
Soledad Gallego-Díaz es una de las figuras decanas, de referencia, del periodismo español. Lleva más de tres décadas en el diario El País, del que fue directora adjunta —en su día declinó el ofrecimiento de hacerse cargo de la Dirección del periódico— y donde podemos leer sus columnas. Además de haber ejercido entre otras cosas como corresponsal en diversas partes del mundo, desde Argentina a Bruselas, pasando por París, Londres, etc. Nos encontramos con la periodista en el hotel Alcalá Norte de Madrid, y dado su profundo conocimiento del oficio y el importante papel que ha desempeñado en un medio tan relevante a nivel nacional no podíamos dejar pasar la oportunidad de recabar sus opiniones, pensamientos, experiencias y recuerdos en torno al mundo de la prensa. Esta es la conversación que mantuvimos con ella… una disección del periodismo, sus mecanismos, sus verdades y mentiras, sus principios morales, sus mitos, sus polémicas y confusiones, sus diferentes modos de investigar y escribir, además de tratar algunos otros asuntos de índole política y social.
Has afirmado alguna vez que no hace falta estudiar una carrera para ejercer el periodismo.
Estoy completamente convencida.
¿Esto ha levantado alguna ampolla?
¡Huy! Sí. Cada vez que se me ocurre decir eso en una facultad de periodismo me quieren matar. Comprendo que la gente que está estudiando periodismo se sienta… pero es que el periodismo, sinceramente, no es una carrera universitaria. No contiene conocimientos teóricos suficientes para justificar cinco años de estudios. No es verdad. ¿Conviene que los periodistas sepan sociología? Estupendo. ¿Conviene que los periodistas sepan tocar el piano? Fantástico. Todo lo que sea añadir conocimientos me parece muy bien, pero no existen materias específicas de periodismo. Me parece bien que los periodistas tengan una carrera universitaria, en el sentido de la universidad les da una manera de enfocar los problemas, exige una manera de trabajar seria y sólida… en general. Pero eso te lo exige también la facultad de ciencias exactas, te lo exige la de sociología, etc.
¿Crees que es un oficio que se aprende sobre la marcha, básicamente?
Se convirtió en carrera universitaria porque los periodistas teníamos complejo de no ser universitarios. Y como queríamos ser universitarios…
Por “titulitis”, vamos.
Nos inventamos esa carrera simplemente para darnos el gusto de tener un título universitario.
¿Cuáles son entonces las cualidades necesarias para ser periodista?
Curiosidad. Sentido de la justicia, también. Me fastidia mucho que en las escuelas de periodismo, en las universidades, les digan a sus alumnos que se puede demostrar una cosa y la contraria. Eso no es verdad. Ser deshonesto no es un requisito para ser periodista. Parece que ahora se plantea que los periodistas somos seres deshonestos… pues no. Hay que ser honesto, primero como ser humano. Como periodista también, pero como ser humano especialmente. Con nuestros problemas, con nuestras preocupaciones y con todo lo que va aparejado, pero manteniendo un grado de honestidad. Una cierta capacidad de indignación y un deseo de contar las cosas que ves. El periodismo tiene una parte de testimonio. Creo que es muy importante verlo y contarlo. Contarlo de acuerdo a unas normas, no como este ”periodismo ciudadano”… el periodismo no es un mero relato comunicacional.
Hablando de honestidad, hemos entrevistado a varios importantes periodistas de El País y nos han dicho —no sé qué pensarás— que te consideran algo así como la autoridad moral del periódico.
(arquea las cejas, sorprendida) La “autoridad moral” del periódico no existe.
Me refiero a que te consideran, por así decir, una persona de referencia.
Porque llevo treinta y cinco años trabajando allí, con lo cual… llevo toda la vida trabajando en el periodismo y en El País. Me temo que soy de los más viejos del lugar. Pero autoridad moral… no, en absoluto. La autoridad moral del periódico la tiene muchísima gente, el colectivo del periódico.
En cuanto al funcionamiento de un periódico, Ramón Besa nos dijo que en los periódicos antes se hacía el planillo poniendo las noticias y después buscando sitio para los anuncios, y que ahora se ponen los anuncios y después se busca el hueco para las noticias.
No, pero eso nunca ha sido verdad. Siempre se han colocado primero los anuncios. Otra cosa es que no dependieras de los anuncios y pusieras este anuncio aquí, este otro allá… lo que quisieras. Eso sí es verdad, si tenías un texto largo podías mover la publicidad. Pero obviamente siempre se han colocado primero los anuncios.
Siempre fue igual de importante el anuncio, pues.
Sí, pero es que además es básico. El problema que hay ahora es que no existe suficiente publicidad. El periodismo sin publicidad no es ninguna ventaja, ¡es una mierda! Porque no tienes dinero para hacerlo. ¿Cómo vas a mandar a alguien a testimoniar lo que está pasando en Siria si no tienes dinero? Mandar a un periodista a Siria, aparte de ser peligroso, es muy caro. Los periodistas no nos alegramos de que no haya publicidad.
Casi todos los periodistas a los que hemos entrevistado coinciden en quejarse del nuevo modelo de negocio tanto desde el punto de vista empresarial, como ideológico. Nos decía Olga Viza que “el sectarismo es ahora la base del negocio”.
Creo que el problema —más que el sectarismo de la prensa, que lo hay— es que no está claro ese modelo de negocio, que ha saltado por los aires. El modelo de la prensa escrita ha sufrido una transformación bestial por la aparición de Internet. La aparición de las webs de información que todo el mundo piensa que son el futuro de los media… no da dinero. Nadie ha conseguido que ese modelo dé dinero. Todo el mundo lo está desarrollando, todo el mundo está invirtiendo, pero no da dinero. Mientras, la prensa clásica de papel sufre una crisis económica brutal en la que desaparece la publicidad. Y desaparecen también periodistas: miles de ellos se van al paro. Ese desequilibrio tan enorme nos tiene a todos locos. Nadie sabe qué va a pasar. Nadie sabe en qué momento Internet va a producir dinero. Lo que decíamos antes: si quieres un periodismo de calidad, necesitas unos ciertos ingresos. Si Internet no los produce, la red se va a limitar a ser una especie de peloteo permanente de una sola información que rebota cien mil veces por el ciberespacio.
Un “copiar y pegar” infinito.
En Internet hay poquísimas cosas nuevas. Hay mucho de “periodismo ciudadano”. Pero lo del “periodismo ciudadano” es una confusión enorme entre lo que es comunicación y lo que es periodismo.
¿Cómo definirías esa diferencia?
Internet permite una comunicación masiva entre millones de personas, eso me parece excelente… pero eso no es periodismo. El periodismo exige un análisis, exige proporcionar a los lectores un contexto, el retrato de un momento dado. Y eso ha de seguir unas reglas profesionales (confirmación de los datos, etc.) que pueden parecer una tontería, pero no lo son en absoluto. Son cosas muy importantes en el periodismo y muy importantes para la calidad de una democracia.
¿Qué ocurrirá si Internet termina por no dar dinero y los periódicos de papel siguen en crisis?
(con tono sarcástico) Pues que nos moriremos todos y unos cuantos se suicidarán antes. Pero sinceramente no tengo ni idea. Lo cierto es que ¿por qué la publicidad en Internet es tan barata? Esta explicación no es nada científica —aunque existen algunos estudios sobre esto— pero probablemente se debe a que la gente en Internet no presta suficiente atención. Cuando entras en Internet estás un minuto, dos minutos viendo una página. Estás permanentemente distraído por cosas y tampoco te fijas en la publicidad. Supongo que eso es un problema. No tengo ni idea de cómo funciona eso, pero me temo que no tiene ni idea nadie.
¿Qué impresión te ha causado el cierre de Público?
