Laurence Debray (París, 1976) es risueña y habla un español suave, su acento francés se mezcla con un deje andaluz, huella de los años que pasó en Sevilla durante su adolescencia. Tiempo en el que se gestó su fascinación por la Transición española y la figura de Juan Carlos I. Años después escribiría una biografía sobre el rey emérito e incluso tendría la oportunidad de entrevistarle meses antes de su abdicación para un documental. La admiración de Laurence por el monarca supone uno de los muchos desencuentros con su padre, porque esta escritora que en otra vida fue banquera en Nueva York es hija del filósofo Régis Debray y la antropóloga venezolana Elizabeth Burgos. Ambos descendientes de familias acomodadas, ambos figuras destacadas de la causa revolucionaria que lideraron Fidel Castro y el Che Guevara. Laurence Debray tenía casi cuarenta años cuando se puso a investigar sus propias raíces, su pasado, qué significaba el apellido Debray. Trabajo que volcó en las páginas de Hija de revolucionarios (Editorial Anagrama), un libro poco complaciente con su padre y del que habla largo y tendido en el marco de las Converses Literàries de Formentor.
Asegura que el detonante de todo, lo que la llevó a investigar el pasado de sus progenitores, fue una entrevista. Cuando le preguntaron si era cierta la teoría de que su padre, Régis Debray, había sido el hombre que delató al Che Guevara. Tenía treinta y muchos años. ¿De verdad nadie le había dicho nada hasta ese momento?
Te prometo que nadie me había hablado del tema y tenía casi cuarenta años. Es que es algo muy duro, tú crees que un amigo iba a venir a decirme «oye, ¿tú sabes que tu padre delató al Che?». Ahí me di cuenta de que yo vivía en una burbuja.
Y ahí toma la determinación de investigar qué había pasado. ¿Se lo cuenta a sus padres?
Sí, pero no me toman muy en serio, en realidad nunca me han tomado muy en serio. Al principio yo no esperaba escribir un libro. Empecé a investigar para mí, para saber qué pasó, luego pensé que sería útil para mis hijos. La idea de hacer un libro fue después
¿Buscaba su propia identidad?
Sí, buscaba conocer mis orígenes, saber de dónde venía. Llevaba un apellido famoso pero en realidad no sabía lo que había detrás.
Pero sí era muy consciente de quién era su padre en Francia, de la relevancia de la que goza su figura.
Sí, lo que no tenía era el capítulo latinoamericano. Conocía el aspecto de mi padre como consejero de Mitterrand, conocía al gran teórico filosófico, al escritor que gana premios y es muy mediático… Lo que no conocía era la parte de la lucha armada, los años que pasó mi padre en América Latina. Tú imagínate que yo tenía como seis años cuando un compañero en la escuela me dijo que mi padre había sido un prisionero y yo aluciné porque él era consejero de Mitterrand y eso era como ser consejero del rey. Pero en aquel momento no ahondé en ello.
Hay un desfase entre la vida oficial, la vida burguesa que teníamos… Cómo explicarlo, el mundo en el que vivíamos no correspondía con su vida anterior. Con su mundo antes de mi nacimiento.
Dice que no sabía nada, pero a los diez años sus padres la envían a pasar la mitad del verano a Cuba y la otra mitad a Estados Unidos, quieren que decida de qué lado de la historia está.
Sí, pero porque en casa siempre fue todo muy político. No hay contradicción entre que mis padres no me hablaran de su vida antes de que yo naciera con que en casa todo fuera política. Nunca se habló de nada más. No comíamos cornflakes o bebíamos Coca-Cola en casa porque era americano. No nos íbamos de vacaciones a disfrutar de la vida, eso no existía.
Y entonces llega ese verano por el que le preguntaba. La portada del libro, de Hija de revolucionarios, está ilustrada con una foto de ese periodo. Aparece usted en Cuba con un rifle en la mano.
