
De el Chino, o el Raval, a la Diagonal hay poco más de un cuarto de hora, si uno es de piernas impacientes. Pero también hay más de cuarenta años de periodismo. Maruja Torres bien lo sabe. En su bloque de pisos del Ensanche tiemblan con la leyenda de una banda de mafiosos caucasianos que vive al acecho. Así ella baja al portal aguerrida y nos abre. En su casa ladra Tonino, un perro viejo entre tinieblas, borgesiano. O sea que anda mal de la vista. La periodista ofrece cola light y aceptamos dignamente. Empezó en la secretaría y se ha currado todos los palos del periodismo. De la prensa nicotinosa y mortecina de Cara al Sol al férreo reporterismo y la corresponsalía valiente, de la frívola salsa rosa con picantón al púlpito feroz del yo opino. Pertenece al club privilegiado de los bendecidos con los premios Planeta y Nadal. Disfruta con la ficción, dándole marcha a su alter ego Diana Dial. Revisita el cine añejo en DVD con la pasión de aquellos aficionados a la ópera que saben que Verdi es su último refugio. Utiliza una botella vacía de Macallan de doce años como florero. Conoce el pertinaz odio de los enemigos y es leal con los amigos. No se corta un pelo a estas alturas del partido. Más allá de sus quevedos de acolchada montura y al final de una pícara mirada, brilla el fiero hierro de una faca. Las vecinas del barrio la llaman aún “nena”.
Lo has relatado en “Mujer en Guerra”, también en algunos artículos y entrevistas, pero cuéntanos cómo fueron los inicios.
Fueron inesperados. Yo era secretaria, como sabrás, y una mecanógrafa muy trabajadora que “laboraba” como un burro. Los inicios fueron casuales, aunque leía mucho. Supongo que desde la adolescencia, cuando conocí a Terenci [Moix], quería ser novelista. Por suerte, el periodismo se inmiscuyó en mi camino, porque a la novela he llegado gracias al personaje Maruja Torres-periodista, que me ha nutrido mucho. Era una gran lectora de lo que se podía leer entonces, sobre todo en un hogar pobre. Leía las crónicas de Josefina Carabias en El Noticiero Universal, que las hacía desde Washington y París, y a Martín Girard, que resultó ser Gonzalo Suárez, con sus estupendas crónicas de vestuario de fútbol. Leía y sin saberlo estaba buscando un estilo, buscaba hacer las cosas de una forma personal, implicándome y con un punto de vista diferente. Entonces entré en la Prensa del Movimiento, facción nocturna, de secretaria del director, y allí tenía un consultorio sociológico, muy serio, Carmen Kurtz. Kurtz, como el…
…El capitán de la novela de Conrad.
Sí, yo venía del mundo de los trabajadores que llenábamos blocs para un tío que nos dictaba una carta tras otra sobre la nueva dirección de la fábrica en, por ejemplo, Cerdanyola, y cuando decía “erecciones”, miraba así [parodiando una mirada concupiscente], a ver si las mujeres reaccionábamos. Así que me pareció un placer pasar a ser secretaria del director y esclava de la titular de la página femenina, que no te la puedes ni imaginar: niños, pañales, recortes… Lo único animado que tenía era el mundo de la moda, que lo llevaba la jefa, porque así recibía modelitos gratis. Y también le llevaba las cuentas al gerente por las tardes y los domingos recogía las crónicas de fútbol de segunda y tercera división: [impostando un acento catalán digno del humorista Eugenio o del Sazatornil de la Escopeta Nacional] “Señorita, el Sabadell una vez más ha vuelto a perder por culpa del árbitro. El equipo visitante con un sucio juego, etcétera…”. Pero eso me permitió vivir la vida nocturna de domingo en una redacción de tíos. Y ahí es donde conocí el oficio. Un oficio para disfrutarlo. De hecho, para disfrutar lo mismo en la vida sin ser periodista sólo podías ser mujer de alterne. Trabajar en un periódico te hacía golfa oficial, pero oficialmente eras respetable.
¿Como Rosalind Russell en Luna Nueva?