Lo lamento muchísimo. Es un periódico que me interesaba. Con unos periodistas excelentes. Además muy comprometidos con el tipo de periodismo que querían hacer.
Después de ese cierre, ¿queda algún periódico de izquierdas a nivel nacional?
No, porque El País no es un periódico de izquierdas. Nunca lo ha sido, aunque la gente en un momento dado debió pensarlo. Es un periodismo de centro-izquierda, por decirlo de alguna manera, y progresista en lo social… pero no un periódico de izquierdas. Además nunca ha pretendido serlo.
¿Qué significó Jesús de Polanco para la prensa española?
Fue importantísimo para la prensa española en el sentido de que modernizó la empresa periodística. Una grandísima transformación que fue muy útil para el desarrollo del periodismo. Un tipo de empresa que se parecía más a las anglosajonas, que respetaba la separación entre la redacción y la propiedad, entre la redacción y la publicidad. En España había una empresa mucho más pegajosa.
¿Y cómo ha cambiado Prisa, o El País en concreto, desde la desaparición de Jesús de Polanco?
Es que la desaparición de Jesús coincide con la transformación del negocio. No sé qué hubiera pasado con él vivo, la verdad. No tengo ni idea de hasta qué punto su desaparición supuso un cambio radical en la empresa… lo que supuso un cambio radical es el nuevo modelo de negocio.
Por cierto, cuando el PP rompió relaciones con Prisa, el grupo editorial al que pertenece El País, tú mantenías tus fuentes dentro del partido intactas.
Sí, porque llevaba tantísimos años haciendo información que tenía una relación no de amistad —porque yo no creo que sea posible para un periodista tener amistad con políticos— pero sí de respeto y de aprecio.
¿De confianza?
De cierta confianza, por supuesto. Saben que respetas una serie de normas de funcionamiento con ellos. En aquella época en que el PP rompió relaciones con El País recuerdo que —el mismo día que se anunció— llamé a una de mis fuentes y le dije “¿qué pasa, que a partir de ahora ya no podemos hablar?”. Y me dijo “¡Me puedes llamar cuando quieras! Eso sigue exactamente igual, tú y yo nos conocemos desde hace treinta años, eso no va a cambiar”.
Una pregunta obligada: te ofrecieron la dirección de El País y la rechazaste…
La postura esa de tener que aceptar… me molesta mucho eso de “a las mujeres les ofrecen cosas y luego no las quieren”. No sé lo que harán las mujeres, eso es lo que hice yo.
No, no te lo pregunto en ese sentido, aunque ya puestos podría ser una cuestión interesante el por qué no hay mujeres dirigiendo periódicos.
Pues ¡porque no se lo ofrecen! No es porque hayan dicho que no. Yo he dicho que no, pero el mío es sólo un caso particular.
Claro. Quería precisamente conocer tus motivaciones particulares para declinar la dirección de un periódico tan importante.
Dije que no porque en aquel momento me interesaba mucho más el manejo de la redacción, y eso lo llevan los directores adjuntos. En ese momento yo era directora adjunta, llevaba unos años manejando la redacción y eso me apasionaba. El director tiene otra serie de competencias. Además, ya había una persona que podía cumplir la función de director con la que yo estaba completamente de acuerdo, Joaquín Estefanía. Me pareció un excelente director, así que no había ningún motivo por el que me viera obligada a dejar de hacer lo que yo quería hacer por ocupar el puesto. Sinceramente, lo ocupaba una persona que tenía todo mi respeto profesional.
Si te ofrecieran ahora mismo la dirección del periódico, ¿tampoco la aceptarías?
Depende. Ahora a lo mejor sí. Probablemente sí.
¿Por qué ahora sí la aceptarías? ¿Qué ha cambiado en tu visión del papel que cumplirías como directora?
El momento tan caótico en el que estamos.
Te gustan los problemas (risas)
Me gustan los problemas y me parece más atractivo intentar poner orden en el caos.
Enric González nos dijo que lo que recomienda al periodista que está empezando es que desconfíe de los jefes, que no trabajan para el lector sino para los accionistas, para los inversores.
No estoy convencida de que eso sea verdad. Depende de los jefes. Conozco jefes que sí trabajan para el lector, con la voluntad de hacer un producto más interesante y atractivo, que les resulte más útil. No “útil” en el sentido de que tengas una “farmacia de guardia”, sino útil en el sentido de que les ayude a pensar, a comprender, a tomar sus propias decisiones de acuerdo con la información que reciben. Sí hay jefes de esos. Ahora, depende de a lo que llames jefe. ¿Un redactor jefe es un jefe? Sí. ¿Un director es un jefe? Sí. Creo que tienes que respetar a los jefes si piensas que responden al interés de la profesión. Si tienes evidencia de que no, entonces no tienes por qué hacerles caso ni apreciarles. Pero si son buenos jefes, no veo por qué tienes que desconfiar de ellos.
Otra frase de Enric González: “hay que ser hábil para trabajar para el lector sin que te despidan”.
(ríe) Los periodistas tienen que ser hábiles siempre, en su defensa del lector. No sé si para evitar que te despidan o no, pero sí en defensa del lector. En una empresa periodística normal puede ocurrir que un tema no les interese, por cuestiones empresariales. Pero si tú eres lo suficientemente hábil como para tratar ese tema —en el sentido de que lo que estás contando sea indiscutible— también es muy difícil que la empresa no lo publique. Eso que se dice de que las empresas pueden tirar abajo la información de los redactores no es cierto. El director o el redactor jefe que sabe que esa información no le gusta a la empresa puede quizá decir “esta información es incorrecta”, “a esta información le faltan datos”. Pero si la información lo tiene todo, si eres lo bastante hábil como para que sea una información sólida, que tenga cuatro patas como una mesa, y que esa mesa resista todo lo que le pongas encima…
Para sacar determinadas informaciones adelante, ¿hay que ser terco, además de hábil?
Muy terco. Y tienes que ser muy sólido; cuanto más complicado es el tema, cuanto más difícil de tratar porque la reacción que provocará en medios poderosos es mayor, más importante es que ese tema resulte inatacable. Y si no lo pueden atacar, al final se publicará.
Con estas cosas siempre me viene a la mente el famoso caso Watergate, cuando dos periodistas sacan adelante una información, al principio incluso un poco en contra de la opinión de su periódico. ¿Un periodista tiene que hacer eso a menudo, pelear en contra de su propio periódico?
Sí, pero entiéndeme: no tiene que ser siempre porque el periodista se halle ante intereses bastardos de la empresa. No. A veces hay intereses bastardos, claro que sí, pero a veces es simplemente que esos temas no les gustan a los jefes, no les parecen temas atractivos ni llamativos para el lector. Y tú, en cambio, estás convencido de que es un tema importante. Sí que tienes que batallar con tu periódico, con tu medio, con tus jefes, para conseguir que comprendan que ese tema es tan importante como tú crees que es. Para eso, también tienes que conseguir argumentarlo, no vale decir “yo sé que es importante porque resulta que soy muy listo”. Tienes que conseguir el material, ser capaz de escribirlo de forma que quien lo lea lo encuentre indiscutible. Esto es así. ¿Has de batallar con tus jefes y con tu empresa? Claro que sí, pero forma parte de tu profesión.
¿Qué opinas de que se bajen los sueldos de los periodistas o se les den jornadas larguísimas y sin embargo haya directivos que se suben el sueldo, como los políticos, en mitad de una crisis?