Fue un verano que me marcó mucho, y esa foto es muy ilustrativa porque si te fijas yo llevo mi faldita de parisina. Eso demuestra que jamás esperé lo que viví, si me lo hubieran contado antes no me lo habría creído. Vivía en el Barrio Latino de París, me habían educado mis abuelos, que eran unos grandes burgueses, y me dicen: «vas a ir a un campo de pioneros en Cuba, vas a hacer entrenamiento militar por la mañana y te van a contar un poco lo que es de verdad la ideología marxista». Yo ni siquiera hablaba español en esa época. Allí había una gran solidaridad entre los pequeños pioneros, yo era la única extranjera, pero me acuerdo con emoción del apoyo que me dieron.
Después viajé a California, imagina el contraste, con hijos de gente famosa del cine. Con esa abundancia de comida.
Y puse esa foto en la portada porque yo sí puedo decir que he vivido el comunismo desde el interior, aunque fuera pequeña. Yo tengo el derecho a hablar de eso. Mucha gente de la generación de mis padres tomó mal mi libro, pero ellos se quedaron siempre en París.
¿Cuándo regresó qué le dijo a sus padres?
Les dije que entre Estados Unidos y Cuba yo escogía Europa. Y creo que decepcionó a mis padres que no me gustara el comunismo, mi padre aún tenía mucho cariño por Cuba y los cubanos, a pesar de que estábamos en el 86 y él ya había tomado sus distancias. Pero no cortó con el régimen hasta el 89 y creo que él pensaba que me iba a seducir el encanto de esa isla.
En Cuba sí le habían contado que su padre era un héroe de la revolución. ¿No le preguntó nada al respecto?
Sí, pero siempre eran muy elusivos. No respondían. Solo me decían que eran viejos cuentos. Nunca me contestaron con hechos o qué habían sentido. Ni siquiera mis abuelos querían hablar de eso.
Creo que me querían proteger de ello, pero también hay un pacto del silencio. Mis padres vivieron en la clandestinidad y siguen teniendo muchos rasgos de esa vida clandestina, esa cosa de no querer contarlo todo. De no contar ni a tus propios hijos o tu propia pareja lo que haces. También creo que había algo que ellos pensaban que yo no iba a entender, mi vida estaba lejísimos de todo aquello.
Piensa que cuando los prisioneros salen de los campos de concentración tras la SEgunda Guerra Mundial no hablan enseguida, creo que esto es similar, como una reacción postraumática. Sufrieron tanto, perdieron tantos amigos, sufrieron tantas desilusiones… Perder cuatro años en la cárcel cuando tienes veintisiete años no es hacerlo cuando tienes setenta. Mi padre perdió su juventud.
Decía antes que cuando la mandaron a Cuba a pasar el verano no hablaba español. Su madre es venezolana, ¿no le hablaba en español?
No, mi madre me educó en francés. Mi padre impuso el francés. Incluso tenía una niñera española que me tenía que hablar en francés porque mi padre sostenía que si te hablaban en varias lenguas no dominabas ninguna. Eso y que mi padre es muy francés, muy nacionalista.
Cuando comenzó a escribir el libro, ¿consiguió romper esa barrera de silencio impuesta por sus progenitores? ¿Se sentó su padre a hablar con usted?
No, no accedió a que lo entrevistara, jamás contestó. Mi madre fue un poquito más comprensiva, cuando le hacía preguntas muy precisas me contestaba. Pero fue después, cuando le di el manuscrito del libro, cuando empezamos a hablar. Cuando mi madre me contó algunas cosas o intentó justificarse.
¿Cuando les entregó el manuscrito del libro sus padres le pidieron que quitara algo?
Mi padre sí, y lo hice. Yo no quería enfrentarme a ellos y obedecí.
Pero no es un libro precisamente complaciente con su padre…
No quería ser complaciente con él, pero tampoco quería ser mala. Yo quería entenderlos, pero también quería desmitificarlos.
