasado ya diez años desde El abuelo Vítor y los medios me volvieron a llamar cantante revelación.
Es que, por ejemplo, «El niño que volaba» de Soy un corazón tendido al sol, ya no eres tú.
Sí, canto de otra manera. Enlazo, además, varios discos muy potentes (Luna, 1980; Ay, amor, 1981; Por el camino, 1983) y con buena inspiración. Entré en una etapa completamente diferente de mucho trabajo.
Empiezas a llenar estadios.
Bueno, no había estadios, digamos recintos grandes: palacios de deportes y sitios potentes. Pero sobre todo trabajar como un bestia. Recuerdo que hacía entre noventa y cien actuaciones en un año, era una brutalidad. Y estuve así varios años.
¿Cómo aguantaste?
Tenía muy buena edad. Y se aguanta, cuando tengo que cantar no me pongo malo.
No sigues la filosofía rock de cantar y después salir.
No, nunca lo he hecho. Además tenía poca vida.
No eras Sabina, vamos.
No, había un dicho que era: «Jodes menos que los músicos de Víctor Manuel». Siempre se produce una derrama, porque vienen a ver al cantante, pero si hay muchas ahí están los músicos como carroñeros.
En ese momento empiezas a tener gran público y derechos de autor. ¿Qué ha pasado para que cada vez que alguien defienda los derechos de autor cause tanto rechazo?
Hay una fase absolutamente injustificada de acoso a Autores. He estado veinticuatro años en la junta directiva, y era una sociedad de autores que recaudaba unos dos mil millones de pesetas (doce millones de euros) y ha llegado a recaudar sesenta mil millones de pesetas (trescientos sesenta millones de euros). No sé qué piensa la gente que es Autores. Es una sociedad que recauda para repartírselo a los autores, se llame viuda de John Lennon o se llame como se llame. Autores no tiene beneficios, no puede tenerlos, tiene que repartir todo lo que gana. Lo que pasa es que hay un momento en que Autores es muy poderosa, y sobre todo la figura de Teddy Bautista es muy incómoda para mucha gente que tiene medios importantes en este país. No puedo dejar de relacionar campañas furiosas de El País contra la SGAE cuando acaban de perder ochenta millones de euros contra la SGAE. Yo estaba dentro y sé cómo funcionan las cosas. Las campañas furiosas siempre coincidían con que alguien tenía que pagar mucho porque había perdido un juicio. SGAE no ha perdido juicios casi nunca, ni con televisiones ni con medios de comunicación, porque está obligando a unas tarifas que son las de Europa. Y si queremos ser europeos tenemos que aplicar las tarifas de Europa, nos guste o no. Entiendo que pagar no es nada agradable, y SGAE es un ente desagradable porque cobra a la gente. He estado allí mucho tiempo, dando la cara y pelándome contra la piratería.
¿Te han caído hostias?
Evidentemente, porque no haces un trabajo agradable. Más todo lo que pasó cuando entran en la SGAE y la intervienen. En ese momento yo no estaba, me había presentado a las últimas elecciones, que coincidieron justo con eso. Me había presentado a las elecciones porque continuamente gente desde dentro decía que alguien tenía que entrar allí e intervenir porque estaban pasando cosas horrorosas. Y me metí para ver qué era eso horroroso que estaba pasando y, efectivamente, habían pasado cosas horrorosas los cuatro últimos años, que coincidían con los años que yo no había estado. Si hubiese estado quizá hubiesen pasado igualmente, pero yo no estaba. Lo de Senante ha sido terrible porque la SGAE ha entrado en una especie de espiral asamblearia donde valen los votos de mucha gente. Y perdona que sea clasista, pero me parece que no vale igual un voto de Alejandro Sanz, que tiene muchos intereses en la sociedad de autores, que el de un chaval que no recauda nada. Es una sociedad puramente económica, no tiene nada que ver con un sindicato. Si me apuras tiene más que ver con un banco que con cualquier otra cosa. Y en eso estamos, el derecho de autor se discute desde hace mucho tiempo. Hay gente que piensa que todo lo que es cultura tiene que ser gratis, y el enemigo es el que quiere cobrar. Pero yo he mandado cartas, he hablado por la radio y he dicho las cosas más estúpidas para defender el derecho de autor. Lo de las bodas. No sé por qué piden que no se cobre en las bodas, porque se cobran los langostinos y las bebidas. ¿Por qué la música no? Es más, propongo que hagan las bodas sin música, que suba el padrino, lea un pasaje de El Quijote y se vayan todos a su puta casa, y no hay que bailar ni nada. ¿Para qué coño bailáis?