Bueno, el objetivo palmario de la nueva ley de reforma laboral es que bajen los sueldos de una manera general, para todo el país. Lo hacen con una idea económica detrás, no lo hacen por fastidiar sino porque creen que es una manera de recuperar productividad. Y ya está. Es una cuestión ideológica. Así que bajan los sueldos de toda la sociedad, no solamente de los periodistas. ¿Los directivos? Los directivos de la prensa o de cualquier otra empresa deben adaptarse también a las circunstancias. No es lo mismo bajar un sueldo de mil euros a ochocientos, que bajar dos millones de euros a un millón quinientos mil (risas). Evidentemente, no es lo mismo. Pero bueno, en cualquier caso los directivos deberían también ajustarse, lógicamente. Sobre todo por una cuestión de credibilidad. Los directivos también necesitan credibilidad.

¿Crees que actualmente en la prensa hay demasiado porcentaje de opinión frente a información?
Pues sí. Yo creo que hay demasiada opinión. Y mira que yo hago columnas de opinión, debería decir que no. Pero sí. Se echa de menos información elaborada, no solamente el mero dato, sino información contextualizada de una manera seria y profunda. Eso es difícil de hacer, es complicado, no es nada fácil. Resulta caro, también. Es mucho más fácil tener una opinión, y mucho más barato.
Entonces, ¿sucede esto sencillamente porque es más barato publicar opinión que información?
Bueno, depende, porque hay gente que opina que el columnista cobra mucho. Pero como principio, sí lo creo. Pasa con la televisión, ¿por qué hay tantos programas de charleta, de éstos que está todo el mundo hablando y diciendo tonterías? Porque es baratito. Es muchísimo más caro hacer una serie, que juntar a cuatro tontos —con perdón— diciendo tonterías. O a cuatro personas listas… diciendo tonterías. Eso cuesta poquísimo. Por eso las televisiones están llenas de ese tipo de programas.
A raíz de esto que comentas, en cuanto al tema de la “telebasura”, ¿crees que es cierto eso de que se le da al público lo que el público quiere?
¡Qué va! Se le da al público lo que se le da, punto. ¿Hay alguien que pueda preguntarle al público qué es lo que quiere? ¡No!
(risas) …visto así.
Eso es todo mentira. Lo que pasa es que llega un momento en que ponen tantos programas de este tipo, que la gente los ve.
Porque no hay otra cosa.
Si es que no tienen otra cosa que ver. “Es que tienen mucha audiencia”. ¡Claro! Pero cuando hay un debate de un programa de pura basura y le pones al lado un partido de fútbol, ¡la gente va a ver el partido! ¿No? Evidentemente no quieren ver el debate, quieren ver el partido. ¿Por qué? Porque es más interesante. Lo mismo pasa con las buenas series de televisión, ¿qué porcentaje de audiencia tienen algunas de estas series de producción española? Probablemente mayor que muchos de estos programas. Hay una cantidad de afirmaciones que se dan por ciertas… y si te poner a escarbar un poco, son mentira.
(En este momento, nuestro fotógrafo le pide que pose con un periódico en las manos. Soledad ve de reojo un titular sobre la desaparición de Yéremi Vargas, y —eso tan bonito del instinto periodístico y la “deformación profesional”— no puede evitar cuestionarse la actuación de las autoridades y sobre todo la de los periodistas que cubrían la comparecencia de la Guardia Civil, N del R.)
Qué cosa extraña la de este niño, Yéremi Vargas, ¿no? ¿Por qué ha tardado cinco años la policía en decir que tenía una marca cerca del cuello? Porque eso a lo mejor podría haber ayudado a identificarle, ¿no? Ahora dices cómo el niño iba vestido, que tiene una marca… ¿por qué no lo dijiste entonces? Supongo que tendrán una explicación que dar. Te quedas con la duda: ¿algún periodista le habrá dicho a la guardia civil “oiga, por qué han tardado ustedes tanto en decirlo”? ¿No? ¡Alguien habrá preguntado eso! ¿Y por qué no está en los periódicos?
¿Crees que ningún periodista lo ha preguntado?
Bueno, si no lo hubiera preguntado nadie, me quedaría boquiabierta. ¿Cómo es posible que no se lo hayan preguntado? “¿Por qué lo dice usted ahora, qué motivo ha tenido? Dígamelo usted”.
¿Y por qué no lo han preguntado?
Yo creo que los periodistas están tan preocupados escribiendo en las tabletas estas que les dan ahora, que no escuchan. Están en una conferencia de prensa y están transcribiendo lo que oyen. Si estás transcribiendo lo que oyes, no te das cuenta de lo que estás oyendo. Y sobre todo no tienes el instante ese en que se te enciende la bombilla y dices “lo que me está contando este señor es absurdo”. Y entonces levantas la mano, y preguntas. Si estás transcribiendo, ¿cómo puede hacer eso?
¿A qué se debe esta actitud?
Hay una parte que es la presión terrible de la inmediatez, de que ahora las conferencias de prensa hay que meterlas en la web a tiempo real. Si estoy en una conferencia de prensa y tengo que transcribirla a tiempo real… será que yo soy muy lenta, y que soy muy torpe, pero estoy segura de que no voy a tener ese instante en el que piensas “esto que acaba de decir es imposible” o “esto que acaba de decir es contradictorio”.
¿Y los medios no piensan que ofrecerían un mejor producto si dejaran que al periodista se le encendiera la bombilla e hiciera esa pregunta?
Claro, pero la inmediatez de la web tiene un efecto depredador sobre las capacidades de los periodistas, que es acojonante. De momento, supongo que con el tiempo eso se irá solucionando.
¿Crees que hay un problema de fuentes de información, de que se publica información sin comprobarla debidamente?
Sí. Es que los periodistas también tienen poco tiempo para comprobar. Hay una cosa que cada vez me gusta más en algunos medios de información, que es el “fact check”. Es decir, uno escribe “en España hay un terrible fraude fiscal que provocan los profesionales, etc.” y al lado tienes uno que se dedica a comprobar: “no, el 76% del fraude fiscal proviene de empresas que facturan más de seis millones de euros. El señor que está trabajando en negro obviamente no paga su parte, pero no es el gran defraudador: el defraudador es la empresa”. Eso es el “fact check”. Cada vez que los políticos o los agentes sociales dicen una cosa, poner al lado “bueno, pues este dato que acaba de decir el señor ministro de tal o el señor de la oposición, es mentira”.
Y esto, ¿quién se va a dedicar a hacerlo?
Esto lo tienen que hacer los periodistas. La cantidad de datos que se manejan y que no son ciertos resulta asombrosa.
Pero entonces costaría muchísimo más dinero elaborar la información.
Por eso es una pena que no haya publicidad (risas). Una cosa que me preocupa mucho es que en la actualidad, si ves los grandes temas de periodismo de investigación —por ejemplo en los Estados Unidos—, están financiados por empresas sin ánimo de lucro. Como ProPublica, o el centro de investigación de la Duke University… hay cantidad de sitios con dinero de benefactores que financian a periodistas para que hagan investigación. Antes era la empresa periodística normal y corriente la que invertía en investigación; ahora eso depende de fundaciones sin ánimo de lucro. Me parece asombroso, ¿no? Es un fenómeno que me parece chocante.
Es chocante, desde luego. ¿Crees que está cercano el momento en que vuelva a haber orden en la prensa o el caos de la prensa tiene para largo, al menos tanto como la crisis económica?
Yo creo que tiene para largo, más incluso que la crisis económica. Entre otras cosas porque la prensa va a salir tan extraordinariamente tocada de la crisis… que no sé cómo va a resistir.
Por cierto, ¿qué opinas del estado de la prensa deportiva, sobre todo de la futbolística?
A mí sí me gusta. El fútbol me gusta. La prensa futbolística siempre ha estado más volcada en los equipos cercanos: los periódicos de Barcelona siguen al Barça mucho más que un periódico de Madrid y viceversa.
Bueno, pero eso hasta cierto punto es lógico.