¿Y cómo le sentó a su padre que fuera su propia hija la encargada de desmitificarle?
Yo quise tener un padre, no un héroe en casa. Si no lo hacía yo, ¿quién lo iba a hacer?
Pero también quería hacer un homenaje a esa gente que en los sesenta no se movía por interés personal, la suya fue una entrega total y desinteresada. Del Che se pueden decir muchas cosas, pero no era corrupto y no lo hizo por dinero ni privilegios. Mis padres tampoco. Quería desmitificarlos, pero también quería subrayar que era una época en la que la política era limpia.
¿El idealismo que movió a muchos en los sesenta ha muerto?
No sé, la política en Venezuela me desespera. Pero la política en Europa, cuando hay mucho de ideología y de utopía como en los casos de Podemos en España o de Melenchon en Francia… Creo que no están conectados con la realidad. Además no viven las consecuencias de esas utopías. Mis padres sí lo hicieron.
Durante la investigación y la posterior escritura del libro, ¿descubrió cosas de sus padres que no le gustaron?
Muchas cosas [largo silencio]. La tortura durante el cautiverio de mi padre me dolió mucho, pero me molestó el hecho de que mi padre al salir de la cárcel no fuera directamente a París. Cómo no vas a darle las gracias a tus padres, al Estado francés, a De Gaulle, que te ha salvado la vida… Eso me dolió.
Asegura que su padre es muy francés, muy nacionalista, ¿cómo casa con esa actitud?
No sé, pero en ese momento se va a Chile y no va a Francia, y le cuesta regresar a París. Hay muchas cosas que todavía no entiendo, muchas preguntas que me sigo haciendo [silencio]. También pienso en mi madre, casándose con un hombre que está en la cárcel, condenado a treinta años de prisión… Yo eso no lo hago ni loca. Y siempre me pregunto qué es esta historia.
¿Le sorprende esa relación entre sus padres?
Sí, sigo sin entenderlo. Todavía hoy que están divorciados siguen siendo muy cómplices. Han vivido tantas cosas juntos que eso es indestructible.
Son una familia, pero tengo la sensación de que cuando habla de sus padres lo hace como algo completamente ajeno a usted.
Totalmente. Yo estoy totalmente excluida.
¿Le duele esa exclusión?
[Silencio] Creo que he hecho el libro por eso, para intentar entenderlos, para ver cómo podía añadirme yo a la historia familiar.
¿Y lo consiguió?
No. Pensaba que con el libro iba a haber diálogo con ellos, pero no lo hubo. Aunque ahora los entiendo más, soy más tolerante con el hecho de tener padres especiales.
Escribiendo Hija de revolucionarios también quería rendir homenaje a mis abuelos porque me educaron y los quería mucho, pero también porque mi padre nunca habló de eso y nunca fue agradecido. Quería resarcirlos, ponerlos a ellos también en esa historia, darles su lugar.
¿De no ser por sus abuelos su padre habría salido de la cárcel?
No, y creo que él lo sabe. Mis padres se movieron mucho, viajaron, y al final es De Gaulle quien lo saca.
Hablaba antes del papel desempeñado por De Gaulle en la liberación de su padre, pero la verdadera heroína de la historia es su abuela, que no se cansa de viajar una y otra vez a Latinoamérica y de emplear sus contactos para lograr la libertad de su hijo.
Mi abuela estaba metida en política, era la única mujer con puestos importantes, pero lo máximo donde había ido era a Italia. Y de repente un día tú crees que tu hijo es profesor de Filosofía en La Habana, llegas allí y te anuncian que tu hijo estaba en Bolivia con el Che y ha muerto. Imagina el shock. Se queja mi padre de tener una hija como yo, pero yo nunca le hice eso.
Su padre es un hombre tremendamente contradictorio.