Fíjate que a mí todavía hay gente que me sigue llamado Hildy (Ríe)
Antes del ingreso en Fotogramas, ¿qué hubo?
Hice una jugada astuta. A la larga, porque a la corta me salió rana. Llevaba más de un año trabajando en La Prensa y estaba del Movimiento hasta muy arriba, porque me mandaban a hacer número y figuración cuando venía un ministro del régimen, como Solís o así, a echar un speech a los trabajores del tipo: “Nosotros tenemos los cojones cuadrados, ¡qué nos tiene que enseñar Europa!”. Llegaba yo allí, y apuntaba “tenemos los cojones cuadrados”. Se lo llevaba al director, quien rompía el papel y añadía: “Alejandro Muñoz Alonso acaba de mandarme la versión oficial”. “¿Y por qué he ido?”. “Porque queda bien que alguien esté allí tomando notas”. Estaba bastante harta, la verdad. Me apetecía mucho entrevistar a Elisenda Nadal, directora in pectore de Fotogramas, y pensé que si le gustaba lo que yo escribiera, quizá me contrataría. Hice una bonita entrevista y me contrató, pero para la publicación de su madre, Garbo, prensa del corazón (Ríe). Sin embargo, Elisenda empezó a darme colaboraciones para Fotogramas, que yo tenía que hacer en el horario de Garbo. Entonces venía la madre, la señora Nadal, y me decía: “¡Què fas, estás trabajando para mi hija!” Y yo ponía cara de póquer, pero Elisenda terciaba: “Ha sido ella, que me lo ha pedido”. La otra, aterrada, me denunciaba (Ríe).
Dices además que en Fotogramas aprendiste a escribir como hablas.
Claro que sí. Recuerdo que lo primero que me encargaron fue una pieza sobre “Las chicas Bond”. “Fes un reportatge de las chicas Bond”. ¡Qué hago!, pensé. Vengo de escribir de bebes, pañales y cosas así. Y sobre lo bonita que es la primavera en columnas de opinión de la página femenina. “¿Y cómo lo escribo?” “Collons, escribe como hablas, que te entienda la gente”, me respondió Elisenda, que ahora es una de mis mejores amigas. Y así empecé.
¿Luego vino la etapa Por Favor?
Estaba en Fotogramas y hacía otras colaboraciones. Fija, lo que se dice fija, no he estado nunca en ningún sitio. Lo mío siempre ha sido un pluriempleo permanente. Era como ahora pero no nos planteábamos el futuro. Quizá porque el presente ya era muy entretenido. Pasaban muchas cosas y teníamos mucho que hacer. En el edificio de Fotogramas, cuando pasamos a la Rambla, teníamos la delegación de Información y Turismo, y bajábamos con las pruebas (Ríe). Pero cuando empecé, en el mítico edificio de La Vanguardia, que por detrás da a la calle Talleres, llegó a haber Dicen, Destino, Gaceta Ilustrada, Fotogramas, Garbo,La Vanguardia... Enfrente estaba El Papus, en la Plaza de Castilla, donde hubo el atentado. También colaboraba en El Papus. Pero Vázquez Montalbán me contrató para Por Favor, en un ascensor, poniéndose así [ladea el rostro y encoge los hombros], porque era muy tímido: “No hay muchas mujeres que tengan sentido del humor”. Y yo le respondí: “Motivos no tenemos”. “Me gusta lo que haces en Fotogramas”, acabó reconociendo. Me supo muy mal cambiar, porque yo quería mucho a Ivá, a Óscar y a toda la gente que estaba allí. La gente más golfa estaba en El Papus y era una forma de vida. Luego Por Favor también lo fue. Presentamos la revista la noche en que recibimos la noticia de que iban a ejecutar a Salvador Puig Antich. Estaba Luis del Olmo presentando y Manolo [Vázquez Montalbán] agarró el micrófono y dijo que la revista era de humor político, que salía para denunciar al Régimen y las atrocidades que estaba cometiendo. Y allí ya quedamos marcados.