Es lógico porque las aficiones están en donde están. Pero siempre me ha parecido que el periodismo deportivo tiene los mejores escritores. Muchas veces he dicho en plan de broma —aunque en el fondo sí que lo pienso— de pedirle a periodistas de información política “oye, ¿por qué no es escribes como si fueras de deportes?”, porque los de deportes en general escriben mucho mejor. No todos, pero…
Con pasión.
Sí, con pasión, pero que eso no quite para que vean un penalti. Una cosa es que tengas pasión y otra es que no veas que Maradona ha puesto la mano cuando ha metido el gol.
Ya que hemos hablado del caso Watergate, ¿te gusta cómo se trata el periodismo en el mundo del cine? ¿Da una imagen demasiado romántica del periodista, o…?
Lo que me preocupa es que ahora sufrimos un desprestigio del periodismo que es acojonante. Los periodistas que salimos en la televisión somos todos unos sinvergüenzas, gente deleznable que está al servicio de cualquier ejecutivo o de cualquier empresario que te da un sobre. Antes, la imagen era… en Primera Plana, por ejemplo, el protagonista —Jack Lemmon— es buena gente, es un buen periodista y es buena gente.
Y el canalla es el jefe (Walter Matthau).
Pero incluso el jefe tiene su encanto. Sin embargo, hay cantidad de películas donde los periodistas son una panda de sinvergüenzas.
Sin embargo, hasta los años setenta, o los ochenta incluso, el periodista sí era el héroe en otras muchas películas.
Pero ahora no. No creas que el desprestigio de la figura del periodista no me preocupa.
O sea, no crees que ahora harían una serie como aquella de Lou Grant.
Claro, por ejemplo. En la última temporada de The Wire hay un periodista sinvergüenza que se inventa una fuente, pero también hay periodistas solventes, serios, que intentan hacer su trabajo.
¿Qué te pareció la forma de tratar el periodismo en The Wire?
Bueno, yo creo que esa serie es extraordinaria. En cuanto al capítulo del periodismo, refleja la corrupción que existe, refleja una realidad… pero también refleja otra realidad que es un periodismo más serio. De hecho, el guionista de esa serie, David Simon, fue periodista.
¿Qué opinas sobre figuras como la de Simon, periodistas que llevan su experiencia en el mundillo periodístico al terreno de la ficción?
A mí me gusta. Creo que el periodismo es útil para la sociedad, no creo que sea una vergüenza. Siempre ha existido periodismo amarillo, siempre han existido periodistas sinvergüenzas. De acuerdo. Pero el periodismo que se ajusta a las normas es útil para los ciudadanos. No me siento en absoluto identificada con el periodismo como bazofia. Pues no.
Durante la transición publicaste el borrador de la constitución, ¿cómo se obtiene una exclusiva semejante?
Pues… con muchas ganas (ríe). Teniendo el convencimiento de que los ciudadanos tenían derecho a conocer ese primer borrador de la Constitución. Ya lo conocían los estamentos vivos de la sociedad, no es cierto que ese borrador estuviese solamente en manos de los ponentes. Estaba en manos de bastante más gente de lo que parecía, gente que lo comentaba y hacía sugerencias. Y sin embargo el conjunto de ciudadanos no tenía derecho a participar en ese debate. Una vez estás absolutamente convencido de que tienes una buena razón para buscar ese texto, es más fácil.
¿El borrador circulaba por bastantes manos pero nadie lo hacía público?
Era un borrador secreto. Los ponentes daban ruedas de prensa para explicar generalidades, los acuerdos… pero no contenidos concretos. Todavía hoy es un borrador interesante para examinar, aunque luego sufrió transformaciones.
Visto hoy, ¿qué te parece el texto de la constitución? ¿Te gustaría que se introdujera algún cambio o no lo consideras necesario?
Todas las constituciones necesitan cambios. Creo que ésta es una constitución muy útil, sinceramente. En su estructura básica es perfectamente válida. Probablemente lo que necesite son correcciones, a lo largo de los años hay aspectos de la sociedad que son completamente nuevos.
¿Hay algún título de la constitución, o algún punto en concreto, que crees que se debería cambiar o eliminar?
Hay bastantes cosas que hay que cambiar. El tema de que en la monarquía no puedan suceder las mujeres es absurdo. Y hay cosas sobre la organización de las autonomías, por ejemplo la necesidad de unificar estadísticas.
En todo este tiempo transcurrido desde que se instauró la constitución, ¿cómo percibes el cambio en la consciencia democrática de los españoles?
Pues creo que la consciencia democrática de los españoles es buena, tienen una concepción bastante justa de la democracia. Creen que va acompañada de una serie de pactos entre los diferentes estamentos de la sociedad, como el estado de bienestar. Entienden que eso forma parte del conjunto de la democracia. Creo que es un concepto muy razonable del estado democrático.
¿Crees que con la crisis económica que estamos padeciendo puede resentirse la credibilidad de las instituciones ante los ciudadanos?
Sin ninguna duda. Hay una crisis de credibilidad en los políticos, en la monarquía… cuanto más se ponga en peligro ese pacto que da origen a la democracia europea, más problemas tendrán las instituciones para conservar su credibilidad. Los ciudadanos europeos —los norteamericanos probablemente lo vean desde otra concepción— tienen una idea básica de en qué consiste el estado del bienestar, y lo defienden. Forma parte de las señas de identidad de este lado del mundo. Todo lo que suponga un deterioro muy grande del estado del bienestar llevará necesariamente acarreado un deterioro del concepto democrático de los ciudadanos. Los políticos deberían ser conscientes de esto.
Por cierto, ¿qué puede suponer el caso Urdangarin para la percepción que se tiene de la monarquía o para el futuro mismo de la institución?
El caso Urdangarin perjudica muchísimo a la monarquía. El señor Urdangarin debe responder de sus actos y —si se ha cometido delito— irá a la cárcel, evidentemente. Ahora, en cuanto a lo que eso afecte a la monarquía creo que hay una cosa que debería haberse planteado: la responsabilidad del gobierno en el asunto. Porque el gobierno tiene encomendada la defensa de las instituciones y la monarquía es una institución. El gobierno debió haberse dado cuenta de que el señor Urdangarín tenía un piso de nueve millones de euros… porque se publicó. ¿Cómo es posible que el gobierno no acudiera a la Zarzuela y dijera: “majestad, está sucediendo este problema con su yerno, esto no es un problema de su familia: esto es un problema de Estado”? ¿Cómo es posible que parezca que el gobierno no tiene ninguna responsabilidad en este asunto? Es su obligación defender la credibilidad de las instituciones y no consentir que se pongan en peligro.
¿Pero no se supone que existen mecanismos de control al efecto?
Sí, claro que existen. Los actos del rey necesitan refrendo del gobierno.
¿Por qué no se han ejecutado esos mecanismos de control?
Pues no lo sé. Probablemente por una dejadez del gobierno, por una poca consciencia de sus obligaciones. Cuando haya república, el gobierno tendrá sus obligaciones con respecto a la república. Pero mientras haya monarquía tiene sus obligaciones con respecto a la monarquía
¿Crees que se puede llegar a plantear seriamente y en tiempos relativamente próximos la necesidad de cambiar de régimen?
La monarquía es un sistema obsoleto, eso está claro. No creo que haya nadie que piense que sea un sistema lógico para estructurar la sociedad moderna. Lo que no quita para que en este momento haya problemas más serios que ése. Me preocupa mucho la manía que hay ahora con distraer a los ciudadanos de los temas importantes. Monarquía o república… desde mi punto de vista hay temas mucho más serios, que nos afectan más. Tengamos esa discusión, por supuesto que sí, en algún momento habrá que tenerla. Pero que en mitad de la crisis me digan que lo más importante es eso, resulta sospechoso.