Absolutamente. Es muy francés pero está en América Latina, está en rebeldía contra la alta burguesía pero es quien lo salva, está contra De Gaulle pero es De Gaulle quien lo saca de la cárcel. Es el héroe de la revolución y luego el padre en casa que no tiene nada que ver… Intenté encontrar una coherencia, pero no la encontré. Somos muy complejos.
El tipo es un héroe de la revolución, es un gran intelectual, ha hecho muchas cosas en su vida, no fue buen padre pero hay una justicia porque no se puede ser bueno en todo.
¿No fue buen padre?
No, fue un padre un poco… ausente. Hizo lo que pudo, pero creo que la infancia no le interesaba mucho.
¿No fue buen padre porque la política siempre estuvo por delante?
Sí, la política y sus libros.
¿Y a día de hoy sigue siendo así?
Sí, en eso sí hay una coherencia [Risas].
¿Cómo es su relación ahora con su padre?
Hablamos por teléfono, no de Venezuela porque si no lo mato. Nos vemos como tres veces al año.
¿Y con sus hijos?
Nada, la infancia no le interesa. Mis hijos tienen nueve y once años. Tendrán que hacer una maestría de Filosofía y dos de Ciencia Política para poder hablarle [Risas]
Leía una entrevista en la que usted afirmaba que en realidad con este libro lo que ha hecho es escribir una carta de disculpa de sus padres para usted. Después de leer el libro, ¿se han disculpado?
No. Creo que el plan de tener una familia era algo demasiado burgués para ellos. Es que si lo piensas puede ser muy aburrido, tú estas salvando el mundo y tienes que volver a las ocho para hacerle la comida a tu hija y meterla en la cama.
Hace poco el hijo de un izquierdista francés famoso (que ya murió) me contó que sus padres se autorizaron a tener un hijo cuando vieron que mis padres tuvieron un hijo. Y yo le dije «pero mis padres eran muy malos padres, ¿cómo no se dieron cuenta de que eso era una locura?» [risas].
Ahí emerge la figura de sus abuelos.
En realidad hablando contigo me estoy dando cuenta de que mis abuelos salvaron a mi padre y me salvaron a mí.
Leyendo Hija de revolucionarios tuve la sensación de que era también una carta a todos los intelectuales que hacen la revolución desde los cafés parisinos.
Por lo menos mi padre fue, hizo y pagó por ello. Él sí me puede hablar de revolución y de ideales, otros que se van solo de vacaciones a Saint Tropez que no me hablen de revolución porque no viven las consecuencias. Eso no vale. Eso para mí es una impostura total. Que se vayan a vivir a Cuba sin internet, ni libertad de prensa, y con el carnet ese para poder comer.
Su padre es el autor de Revolución en la revolución, ¿la ha leído?
Sí.
¿Y qué le parece?
Muy aburrido. No lo puedo entender. El lenguaje ha envejecido muy mal. Es un libro histórico, pero no accesible para mí. Además yo no he leído al marxismo, todo ese rollo teórico.
¿No ha leído a Marx?
No, no he leído a Marx, ni El Capital, creo que tengo un resumen en casa. Y seguro que con eso he decepcionado también a mi padre.
Su madre es la antropóloga Elizabeth Burgos. Ella también dedicó su vida a la revolución, es la mujer que edita el libro de Rigoberta Menchú, que la hace famosa… ¿La historia ha sido injusta con ella?
La historia siempre es injusta con las mujeres. Además la sociedad francesa es muy cerrada y mi madre es una extranjera de Venezuela y hay cierta arrogancia francesa… Esto lo puedo reconocer yo que soy francesa. Imagínate una mujer venezolana que quiere hacerse un hueco sola diciendo «no quiero ser la esposa de un hombre famoso». Escogió la vía difícil.
En una entrevista en El País usted decía: «Mi padre tiene su personaje mediático. Necesita la fama. Va mucho a los medios. Mi madre es más discreta; la consejera a la sombra. No quiere estar en el show de los egos».