La nómina de Por Favor era un lujo: Perich, Forges, Marsé, el propio Vázquez Montalbán…
Sí. Forges era el que lo negociaba todo. Si alguna vez necesitas que alguien te negocie un contrato habla con él. Bueno, no sé si en el mundo actual sirve, porque en el mundo actual nadie puede negociar nada (Ríe). Marsé siempre ha sido un tío que escribe lo justo, pero estaba allí todas las tardes porque nos lo pasábamos muy bien. Primero parían, y luego empezábamos a confraternizar y acabábamos todos tomando copas en el bar que hubiera. Luego, por la noche, te ibas al Sot, en la calle Diputación, y estaban los mismos mas cincuenta.
¿Coincidió con la época mítica de Boccacio?
Sí, pero las noches se acababan muchas veces en la Estación de Francia, porque era el único bar que estaba abierto (Ríe).
Por la mañana, como quien dice.
Sí, estaba el quiosco de la Plaza Palacio, que existía entonces, y tomabas un chinchón. Te habías tomado la cazalla en el Arco del Teatro. Y después estaba Bocaccio, el Jazz Colon, el Kit Kat de la calle Escudillers. Había muchas cosas y éramos jóvenes.
Es curioso, el periodismo se ha vuelto abstemio.
¡Oh! Abstemio y silencioso. Recuerdo la redacción como un lugar de ebullición. Yo, la verdad, es que ahora no frecuento las redacciones al igual que no frecuento a los escritores, por prescripción médica. De uno en uno, sí. Conocí El País cuando estaba muy vivo, cuando había redacción, esas luchas típicas de los periódicos, esas injusticias que hay en el periodismo, que son muestra de transfusiones de sangre. Había quien te puteaba y llorabas, pero todo eso no quería decir nada. Si eras bueno, eras bueno.
De hecho, eres de los pocos que se han ido de El País y han vuelto.
Creo que soy la única que volvió sin el rabo entre las piernas, para hacer lo que quería y cobrando el triple. Salí de El País para conservar mi estilo. Había mal ambiente respecto a mí, porque un jefecillo se creía que yo iba a ser jefe, que las animaladas que yo hacía y le discutía eran porque quería quitarle el sitio. Nadie que me conozca puede decir que yo jamás haya querido ser jefe de nada. Sólo he aspirado a tener buenos jefes, y sabe Dios que es más difícil tener buenos jefes que ser jefe. Mucho más difícil. Entonces todo se fue envenenando y empecé a traducir teletipos. Y, claro, yo era un peso pesado. Tenía mis propios lectores y me estaba deprimiendo mucho. Hasta que un día dije basta y me fui. En ese momento empezaron a lloverme las ofertas, pero antes de las ofertas me aterré porque no había nadie que hubiera dejado El País. Era como arrojarse a las tinieblas. Hice cola en la planta sagrada para despedirme de Cebrián pero no me recibió. Le dejé una nota muy mona, y cuando me contestó yo ya estaba en Cambio 16. A partir de ahí empezó el cortejo.
En Cambio 16 hiciste unos reportajes muy novedosos en la época al estilo de Günter Wallraff.
Sí, Pedro José [Ramírez] tiene una cosa muy buena: es un periodista de reacción inmediata. Si hay un tema lo ve y te manda. Otra cosa es que luego sea un falsario cuando publica (sonríe).
Dicen que es un periodista de raza.
Es un periodista de raza. Y siempre tendré que agradecerle el hecho de que a mí me hicieran fija en El País, porque él me hizo una oferta para Diario 16. Se lo dije entonces, y cuando aún nos hablábamos siempre me lo reprochaba. Las cosas como son. Aunque luego no sabías lo que publicaría cuando le mandabas algo. Era tan amarillista como se ha vuelto en general toda la prensa hoy.
¿Tal vez fue también un pionero en eso?
Fue un pionero, sí.
Hablando de Pedro J. Ramírez, se produjo el caso del vídeo.
Estoy completamente en contra de que se hiciese y de que se publicara. Es más, Jesús Ceberio, en las reuniones, dijo que no se hablaría del caso en El País. Algo que no hubiera hecho Pedro Jota si Cebrián hubiese sido el sorprendido en un vídeo. Vamos, lo tengo clarísimo.
¿Sí?