A raíz de lo que comentas, el que en plena crisis económica se haga a veces tanto hincapié sobre otros asuntos, ¿es un reflejo de que se nos vende la crisis como si fuera una especie de fenómeno climático global contra el que no hay remedio?
Es que no lo es. La crisis tiene responsables. No es, en absoluto, un chaparrón que haya caído. No es la erupción del volcán del Hierro. La crisis está provocada por una serie de desregularizaciones del mercado, que empezaron en EEUU durante la época de Ronald Reagan y que en Europa llevó a su esplendor la señora Thatcher. Es un planteamiento ideológico claramente estructurado y desarrollado a lo largo de muchos años por una desregularización normativa, por todo lo que es la globalización, cuando no tiene por qué ser así. Es así porque se ha querido que sea así. Y eso es lo que ha provocado la crisis. Sería muy importante que los ciudadanos no nos distrajéramos tanto con otras cosas.
¿Cómo explicas que una crisis que comenzó como crisis del sistema financiero privado ahora sea presentada como una crisis en la que son los estados los que tienen que hacer recortes?
El problema no es que los estados tengan que hacer recortes, que seguramente los tienen que hacer, porque es la realidad. El problema es que además resulta que tú eres el culpable. Es el ciudadano el culpable, por haber comprado un apartamento asqueroso en mitad del desierto (risas), es el responsable, porque ha actuado a lo loco… pero oye, ¿y el banco que le dio el crédito sin que tuviera avales suficientes para poder mantener esa hipoteca? El gran problema de la hipoteca no es ese señor que la está pagando. Son los promotores los que no están pagando los créditos. Ese enorme grado de morosidad que tienen los bancos no está provocado por el pobre peruano que se ha comprado un apartamento en Seseña, ni por el pobre madrileño que ha comprado un piso para su hijo. No. El problema está en el promotor, en los que compraron esos terrenos enormes: el banco les dio muchísimo dinero para levantar urbanizaciones que ahora no se pueden vender. Ese es el gran problema de la morosidad bancaria.
Cambiando momentáneamente de tercio, quería saber lo que piensas sobre la inhabilitación del juez Baltasar Garzón.
Bueno, hay dos cosas importantes. Yo creo que Garzón hizo mal en el tema de Gürtel. Intervenir las comunicaciones entre un defendido y un abogado me parece una cosa grave. Ya me pareció grave cuando se hace con los terroristas; tampoco estoy de acuerdo que se haga con los terroristas, pero bueno, la ley permite hacerlo en ese caso. En este otro caso, sin embargo, la ley no permite que se intervengan las comunicaciones entre un defendido y su abogado; creo que ese es un derecho fundamental de una persona.
¿Te parece pues que la inhabilitación de Garzón es procedente?
A ver: sería procedente si demuestras que eso se ha hecho a voluntad. El problema con la prevaricación es que tienes que demostrar que lo hizo ex profeso, sabiendo que no podía hacerlo. Eso es la prevaricación, y creo que en el caso de Garzón no estaba tan claro. Que yo tuviera una posición no quiere decir que yo tuviera la razón, es decir: existía una cierta polémica en el mundo jurídico sobre hasta qué punto se puede interferir las comunicaciones con un detenido o no. De hecho, en el caso Gürtel hay otros miembros de la carrera judicial que están de acuerdo con el señor Garzón… luego no debe de ser tan evidente. Así que, si existía la posibilidad de que Garzón no hubiera tomado esa decisión a sabiendas de que no podía tomarla, sino porque se equivocó, creo que no debería haber sido inhabilitado, no debió ser acusado ni condenado por prevaricación. Porque no creo que la prevaricación se pudiera demostrar. El Tribunal Supremo ha decidido que sí, pero creo que el Supremo tiene un especial encono y experimenta un malestar desde hace años no ya contra el juez Garzón, sino contra este tipo de juez.
¿Qué tipo de juez es ése?
Es un tipo de juez que tiene un gran protagonismo. También es verdad que adquiere ese protagonismo porque entra en temas que son muy difíciles de tratar, algo que la ciudadanía aprecia. A los jueces del Supremo, seguramente, les ha parecido siempre el anti-modelo de juez que ellos quieren promover.
Un “juez estrella”, por así decir.
Exactamente. Pero una cosa es que te molesten los “jueces estrella” y otra es que lo inhabilites. Estoy en desacuerdo con esa sentencia, lo cual no quiere decir que convalide el hecho de que el juez Garzón tuviera razón en su actuación.
Es decir, resumiéndolo: desapruebas la conducta de Garzón pero desapruebas también la sentencia de inhabilitación.
Creo que la conducta de Garzón pudo ser corregida en una instancia superior. Cuando él decide intervenir esas comunicaciones y se le dice que no, las retira. Para eso existe la instancia superior, para corregir las decisiones de los jueces que se han equivocado. Que es algo que ocurre todos los días, ¿eh?
¿Qué te pareció la reacción, mayoritariamente de indignación, que se produjo entre mucha gente tras la sentencia de inhabilitación, una indignación ejemplificada en el apoyo a Garzón en las redes sociales?
La entiendo. Creo que con el juez Garzón a la mayoría de los ciudadanos les pasa lo que a mí, que tengo una deuda de agradecimiento con él, sobre todo por el caso Pinochet. Me acordaré toda mi vida de ese día, de la profunda emoción que me provocó el hecho de que Pinochet fuera detenido. Eso no justifica que alguien sea juez o no sea juez, pero explica la reacción tan enorme que la inhabilitación ha provocado en un sector de la ciudadanía. También una deuda de agradecimiento por las investigaciones en los casos de torturas en la Argentina… es lógico que la gente no comprenda que Garzón haya sido inhabilitado.

Ahora te quería preguntar sobre algunos nombres de periodistas o de literatos metidos a periodista, reportero, etc. Por ejemplo, Javier Espinosa, cuyo nombre está de actualidad por sus peripecias en Siria.
Está haciendo un trabajo muy arriesgado. Es un hombre con una valentía extraordinaria.
Desde luego tiene algo que contar a sus nietos.
Vamos… y desde luego tiene todo mi respeto profesional, claro que sí. Mi admiración por el valor que le echa.
¿Es un tipo de periodista del que quedan pocos?
Quedan pocos, pero los hay. Todos los días lo estás viendo. Mira a Marie Colvin, a la que mataron hace poco en Homs. Cincuenta y siete años tenía. Escribiendo, como siempre había hecho, desde que yo la conocí. Y la conocí cuando tenía veintitantos años.
¿Hay en lo que hace este tipo de periodistas una parte de adicción a la adrenalina?
Eso dicen. La verdad es que no lo sé. Mi experiencia con la gente que yo conozco más de cerca no es tanto un tema de adicción a la adrenalina como de una manera de vivir.
¿Un estilo de vida?
Un estilo de vida. Pero no tanto porque sean adictos a ello, porque creo que pasan miedo como todo el mundo y después sufren los efectos traumáticos de las cosas que ven… no es cierto que salgan indemnes de todo lo que ven. Sufren, pero se han metido en un modo de vida periodístico en el que forman una especie de tribu. En el sentido de que se apoyan mutuamente, se comprenden unos a otros porque comparten experiencias que tú no has compartido, y no conoces exactamente el impacto que tiene eso en la persona.
José Antich, director de La Vanguardia.
Me gusta mucho La Vanguardia, creo que es un muy buen director. Pero mi gran ídolo en La Vanguardia es Gregorio Morán. Me parece un periodista estupendo, toda la vida me ha gustado, hace unas crónicas sensacionales. Además tienen muchísimos corresponsales estupendos.
Te gusta La Vanguardia como periódico en general, pues.
Sí, es un muy buen periódico.
Luis María Anson.