El otro día, ya ves qué cosas pasan, hablábamos con Krahe sobre Creative Commons y él decía, con su gracia impertérrita, que por qué no hay «Creative panadería».
Si tú quieres, cojonudo, Creative Commons es una opción que tienes ahí. Decides que tu repertorio se use según tú decidas. Pero, ¿y el que no quiere hacer eso? ¿Por qué te empeñas en que tiene que hacerlo? Cuando se lo explicas a la gente individualmente lo entiende, pero como colectivo no lo entiende, es una pelea perdida.
Es muy complicado.
Además este país tiene un punto de incultura muy fuerte y lo de la creación o que alguien tenga derecho a vivir de una canción que hace le cae tan lejos… Te dicen si vas a hacer una canción y vas a estar cobrando toda la vida. No, yo cobro cuando se usa. ¿Y un tío que hace un puente debería cobrar cada vez que se usa? Es que un tío que hace un puente cobra por hacerlo. Yo, por hacer una canción en casa, no cobro nada, únicamente cobro cuando alguien la compra o la escucha. Parece algo sencillo. Pues no hay manera.
¿Cómo valoras artísticamente los últimos quince años? Tienes Cada uno es como es, Sin memoria… ¿Desiguales? ¿Cuándo notas que un disco no ha salido como esperabas, que te agotas? Si es que tú lo ves así, yo te lo digo desde afuera.
Eso lo ves. Pierdes frescura, ganas oficio… las canciones no se te escapan, las haces, mientras que antes era más espontáneo, se te ocurría una cosa y la hacías. Eso se va perdiendo. Dentro de todos esos discos hay algunos más estimables, como El hijo del ferroviario.
Y hay canciones individuales extraordinarias, como «Sin memoria», «Eres una isla» o «Me gusta saber de ti».
Vaudí ha hecho una versión extraordinaria.
La he escuchado. Y antes que tú.
Es una maravilla. Pero son canciones sueltas. Y yo creo que pasa en todos los discos. En Soy un corazón tendido al sol había cinco o seis canciones que estaban muy bien y las otras seis eran canciones del montón. Otra cosa es que soy consciente del desgaste de los materiales. Yo me gasto, pero la gente también se gasta de escucharme, los medios se gastan de ocuparse de mí y soy como un florero que no saben dónde poner. Me respetan, pero no hay ni dios que ponga en la radio una canción nueva que haya escrito yo. Y eso ya es para siempre. De esto hace ya muchos años que me di cuenta. En el momento en que ves que las cosas no entran y que haces canciones tan notables como «La madre», por ejemplo, y…
«La madre» aún entró.
Fue de las últimas, y te estoy hablando de 1987.
Pero aún tienes canciones: «Donde da la vuelta el aire» o «Cómo voy a olvidarme».
Sí, como dices, incluso en el último disco, «No hay nada mejor que escribir una canción», hay canciones que me gustan.
Lo que no te ha dejado de preocupar en cada uno de los discos son determinados temas sociales. Y la situación actual está para canciones…
Claro, lo que pasa es que me pilla sin hacer canciones. He escrito algunas cosas para Ay, Carmela y comedia musical, pero no tengo ningún disco a la vista con canciones nuevas. Y es que hacer un disco ahora es como tirarlo al mar, y me da una pereza… Por un lado tengo ganas de hacer canciones, y de hecho me pongo de vez en cuando, pero por otro lado, editarlas es algo tan esforzado y tan inútil al mismo tiempo… Pero en algún momento me pondré y espero que me sigan saliendo cosas.
Canciones tuyas hablaban de temas que parecían ya superados, como «Sara», sobre el aborto, y que han vuelto. ¿Cómo te sientes en esta España de la crisis, tras Aznar, Zapatero…?