Sí. Lo tengo muy claro. Trabajé para Pedro J. en Cambio 16, y allí se ponía a parir al diario El País y a Polanco gratuitamente, sólo por envidia. No en el Cambio 16 de Juan Tomás de Salas. La persecución a El País, en cualquier caso, empezó mucho antes de El Mundo.
Si no recuerdo mal, fuiste de las pocas periodistas en El País que escribió una columna denunciando la doble moral de la izquierda a propósito del vídeo.
¿Crees que fui yo?
Mmmm… pues creía que sí.
Creo que no fui yo. De ese tema pasé. Pero una vez, cuando tenía una sección dominical, dije que cómo era posible que se hubiese grabado un vídeo de la vida sexual de Pedro J. pudiendo haber grabado la decoración de Agatha Ruiz de la Prada de la casa donde vivían.
Más sutil.
Sí, eso es más propio de mí. Eso de la doble moral debió de escribirlo… No te voy a decir quién. En cualquier caso, está bien dicho. En la temporada del vídeo, no podías ir a cenar a casa de nadie que no tuviera una versión. En unas se veía mejor y en otras peor.
Siguiendo con la prensa, con la crispación que existe actualmente en el periodismo. ¿Hay dos trincheras? No sé si es muy español y muy preocupante.
Me temo mucho que lo de las dos Españas es absolutamente cierto. Y una acaba jodiendo a la otra. Generalmente es siempre la misma.
Pero la confrontación parece estar más en los medios que en la sociedad. ¿O tal vez los medios quieren potenciarlo a un nivel social?
Creo que, por desgracia, la sociedad y los medios van por caminos diferentes. Los medios se parecen cada vez más a los políticos, que están siendo desechados por la sociedad. Me refiero a los medios tradicionales que, por mucho que se modernicen y se hagan punto com, siguen teniendo la misma historia. Entonces se nota mucho más la crispación, pues no está acompañada por un buen periodismo sólido. ¿Dónde está ese gran reportaje en el que se han invertido horas que haga olvidar la línea editorial? Estás condenado a estas líneas editoriales que asustan. Hoy en día, una de las cosas que hace el periodismo es propiciar el miedo de la sociedad, el miedo a lo que vaya a ocurrir. Y, en general, quien propicia el miedo propicia la sumisión. Hay demasiada opinión. Te lo dice una a la que sólo dejan opinar.
¿Sólo te dejan opinar?
Bueno, no es que sólo me dejen, pero mi momento ha pasado. El momento reporteril ha pasado. Y en cualquier caso, el modelo reporteril sólo interesa en virtud de lo que conozco de los famosos.
Por cierto, tú iniciaste la sátira rosa o el esperpento del papel couché.
Eso ya lo hacía en Por favor, en una sección que se llamaba “La ventana indiscreta”. Allí hacía todo tipo de cosas, pero cosas mucho más bestias.
De hecho, tu primera incursión en la novela fue a propósito de Julio Iglesias.
Tuve que vender mi cuerpo porque cuando dejé El País me acojoné. Me ofrecieron escribir una biografía de Julio Iglesias (para Espasa Calpe, que la rechazó finalmente porque me había salido esperpento humorístico; la publicó Anagrama y salí ganando) aprovechando que podía seguirle en su primera gira por Estados Unidos, pero justo cuando había firmado me ofrecieron trabajo en Cambio 16 y El Tiempo. Preferí a Pepe Oneto antes que a Julián Lago. Una de esas decisiones que una mujer debe tomar (Ríe). Pero como había firmado el contrato, seguí a Julio Iglesias como una loca y pensé que no podía hacer aquello en serio. Mientras tanto, hice algún reportaje y alguna cosa más, y el libro se fue alargando. No lo saqué hasta tres o cuatro años después. Me inventé, en ese momento, a Diana Dial, que es mi alter ego y que ahora la tengo resolviendo crímenes o sencillamente matando a los asesinos. ¡Qué gusto me da envejecer matando! Metí además en aquel libro muchos ingredientes que son muy míos. El humor y el disparate.
¿Qué te pareció Julio Iglesias entonces?