Tengo una anécdota. Hice periodismo en la Escuela Oficial de Periodismo y él estaba en el tribunal que me examinó. Y me preguntó sobre la literatura romántica del siglo XIX (risas), y si había observado los aspectos eróticos del Quo Vadis. ¡Que si había observado…! Yo había leído Quo Vadis cuando tenía once o doce años y no me había enterado. Y eso le dije: que había leído la novela de niña y que no me acordaba de los aspectos eróticos, la verdad. Me puso un sobresaliente.
(risas) ¿Ah, sí?
Sí. O sea que… (risas) Ha sido director de muchos medios, comentarista, etc. Creo que la ventaja con Luis María Anson es que no engaña… todo el mundo sabe quién es, lo que piensa, y lo que defiende. Bueno, está bien. No tengo por qué coincidir con lo que piensan los demás. Lo que exijo, como lectora de un periódico, es que no quieran engañarme. El que un periódico defienda editorialmente lo contrario a lo que yo pienso —siempre y cuando no manipule los datos— me parece razonable. No todos los periódicos vamos a tener el mismo punto de vista. Que los periódicos tengan tendencias políticas distintas me parece muy bien. Lo que no me parece bien es que me engañen. Y Luis María Ansón no engaña, él defiende lo que cree. Yo no lo comparto pero es perfectamente legítimo que lo defienda.
Hablando de no compartir tendencias políticas, ¿qué sientes si ves alguna vez un medio como Intereconomía TV?
Esos sí me parece que engañan. Continuamente. Con datos falsos… eso que te dan ganas de que en mitad de lo que están hablando saliera un muñequito que dijera “¡esto es mentira!”, porque están todo el rato manejando informaciones falsas. Datos que no existen, que están manipulados, fuera de contexto… buena parte de lo que dicen es mentira.
Siempre comento que me da la impresión de que intentan ocupar en España un nicho similar al que Fox News ocupa en los Estados Unidos.
Sí, pero la Fox tiene a Bart Simpson que les ayuda a aumentar la audiencia.
Eso sí. Aunque también tienen a gente como Bill O’Reilly, quien creo que en Intereconomía estaría como en su casa.
Sí, pero lo que te quiero decir es que además de O’Reilly, la Fox tiene otras cosas más interesantes como The Simpsons. Intereconomía solamente tiene ese tipo de gente y a ese tipo de gente no hay quien la aguante, con perdón. Ya te digo, si alguien piensa distinto a mí y lo argumenta, aunque yo esté radicalmente en desacuerdo con lo que dice, me puede interesar. Pero a Intereconomía no le encuentro nunca el menor interés.
Bueno, te iba a preguntar sobre Enric González pero ya me habías dando pinceladas de tu opinión sobre él.
Es un grandísimo periodista, uno de los mejores periodistas españoles, sin ninguna duda. Porque consigue esas dos cosas: la excelencia en la escritura —es un gran escritor— y la rigurosidad. Enric tiene además otra cosa, que no tiene más compromisos que los que él se busca, aquello con lo que llega a la conclusión que se debe comprometer, y punto.
Pedro J. Ramírez.
Pedro J. Ramírez tiene una cosa, le pasa como a los “jueces estrella”, y es que es un “periodista estrella”. Hace cosas que no debería hacer, desde mi punto de vista. Pero, al mismo tiempo, es verdad que ha creado un medio y eso nos hace falta. Un periódico, El Mundo, que obviamente tiene peso. A mí, el tipo de periodismo que él hace no me gusta. Pero bueno, no tiene por qué gustarme.
¿Qué opinas de la insistencia de El Mundo con el asunto del 11-M?
Me parece, por un lado, absurdo. Y por otro lado, justamente lo que no debe hacer un periódico, que es distraer la atención. Meterle en la cabeza a la gente que ETA tuvo algo que ver con el 11-M es distraerla. Primero, es mentira. Es absolutamente mentira y obligas a la población a seguir una especie de señuelo: lo vas mostrando, la gente se queda mirando el señuelo… y por al lado está pasando de todo.
¿A qué intereses puede responder esto? ¿A intereses empresariales del periódico?
No lo sé, no tengo ni idea. Supongo que en un momento dado respondió a intereses políticos porque le vino bien al PP, hubo una reacción para intentar demostrar que el gobierno Aznar —que mantuvo esa versión hasta el final, hasta el día en que perdió las elecciones— no había mentido. El Mundo entró en esa línea.
Pero eso fue hace ya mucho, ¿por qué crees que se sigue dándole vueltas hoy en día?
Supongo que llega un momento en que estás ya sumergido hasta el cuello en ese cubo, que necesitas estar seguro de que en ese cubo al final vas a tocar pie y podrás volver arriba. Que encontrarás una piedra en la que podrás hacer pie, un mínimo detalle, una mínima cosa que les permita decir “¿ves cómo tenía razón?”. Aunque no la tengan.
Siguiendo con la metáfora del cubo: si no se toca pie, la alternativa cuál es, ¿hundirse en él?
Pues sí, pero ellos están siempre allí con la nariz hacia arriba, intentando encontrar esa piedra para pegar el empujón y sacar la cabeza entera. Cada vez que encuentran una chinita, intentan apoyarse en ella, pero no…
Hablando de polémica en torno a la prensa, tengo curiosidad por conocer tu opinión sobre un par de ejemplos recientes, un editorial polémico en El País, y una noticia aún más polémica en El Mundo. Empezando por el editorial de El País en torno al asunto Urdangarin y la monarquía, que despertó cierto revuelo…
A ver, primero, yo estoy en el consejo editorial de El País. Creo que el editorial tiene algo que me gusta, en lo que probablemente deberíamos haber insistido más: la diferenciación entre lo que es la institución monárquica por un lado y lo que es la familia del rey por otro. La familia del rey… es la familia del rey. Y si alguien tiene que ir a la cárcel, que vaya, sin que eso tenga necesariamente que afectar a la institución. Deberíamos tener un planteamiento lo suficientemente sólido de las instituciones como para permitir que si por ejemplo el hijo de la señora Thatcher es un perfecto imbécil, eso no afecte al hecho de que la primera ministra —te guste o no, políticamente hablando— sea una persona perfectamente habilitada para ejercer su cargo. En el tema de la monarquía, exactamente igual; el hecho de que el señor Urdangarin esté acusado de una serie de delitos no quiere decir necesariamente que la institución se vea afectada. Me parece bien que insistamos en que ése no es el principal problema que tiene este país en este momento. El aspecto del editorial que a lo mejor ha frustrado más a la gente que se ha sentido frustrada es que la última parte —en la que pedimos que la monarquía se ajuste más a unas reglas, que sea más transparente y que el gobierno participe de ello— deberíamos haberla potenciado y ampliado más.
Aún despertó más revuelo lo que publicó El Mundo sobre uno de los líderes de las protestas en contra de la privatización del Canal de Isabel II, un profesor de instituto al que describían como “un terrateniente” por tener algún piso en el centro de Madrid y por poseer unas hectáreas de terreno.
Ya, pero es que aunque lo tuviera —que no lo tiene, pero aunque fuera así— ¿eso qué tendrá que ver con la privatización? O sea, ¿porque un señor tenga cuatro pisos en Madrid ya no tiene derecho a opinar que el Canal de Isabel II es una de las pocas empresas públicas eficientes y que no hay ningún motivo para privatizarla? El único motivo que existe para privatizarla es que el ayuntamiento no tiene dinero y está tan agobiado que vende la joya de la corona. Pero no me diga que el motivo es para que funcione mejor. Dígame que lo venden porque no tienen más remedio: “mire usted, como no tengo otra cosita, cojo y vendo a mi niño”. Muy bien, venda usted a su niño pero no me diga que el niño va a estar mejor con el vecino.