A mi madre no le gusta, no quiere. Siempre rechaza todo. Muchos editores le han pedido que escriba su biografía y ella no es egocéntrica para nada. Mi madre, por ejemplo, fue a entrevistar a los militares que la perseguían. Enterró sus propios sueños pero los quiso entender.
¿Quién tuvo una ruptura más traumática con el comunismo, su padre o su madre?
No lo sé… Mi padre rompió con el régimen castrista. Pero le gustan los sueños, es utópico.
Usted está trabajando en un documental sobre la historia de Venezuela.
Sí, estoy tratando de entender por qué un país tan rico llegó a ese nivel de pobreza, quiero entender en qué consiste la revolución chavista. Tengo mucha familia allí.
La situación de Venezuela es utilizada a menudo en Europa como arma arrojadiza entre partidos, especialmente en España. ¿Le duele esa utilización?
Yo soy muy simplista, quiero democracia y libertad en mi país y que la gente pueda comer. Soy muy práctica. Que empiecen a decir que la oposición es de derechas, que Chávez o Maduro son el ídolo o el demonio… Todo eso no me interesa demasiado. En Venezuela cristaliza el ejemplo típico de la aplicación de la ideología hasta el final y lo que me duele más es lo que yo llamo el sadismo de Estado. El 80 % de los venezolanos están pasando hambre y a la cúpula del régimen les da igual. Eso es muy doloroso, ver a un país destruirse así es muy doloroso.
Lo que me da pena es que no veo una solución rápida al problema. Yo estoy en contra de una invasión, de algo militar, sobre todo porque no sería bueno para el futuro de Venezuela. Me gustaría que otros países sancionaran a Venezuela, que no sean siempre los americanos, que son los únicos que los hacen de manera metódica.
En Hija de revolucionarios escribe: «Venezuela no es un lugar de experiencia política para entretener a la izquierda francesa cómodamente sentada a las mesas de los mejores restaurantes parisinos mientras que allí no se encuentra lo necesario para sobrevivir».
Es justo eso. Y es verdad que cuando van allí lo hacen como invitados oficiales y ven lo que quieren ver o lo que les quieren mostrar.
Dice que no puede hablar con su padre de la situación de Venezuela, ¿por qué?
Porque él sigue con el sueño de que la culpa es de los americanos. No puede decir que es la culpa de la corrupción y de un gobierno inepto que no respeta la democracia, siempre es culpa de los americanos. Estoy un poco harta de esa cosa de propaganda de los años sesenta. Hay que evolucionar.
¿Su madre sufre?
Sí, mucho. Además ella no puede ir a Venezuela. Los venezolanos que han nacido en Venezuela tienen que tener un pasaporte venezolano para poder entrar en el país y a ella la embajada venezolana en París no le ha renovado el suyo, pero no puede entrar en el país con su pasaporte francés. Tampoco puede votar.
A lo largo de esta charla ha mencionado en varias ocasiones que ha decepcionado a sus padres… Entiendo que también cuando puso en su habitación una foto del rey Juan Carlos I.
¡Pero mi padre me la quitó enseguida! [risas].
¿Cómo surge esa fascinación por el rey de España?
Viví en Sevilla a finales de los ochenta, ahí aprendí español. Llegamos de París y esa ciudad fue nuestra salvación. En Francia yo tenía riesgo de ser secuestrada y para mí fue la libertad. Allí nos recibió Alfonso Guerra, que había viajado mucho a París para hacer militancia antifranquista. También viajó mucho a Francia con Felipe González para negociar la entrada de España en la Comunidad Económica Europea y para hablar de ETA, y digamos que mi padre hizo un poco de enlace.
En Sevilla Alfonso Guerra me contó la Transición. Y en ese momento, estamos hablando del año 88, el rey era una figura muy seductora, todo el mundo estaba bajo su encanto. En el extranjero Juan Carlos I personificaba la nueva España.