En aquel momento, un fascista asqueroso. Un amigo del poder, pero que estaba mucho más a gusto con el poder si éste era machista, estaba a favor de los ricos y no tenía que pagar impuestos. Recuerdo que trataba bien a los que estaban por encima y mal a los que estaban por debajo. Le gustaba humillar a sus propios empleados. Humillaba a su mánager. Es de aquellos de “¡Cómo puede haber un hombre, un voto! Hay personas que no merecen un voto”. Lo saqué en mi libro. En una ocasión, se asomó al balcón de su mansión de los Ángeles y dijo: “Esto es América, Maruja, esto es el progreso. Y Europa está acabada”.
Hablando de Diana Dial y relacionado con tu incursión en la novela negra, me parece que hay una tendencia de las escritoras a profundizar en el ámbito de la criminología (Agatha Christie, Patricia Highsmith, Patricia Cornwell) frente a crónica social más propia de los maestros clásicos.
Sí, te sigo.
No sé si es un tema de psicología.
Es que nosotras somos muy señorita Marple.
¿Hay un punto de sofisticación frente a la hard-boiled tradicional?
Los escritores tienen una cosa que les caracteriza —Manolo, el griego [Petros Márkaris], el italiano [Andrea Camilleri], Paco González Ledesma— y es la necesidad de estar deprimidos. De ver ¡oh! el horror de la vida. La única que hace que su detective se anime es otra mujer, Donna Leon: su comisario Bruneti vuelve deprimido a casa pero tiene a esa mujer fantástica que le prepara un guiso excelente y un cordero sensacional, que Leon no probaría jamás porque es vegetariana. Sin embargo, en general los personajes de las novelas negras son muy depresivos, todo les sale mal y no se enamoran nunca de la mujer que les haría feliz. Carvalho no está enamorado de la puta sino de una rubia estúpida que le pone cuernos. Y pienso que las mujeres somos, posiblemente, mucho más conocedoras de la naturaleza humana. Pero que conste que adoro estas novelas negras y disfruto mucho leyéndolas.
Pasaste cuatro años viviendo en El Líbano.
Sí, pero no estaba como corresponsal. Los dos primeros años, cuando sucedían cosas, como asesinatos de ministros, las tiendas plantadas de Hezbolá… siempre venía gente y yo les hacía de anfitriona, no me lo perdía aunque nadie me pidiera nada; reporteaba para mí, para mi conocimiento. Luego ya no mandaban a nadie porque lo veían en la CNN. Todavía no existía Al Jazeera en inglés (Sonríe).
Hablando de conflictos en Oriente Próximo…
Acaban de darme el premio Esperanza del Comité Palestí de Catalunya.
¿Ah, sí?
Sí, escolta!
En la polemíca sobre el poema de Günter Grass…
A Günter Grass le ha contestado Adolfo García Ortega
Por eso me gustaría saber qué te parecen los argumentos de García Ortega, que vienen a decir que no se puede comparar la defensa de Israel con el ánimo agresivo de Irán.
Israel tiene armas atómicas, nunca lo ha confesado y nunca ha permitido a nadie decírselo. Que un arma atómica en manos de Ahmadineyad sea más peligrosa que en manos de Netanyahu, te diría que así [aprieta la uña del dedo pulgar contra el final del índice]. De Netanyahu tampoco me fío un pelo. No cometeré el error de meter a todo Israel en el mismo saco, pero creo que el escoramiento hacia una derecha mesiánica del gobierno israelí es muy fuerte. Israel también tiene sus cantores, como García Ortega, Pilar Rahola y una serie de gente que está más o menos en nómina, sentimental o real; se pagan muy bien las conferencias que se dan en el circuito sionista.
Después te quería preguntar por algunas mujeres pero, ya puestos, ¿qué te parece Pilar Rahola?
¿Quién? ¿Esa chica de La Noria? Esa es la respuesta. ¿O aquella de “usted no sabe con quién está hablando”, cuando la grúa se llevaba su coche? La recuerdo por esas dos cosas. El resto de su trayectoria connais pas. Bueno, sé de sus artículos que hablan mal de mí, pero no los leo.