¿Esto ha levantado ampollas porque ha parecido una forma muy evidente de emplear, por las buenas, el argumento del ataque ad hominem?
La ventaja que tienen estas cosas es que la gente lo ve. La gente se da cuenta inmediatamente. El público se da cuenta de que no tiene ningún sentido que le estén reprochando a ese señor que tenga un piso, o que tenga dos. Hay veces en que tienes razón al enfocarlo desde un punto de vista ad hominem: si ese hombre estuviera haciendo una campaña para impedir que la gente tenga más de un piso y resulta que él tiene cuatro, claro que requeriría un argumento ad hominem: “oiga, que usted tiene cuatro pisos, ¿cómo se atreve a decir a los demás que sólo tengan uno…?”. O si va en contra del matrimonio homosexual y tiene un compañero con el que vive. O está en contra del aborto y acaba de llevar a su niña a abortar. ¿Eso es ad hominem? Claro que sí, porque lo que no puedes es pretender dar un mensaje político completamente contradictorio con tu realidad. Pero en este caso del Canal Isabel II, ¡es que no tiene nada que ver!
Sería como decir “es que usted se dedica a matar periquitos en sus horas libres”. Eso no tiene nada que ver con el hecho de que, en el asunto de la privatización, pueda tener razón.
La gente no es idiota. Tú puedes estar diciéndole a la gente lo que quieras, que a la hora de la verdad va y vota lo que quiere. Yo siempre cito el caso de William R. Hearst, al que se acusa de haber promovido la Guerra de Cuba. Se presentó a elecciones, intentó ser elegido fiscal, intentó ser elegido esto y aquello. Nunca fue elegido. Perdió todas las elecciones. ¿Por qué? Porque todo lo que publicaba en sus medios no era suficiente como para que la gente le votara. La gente decía: “no, a él no”.
Lo del fracaso del todopoderoso Hearst en las elecciones es una de las grandes moralejas de la historia del periodismo, creo.
Toda esa influencia que se supone que tenía, tan extraordinaria, no fue nunca suficiente para que la gente fuera y le votara.
Lo curioso es que en Estados Unidos la gente ha preferido —más de una vez— votar incluso a un antiguo actor de Hollywood que a un periodista. Parece que la gente se resiste a la idea de que el periodista acabe ocupando…
…el poder. En el caso de Hearst, todo el mundo sabía que tenía una influencia enorme, pero ¡nadie le quería como representante suyo! Y les daba igual lo que Hearst dijera. En los momentos decisivos, la gente sabe lo que lee. Incluso los que han estado leyendo El Mundo, saben perfectamente que el atentado del 11-M fue en parte provocado por una panda de gente increíble: los españoles que proporcionaron la dinamita, el famoso grupo de asturianos de las minas. Dinamita en unas cantidades enormes, no es que les hubieran dado un cartucho, sino que estuvieron contrabandeando en cantidad. Evidentemente, a lo mejor ellos no sabían que esa dinamita se iba a emplear para un atentado en Madrid, pero pensaban que se iba a hacer un atentado en Casablanca… y no les importaba. Ese grupo de españoles que no tiene nada que ver con ETA, que son simplemente gente que quiere dinero a cualquier costa y a la que le importa un carajo todo. Los lectores de El Mundo, yo creo que si les haces una encuesta la mayoría sabe que eso es así.
Ya puestos, ¿qué barbaridades o meteduras de pata de la prensa te llamaron más la atención en su día?
Toda la historia del 11-M me sigue pareciendo asquerosa. Porque en un momento en el que existe tanto dolor, en el que la gente está sufriendo tanto, conmocionada —y con razón—, pues hombre… no te aproveches de la desgracia ajena. Eso es algo que deberíamos tener grabado, tatuado en el cuello: “no te aproveches de la desgracia ajena”. Eso no es decente.
Por contra, ¿qué historia de investigación o trabajo periodístico te ha impresionado más a lo largo de los años, si hay alguno en concreto?
Me impresionó mucho uno que leí en Estados Unidos hace unos años y que era formidable. Lo hizo un periódico local, de una ciudad secundaria. Una empresa necesitaba reducir gastos y despidió al servicio de limpieza —veintiuna mujeres, más o menos— como una de las medidas de ahorro. Un grupo de periodistas hizo su investigación. Comprobaron lo que se había ahorrado realmente. Ese mismo año, los ejecutivos de esa empresa se subieron el sueldo en una cantidad siete veces mayor a la que habían ahorrado despidiendo a aquellas veintiuna mujeres. Ese trabajo periodístico, cómo fueron describiendo quiénes eran esas mujeres, qué les había pasado, cómo había sido su vida durante el año siguiente… con el resultado final de que todo el ahorro del despido era la séptima parte de la subida de sueldos de los ejecutivos, me pareció un trabajo impecable, perfecto. No tenía ni un adorno, ni nada. Y resultaba demoledor.
Volviendo a tus impresiones sobre diversos periodistas, Ryszard Kapuscinski…
Fue uno de mis grandes ídolos profesionales. Aunque ahora me preocupa mucho el debate que ha existido sobre si se inventaba cosas. Si Kapuscinski se inventaba cosas, sinceramente, lo lamento muchísimo. Yo le conocí, le aprecié muchísimo y lo aprecio mucho como periodista. Pero si se inventaba cosas… creo que eso deteriora muchísimo su trabajo. Los periodistas no se tienen que inventar cosas. Aunque creas que eso va a ser lo que mejor va a reflejar lo que tú estás viendo.
Escribió un libro llamado Los cinco sentidos del periodista…
…y el de Este no es un oficio para cínicos, algo en lo que estoy de acuerdo. Debería ser un oficio para gente comprometida con el ciudadano, con la gente corriente.
¿Cuál sería el sexto sentido del periodista?
Los periodistas han de tener paciencia. Una mala salud de hierro es fundamental (ríe). Y los periodistas, aunque suene un poco mal, tienen que creérselo. Tienes que creer que tu oficio es útil para la sociedad. Que no puedes hacer lo que quieras. Que tu oficio no es literatura, no es ficción, de ninguna de las maneras. Lo cual no quiere decir que no escribas maravillosamente, pero las normas de funcionamiento son de obligado cumplimiento. No es posible que te las saltes en beneficio del relato. Si haces eso, para mí, eres un mal periodista.
Hablando de ficción, un literato metido a veces a periodista, Normal Mailer.
Me gusta mucho, he leído muchísimas cosas suyas que me han gustado. Pero me gusta como novelista. Como periodista, alguna cosa he leído… pero yo lo identifico más como novelista.
Ernst Hemingway.
Tiene una parte claramente periodística, de crónicas que son puro periodismo, aparte de sus novelas. Me gusta.
A.J. Liebling.
Hay un amplio grupo de grandes periodistas de esa época, de los años cincuenta, muy comprometidos. Si te lees las crónicas de los enviados especiales norteamericanos a Londres durante la 2ª Guerra Mundial, están muy bien escritas pero están contando la realidad. No se están inventando nada. Y al mismo tiempo te lo lees atrapado por lo que cuentan. Es la habilidad para utilizar recursos literarios en la manera de estructurar el texto, de escribir, para conseguir que eso tenga un enganche en el lector (otra cosa es meter ficción en un relato de técnica periodística, eso no se puede hacer). Esta forma de usar recursos literarios es lo que hacían todo este grupo de periodistas, y eso me parece fantástico. Los grandes cronistas latinoamericanos también lo hacen, escriben maravillosamente bien. Y no inventan. El escribir bien no está reñido con el periodismo, el periodismo no ha de estar mal escrito. Enric González es un caso manifiesto de periodista que escribe maravillosamente bien y que no se inventa las cosas.
Con la experiencia, ¿llega un momento en que te permite leer una crónica y distinguir cuándo el periodista está novelizando demasiado?