¿Sabe que esa imagen no casa exactamente con la que tenemos en España del rey emérito?
Porque tenéis la imagen del rey viejo, enfermo, corrupto, con sus elefantes… Pero en los ochenta no te puedes imaginar el papel que hizo políticamente. El tipo era el jefe de Estado más joven de Europa, democratizó a España cuando nadie pensaba que lo iba a poder hacer.
Sabe que sobre eso también hay versiones contradictorias y que no todo el mundo lo ve como un héroe…
Lo sé, pero la gente tiene que meterse en los archivos. Incluso los americanos estaban en contra de él, porque querían tener un régimen tipo Franco suave. Y el rey paró el golpe de Estado del 23F.
También existen otras teorías al respecto. Pilar Urbano, autora de La gran desmemoria, sostiene que «para Suárez estaba claro que el alma del 23F era el rey». Los papeles del intento del golpe de Estado siguen sin desclasificarse.
Yo no tuve acceso a esos famosos archivos, y seguro que hubo un juego con Armada, pero al final si él hubiera querido apoyar el golpe de Estado podía haberlo hecho y no lo hizo. El que salió a mandar un mensaje a través de la televisión fue él, y esa noche ningún español salió a la calle.
Usted le entrevistó para hacer un documental sobre su figura, ese es un privilegio del que la prensa española tampoco suele gozar…
Le entrevisté un poco antes de su abdicación. Era la primera vez que estaba con él cara a cara y me daba mucho miedo el control de la Casa Real, pero no se metieron en nada. Estuve dos días hablando con el rey, me fui con mis cintas y no me dijeron nada.
Me hubiera gustado que fuera más rey, decía mucho que no le gustaba el poder y tenía mucho sentido del humor. Estaba dolido por todo lo que había pasado pero es una persona que no transmite amargura. Lo más difícil para mí fue interrumpirle para recordarle que el documental era sobre él, siempre hablaba en tercera persona: «nosotros hicimos…».
Le pregunté incluso si no creía que la monarquía era una institución un poco anacrónica. Restablecer una monarquía en el 75 es raro, piensa que yo soy francesa y vivo en una república, me contestó que dependiendo de cómo se hiciera esa monarquía. Diría que no es una persona cerrada al diálogo.
¿Le sorprendió su abdicación?
Me sorprendió, sí, porque hizo tanto para llegar al poder y no para dejarlo.
Entre otras cosas pasó por encima de su padre… ¿Está arrepentido?
Lloró mucho cuando habló de su padre, diciendo que no lo había tratado como hubiera debido hacer, incluso en su funeral. Me explicó que el padre llevaba muchos años viviendo fuera de España y que Franco no lo habría aceptado, tampoco lo habrían aceptado las fuerzas armadas, ni los franquistas ni la oposición. El padre no habría podido hacer lo que hizo el hijo.
¿Cree que la historia colocará en su lugar a Juan Carlos I?
No puedes juzgar un reinado tan largo que dio tanta prosperidad a España por los últimos cinco o diez años. Reconocerán su obra política, no olvidarán que acabó mal. Si hubiera abdicado antes del elefante lo habría hecho como un héroe.
Tal vez la familia real había gozado siempre de cierta inmunidad, la prensa había respetado siempre su privacidad, no había entrado a contar ciertas cosas. Y ese cordón sanitario, por llamarlo de alguna manera, se rompió con el episodio de Botsuana.
Por eso si hubiera abdicado antes lo habría hecho como héroe. También los tiempos han cambiado, en los ochenta era más importante hablar conseguir la Expo o los Juegos Olímpicos, eso era la prioridad y no si el rey estaba con tal amante o con tal elefante.
¿Al rey no se le debe tratar igual que al resto?
En Francia cuando nos preocupamos es cuando los jefes de Estado no tienen amantes… [Risas].