Estamos achicharrados. Es una sensación de déjà vu, de algo muy polvoriento, te preguntas de dónde sale esta gente. Creí que España ya no era así.
Lo del ministro del Interior y la mano de Santa Teresa…
Por un momento hemos vivido la ficción de que estábamos viviendo en otro país, y este otro país estaba ahí, con toda su caspa. Mientras no se ha podido mover no se ha movido, pero ahora que puede hacerlo se mueve con todas las consecuencias. Una de las canciones que voy a cantar con El Gran Wyoming en el concierto de cincuenta aniversario que haré en septiembre en Oviedo, Cincuenta años no es nada, es «Déjame en paz», una canción de 1982. Doy un repaso al repertorio y podemos rescatar fácilmente veinte o treinta canciones que son perfectamente actuales.
¿Qué es lo que más te toca las narices?
Todo en general: el desfonde que tiene la gente, la masacre que están haciendo… En un momento de optimismo podemos pensar que esto se recupera, pero no, esto se va a la mierda. Hay unas cosas que ya han hecho y que no vuelven para atrás, como la precariedad en el trabajo. La destrucción de trabajo que han hecho está hecha premeditadamente, no tiene nada de improvisación, es ideología pura, y además dictada. Como no se puede devaluar la moneda hay que devaluar el trabajo. El trabajo ya está en la mierda, todos ganamos el 30%, 40% o 50% de lo que ganábamos y eso con suerte, porque la inmensidad de parados que hacen cola para encontrar un trabajo de lo que sea y pagado con lo que sea… acabarán pagando en especies. ¿Cómo le dices a un chaval que tiene un trabajo con un contrato de dos semanas que hay un problema sindical en la empresa y que salga a la calle con una pancarta?
¿Qué parte de culpa tenemos en la cultura de esa época, de la corrupción cultural? De lo que Muñoz Molina habla en Todo lo que era sólido, aunque en el texto él se aparta a sí mismo cuando estaba dentro del sistema. Fue director del Instituto Cervantes. Y repito: que no pasa nada, estabas allí y ya está.
Sí, hiciste bien tu trabajo y ya está. Lo que pasa es que en la cultura entran también los arquitectos con sus obras faraónicas, y en eso todos estamos de acuerdo. Pero lo han hecho unos señores que están votados por una gente y que en la elección siguiente les han vuelto a votar. Y se han hecho muchos disparates. Este país está lleno de auditorios. Hice una gira por Castilla-La Mancha hace dos años y es acojonante la cantidad de auditorios que hay en Castilla-La Mancha. Y extraordinarios, supongo que empeñándose todo el mundo: ayuntamiento, comunidad… y eso es lo que estamos pagando ahora. Pero bueno, es una obra que está ahí y que cuando se salga de esta va a servir para el futuro. Se han hecho cantidad de estupideces y barbaridades. Seguramente habría que hacer las cosas de una manera más controlada, igual que las autopistas. El ejemplo de Madrid es tremendo.
Esas autopistas sin un solo coche…
Pero no solo eso, sino que además tendrá que pagarlo el Estado. Si hay beneficios son para Acciona, Sacyr o no sé quién, pero si hay palmatoria lo pagamos todos. Eso es una barbaridad.
¿Cómo han sido estos cincuenta años?
Han sido la hostia.
Si se lo contamos al chaval de diecisiete años que llegó a Madrid…
Yo pensaba que venía a Madrid a cantar un poquitín, con un poco de suerte tener algo de éxito, ganar mis perrines, comprar un Haiga y volver a Mieres a poner una cafetería. Eso era el destino de los cantantes. Yo quería poner una cafetería al lado del ayuntamiento y ya está, porque la vida de los cantantes durante muchos años era esa: tener un pequeño negocio de lo que fuese en el pueblo, y una vida así jamás la pude soñar, tan larga y tan cojonuda. Con todos los altibajos, pero pasándolo bien y disfrutando mucho de este trabajo. Una suerte… no sé qué habré hecho bien en otra vida, pero ha sido un premio cojonudo.

Fotografía: Guadalupe de la Vallina