No, yo confío en el periodista. Pienso, en principio, que lo que me está contando es cierto. Si es algo extremadamente improbable, a lo mejor lo que hago es asegurarme de que ese periodista merece toda la fiabilidad.
Pero tu tendencia es, primero, la de confiar en el periodista.
Depende de dónde publique. Si publica en The New Yorker, pues sí. Confío en que ese periodista está ejerciendo su profesión dignamente. Ahora bien, leo eso mismo en una web que no conozco… entonces no. A lo mejor me lo creeré, o no me lo creeré y pensaré que es pura literatura.
Una curiosidad, ¿qué opinas sobre Fernando Savater?
Bueno, no es periodista, es filósofo… magnífico, me gusta muchísimo. Me parece un hombre valiente. Puedo coincidir en algunas cosas con él y en otras no, en algunas posiciones que ha adoptado. Pero las ha adoptado por coherencia, por ningún otro interés que no sea lo que él creyó que tenía que hacer, en un momento muy difícil. Le debo respeto y admiración personal, y muchas de las cosas que escribe me gustan mucho.
Julio Camba.
…me reí tanto con él, siempre. Un articulista de estos gallegos (risas), estupendo. Hay unas crónicas de un viaje que hace a Nueva York que son una auténtica delicia.
Arcadi Espada.
Tiene una actitud muy interesante: cuando todo el mundo dice una cosa él llega y dice “pues no” y encuentra la manera para argumentarlo. Es una actitud que me llama la atención, que me apetece leer. A veces coincidiré con él y a veces no, pero tiene argumentos que me interesan.
Rosa Montero.
Es una periodista estupenda. Cambió una manera de hacer la entrevista en España en un momento en que las entrevistas se hacían de una manera mucho más encorsetada. Ella, Sol Alameda… cambiaron la manera de hacer las entrevistas. Y luego, es una mujer que como periodista tiene algo que me gusta mucho: al margen de sus intereses literarios, le interesan cantidad de otras cosas. Le interesan de verdad, pone muchísimo empeño, horas, dedicación en conocer aquello que ha despertado su interés.
Martí Gómez.
Martí Gómez es genial, uno de los mejores periodistas que ha tenido este país. Extraordinario. Cuando era joven le leía algunas crónicas de sucesos en las que, a través de un hecho que ocurría en un barrio de Barcelona, iba ampliando, ampliando, ampliando… y de repente te enterabas de lo que estaba pasando en la sociedad catalana. El análisis, el contexto, la capacidad de situarte en un mundo… era impresionante. Además lo hacía en un momento en que era muy difícil, en una época con censura. Lo explicaba de un modo que, sin que el censor moviera una pestaña, tú ibas metiéndote dentro.
Fascinante. ¿No sería quizá interesante que los periódicos rescataran este tipo de crónicas?
Claro. Claro que sí. Pero, ¡no hay tiempo! ¡Está todo el mundo metido en las dichosas máquinas! Nadie tiene tiempo para hacer lo que hacía Martí Gómez. Al periodista que cubre sucesos le piden que vaya a la comisaría, que se entere del suceso, que saque la máquina, que la enchufe allí mismo: “un muerto en la calle de no sé dónde”. No tiene tiempo para sentarse a tomar un café con la gente del barrio, como hacía Martí Gómez. Él invitaba a tomar un vino a uno, un café a otro. Se sentaba dos horas con la portera de otra casa… obteniendo información y destilando lo que era esencial. En lo que luego contaba todo era esencial, no había nada accesorio, nada que dijeras “bueno, esto para adornar”.
Por lo que cuentas, ahora hacer eso es imposible.
En algún momento habrá que recuperarlo, no sé cómo. Si no, ¿qué interés tiene? El otro día, en Quito, me subí en un ascensor y el ascensor tenía una pantalla con la información, con las noticias. El ascensor. Cuando llegué a mi habitación en el piso doce, ya sabía lo que había pasado. ¡El ascensor me lo había dicho! (risas) Llegué arriba y no tenía necesidad ni de poner la radio, ni de poner la tele, ni nada. Del piso cero al once me enteré de que Obama había hecho no sé qué, de que Rajoy había hecho no sé cuántos, de que había estallado una bomba… ya lo tenía todo. ¿Y ahora qué? ¿Ahora qué hago? ¡Alguien me tendrá que contar algo nuevo!
Quizá los medios se puedan escudar en esta clase de hechos para ofrecer tanta opinión, porque suponen que la información básica la puedes obtener en cualquier parte: Internet, la pantalla de un autobús, ¡hasta en el ascensor!
En Internet, además, hay mucha gente que te suelta sus opiniones como si fueran informaciones. Como el sistema de la web está abierto —y me parece muy bien— a tantísimas aportaciones, la inmensa mayoría de la gente lo que aporta son opiniones, no hechos.
Hablando de la red, ¿qué impresión te produce el hecho de que se produzca un suceso y a través de Twitter, Facebook, etc. la gente empiece a opinar en una oleada inmediata, casi como en un juicio público?
Eso, seguramente, pasaba exactamente igual antes, lo que ocurre es que ahora los cuentan. Dicen “quinientos cincuenta y cuatro mil han opinado…” Pero un presidente de los Estados Unidos, en mil ochocientos y pico, se casó —teniendo él cincuenta y tantos años— con una chica de diecinueve o veinte. Cuando esa chica salía a la calle, se producían aglomeraciones de gente que quería ver a la mujer del presidente. Hasta el extremo de que hubo muertos en algunos sitios, ¿eh? Seguro que había estados de opinión sobre ese asunto, lo que no había era un sitio como Internet. Entonces lo comentaba cada señor con el de al lado, en el “saloon”, supongo (risas). A lo mejor se enteraban de la noticia dos meses después y no el mismo día, pero seguro que lo comentaban. Ahora es lo mismo, aunque es todo instantáneo y a eso se le da muchísimo valor. Pero, a veces, el que sea instantáneo no le da ningún valor. Es simplemente una acumulación de instantaneidad, y punto. No ha añadido nada nuevo.
¿Crees que esa clase de juicios públicos tan instántaneos pueden ser perjudiciales?
Los juicios públicos son inevitables. La gente tiene opiniones sobre las cosas. El que se haga es inevitable: opinan sobre políticos, sobre actores: “este tío es un imbécil”. Y dices, ¿por qué dirá que este tío es un imbécil, si no lo ha visto en su vida? ¿Por qué ha llegado a la conclusión de que es un imbécil? Pues sí, ha llegado a la conclusión de que es un imbécil. Eso ha existido siempre, seguro que en la antigua Roma también pasaba. Ahora bien, los medios no deberían favorecerlo. Deberían dar información justamente para evitar los juicios públicos infundados. Coger un periódico, ver una información y decir “pues sí, mira, tal y como yo pensaba este tipo es un imbécil” (risas). O “anda mira, yo creí que era un imbécil y ahora resulta que no, mira qué interesante lo que dice o lo que piensa”. Un medio te está explicando con datos cómo es ese señor o esa señora, para eso deberían ser los medios.
Pero, ¿esos juicios públicos te parecen saludables o insalubres?
Son cosas que pasan. Claro que un juicio público es malo en el sentido de que implica juzgar a la gente sin conocerla. Eso está mal. Pero eso lo estamos haciendo los seres humanos continuamente. Y lo hacemos nosotros mismos: tú y yo seguro que pensamos que alguien es un imbécil y a lo mejor no lo hemos visto en la vida.
(risas) Sí, la verdad.
Porque tienes alguna referencia de él, tienes el completo convencimiento. Y de repente lees algo y dices “ahí va, ¿y yo por qué creí que este señor o esta señora era una idiota?”

Fotografía: Gonzalo Merat