Al igual que tienes un número de lectores fieles eres una de las dianas preferidas de cierta derecha mediática.
Tengo muchos enemigos, gracias a Dios. El horror sería que les gustara. Los cronistas equidistantes suelen tener el favor de la derecha. El que dice que no es de izquierdas ni de derechas es de derechas, no te quepa duda.
¿Seguro?
De derechas vitales. Lo que les cabrea más de mí no son mis opiniones políticas, sino mis opiniones religiosas y mi descaro frente al sexo. Y que no esté muerta, eso es lo que más les cabrea, claro (Ríe).
En tu blog hablas de Gallardón como “Víctima de la Fimosis Tardía”.
Ha habido un asomador del blog que ha estado mejor al apostillar “y de la Próstata Prematura” (Ríe). Qué quieres que te diga, el blog sirve para desahogarme. A mí y a los que me siguen.
Decía que has sido un objetivo recurrente…
Sí, pero ellos también lo han sido míos, nunca me he callado respecto a ellos.

Te iba a decir eso, si no crees que con la mayoría absoluta del PP, por ejemplo, es cuando menos matizable tu afirmación de “hijos de puta” dirigida a sus votantes.
Claro que es matizable, sobre todo era matizable porque la hice en un contexto. Era después del Prestige, después de la invasión de Irak y de que en las autonómicas, y creo que también en las municipales, les votaran en Galicia. Pero es que luego me preguntaron qué opinaba de los votantes socialistas y declaré: “Hemos sido unos gilipollas”. Y eso ya no salió, ¿comprendes? Además, si quieres que maticemos más, te diré que eso fue a las once de la noche, despues de haber dado una conferencia gratuita en La Mina con Antoni Bassas, presente durante la entrevista, que me hizo un chico en el interior del seiscientos del cura obrero que nos había llevado allí. Pero eso sirvió para muchas cosas. Para darme cuenta de la gente que me apreciaba y la que no, gente de mi propio periódico que me dejaba mensajes diciendo “chavala, esta ha sido una caída pero te va a dar más impulso” y gente obligando a retractarme sin haberlo escrito en una columna, era una declaración a un medio. Se me sugirió que deslizara una excusa en una columna e hice más que eso. Hice una columna pidiendo perdón al diccionario, porque existiendo tan ricos sinónimos había utilizado el más burdo. Y menos a las prostitutas, que eran las primeras a las que tenía que haber pedido perdón, pedí perdón a todo el mundo. Con lo cual se cabrearon todavía más. Me encanta.
El caso de Barcelona, ¿se está volviendo provinciana?
¡Hace tiempo!
Pues aún más.
Viví Barcelona en los años que existía una cosa que estaba muy bien: éramos catalanistas, de izquierdas, anticensura, libertarios y todo lo cosmopolitas que podíamos. Cuando ganó Pujol eso se fue al carajo. La cultura fue hacernos creer que Franco había prohibido las pubilles y Els xiquets de Valls ¡Y esto nunca lo prohibió el hijo de puta! Sabía que eso era pan y circo.
Vamos, los coros y danzas
¡Coros y danzas! Pero lo que desapareció de aquí para que todo fuera muy catalán y muy nostrat fue, por ejemplo, el gran trabajo de Juan Manuel Martín de Blas en TV2, en la UHF que decíamos entonces, en blanco y negro, los programas de entrevistas de Montserrat Roig sobre personalidades catalanas, bien hechas y a fondo, las adaptaciones teatrales con Núria Espert… Todo esto ya no existe. Le tengo mucho respeto a TV3, sobre todo a la del principio, hasta que se institucionalizó, pero lo que hubo fue la comarca nos visita, y se quedó. Ahora más que nunca. Y luego el tripartit, que también… Quiero decir que el momento más cosmopolita fueron los Juegos Olímpicos y no fueron nada comparado con lo cosmopolita que fue esta ciudad cuando Ocaña vendía por las Ramblas sus perfumes a cambio de cantar. Teníamos panteras negras exiliados paseándose por las Ramblas. Lo sé porque me tiré a uno (Risas).
¿Fue bien?