No hablo de tener amantes. Hablo, por ejemplo, de sus relaciones con la monarquía saudí.
Seguro que hubo negocios. No quiero que esto suene como una excusa, pero él durante muchos años no tuvo ni un duro. Tenía que pedir dinero a Franco para comprarse un traje. Tal vez haya cierta fragilidad, todos somos humanos. Y hay mucha corrupción en España, entonces él no resistió.
Pero era el jefe del Estado.
Pero en España el ambiente siempre fue muy corrupto.
Igual el problema está en justificar ciertos comportamientos por el mero hecho de que ostentaba la jefatura de Estado…
Sí, pero desde Franco, desde siempre, España ha sido un país corrupto.
Cuando habla del rey desprende cierto aroma de hagiografía.
No es verdad, porque si fuera una hagiografía no hablaría de estos temas. Y lo hago tanto en el documental como en el libro que escribí sobre Juan Carlos I. A mí me gusta su obra política pero también el destino casi literario de un hombre que nació en el exilio. Podría ser una novela. Su padre lo manda diez años a estudiar con su enemigo en un momento en el que por decir «¡viva el rey!» podías acabar en la cárcel. Cada vez que se pelean tiene que volver a Portugal. Está bajo vigilancia y no sabe si va a ser rey o qué. Estaba en Suiza, Italia, Portugal, España… Habría podido casarse, estar en Saint Tropez y no hacer nada con su vida. A mí me gusta eso de él, Felipe VI tiene algo muy liso que no me interesa.
Yo conocía el poder, el impacto que tiene el poder sobre la gente, y con él fue diferente. Pero no es una hagiografía porque yo cuento que él hizo cosas que no habría tenido que hacer, pero no quiero que eso anule su figura política. Es un animal político.
En Hija de revolucionarios rememora un fragmento de Félicien Marceu citado por Alain Finkielkraut en su discurso de ingreso en la academia, la idea general es que el piso más arriba de la felicidad es la libertad. ¿Es esa la mejor herencia que ha recibido de sus padres?
Sí, la libertad intelectual, la libertad de poder escribir este libro, de poder irme de banquera a Estados Unidos, la libertad de ser educada por otros… A mí me molestaría que otros educaran a mis hijos, pero ellos me dieron esa libertad de elegir a mis padres.
Usted se construyó por oposición a sus padres.
Me construí por oposición, a lo que eran y a lo que no eran. Hubiera sido más fácil decir que me ponía a luchar en el Partido Comunista.
Todos tendemos a rebelarnos contra nuestros padres, también existe el peligro de terminar pareciéndonos a ellos.
Yo encantada de ser una gran intelectual como mi padre [risas]. De guerrillera con el Che eso no, no me gustan los mosquitos, la lucha armada, lo de no comer en dos semanas… Ese rollo no me va.
Dice Annie Ernaux que todo se aglutina en torno a la yo y la autoficción, que estamos asistiendo a una mutación de los géneros literarios. ¿Dónde enmarca su libro?
Es un testimonio. A lo mejor cuando se lea dentro de un siglo se preguntarán si es ficción o pasó de verdad. Yo no sé etiquetar el libro, las editoriales lo han hecho por mí.
Ernaux también sostiene que no hay que hablar de literatura femenina.
A mí me encantaría poder decir que no hay literatura femenina, pero tenemos problemas y sensibilidades que los hombres no tienen. Y creo que estamos todavía en la lucha, me encantaría que se hablara de una literatura general ya, pero no.
Abre Hija de revolucionarios con una cita de El misántropo, de Molière: «Cuanto más se ama a alguien menos debe adulársele; el verdadero amor es el que nada perdona». ¿Es eso lo que ha hecho con su padre?
Sí.
¿Y lo haría con sus hijos?
Soy muy dura con ellos, soy muy exigente. Cuando uno ama tiene que ser exigente. El amor es muy exigente porque te lleva a un ideal.