Muy bien, muy bien la pantera (Ríe).
Aquella época también la retrató Federico Jiménez Losantos en La ciudad que fue.
Bueno, él ya estaba rebotado. Estaba con Alberto Cardín. Tenían un semanario muy interesante que se llamaba La bañera. Si siempre han sido muy inteligentes. Es la derecha inteligente. Arcadi Espada, por ejemplo, es muy inteligente.
Sí, bueno, “rata retorcida”, creo que escribiste…
Nunca le puse nombre. Ahora bien, si él se dio por aludido… A mí me recuerda mucho a Ricardo III, pero esa es otra historia. Me parece un hombre inteligente y me interesa mucho lo que escribe, pero como persona no le puedo dedicar dos minutos seguidos. Entonces… ¿por dónde íbamos?
Jiménez Losantos y Cardín.
Sí, ya tenían muy mala leche, eran muy envidiosos. Se dedicaban a ponernos verdes a los que empezábamos a tener éxito. A Terenci lo ponían a parir. Hay gente que tiene mucha maldad. Otros somos criticones y metemos muchas patas, pero no tenemos maldad.
Cambiando de tercio, has tocado todos o casi todos los palos periodísticos. Como reportera cinematográfica, cómo ves el hecho de que actualmente triunfe una película como The Artist, que propone una vuelta a los orígenes del cine. ¿Tal vez, al igual que el periodismo, el cine debería reinventarse?
Al cine le pasa lo mismo que a la ópera. Todo tiene su momento, su contexto. Sigue habiendo buenas peliculas, pero ya no hay aquel cine. Había ceremonias de los oscars de Hollywood en las que era imposible que hubiera una mala película porque todas las que se presentaban eran obras de arte a la altura de Lo que el viento se llevó.
Incluso se permitían ningunear a Chaplin o a Hitchcock.
Claro, porque les parecía poco. Al cine le ha pasado lo mismo que al periodismo, lo ha corrompido el negocio. Es decir, el periodismo se jode en el momento en que dedican salir a bolsa y los jefes empiezan a comprender que hay que trabajar para los accionistas y no para el público lector, y en el accionariado quizá no todos estén ahí por amor al arte. En esas estamos. La crisis y las tecnologías no han tenido nada que ver con la crisis del periodismo. Ha tenido que ver el encefalograma cóncavo y la codicia de las empresas que han querido estirar más el brazo que la manga, y se han puesto a comprar televisiones y a cotizar en bolsa. Hay gente que ha pedido préstamos para comprar acciones que luego se han devaluado. Y han perdido préstamos y acciones. Y no estoy hablando de ningún diario en concreto. Creo que deberían seguir vigentes los tiempos en que se hacía un medio de comunicación con esfuerzo, se esperaba reunir un poco de publicidad, se cubrían gastos, se pagaba modestamente y si se podía aguantar un año o dos, se iba ampliando todo lo demás. Igualmente creo que el hecho de que un periodista vaya a la guerra no es noticia. Noticia es lo que cuenta de esa guerra. Porque hubo un momento en que empezaron a tratarse hasta las excursiones de los corresponsales. Pues en el cine pasa lo mismo. Ya no puede informar nadie. En Fotogramas podía ir a los rodajes. Me estaba cuatro días, un mes, mirándolo todo, escuchando, hablando con la gente, y luego escribía dos o tres grandes reportajes. Ahora vienen las distribuidoras y te lo dan hecho. La productora ya ha decidido qué entrevistas conceden y salen todos con las mismas cosas y al mismo tiempo. Empezó en el cine antes que en todo lo demás. Incluso antes de que los políticos dejaran de hablar con los periodistas.
Sí, también sucede en el mundo editorial.
A mí de momento me tratan muy bien.
En cualquier caso, los pocos medios de papel que quedan parecen ir a rebufo de las ediciones digitales.
Porque la generación que ha llegado al poder, con excepciones, lo está haciendo mal. Son gente de cuarenta años que tienen a la empresa aquí y a los accionistas aquí. Y luego se ha creado el problema de que a los jóvenes se les ha escamoteado una generación que podría estar enseñándoles en la redacción. Y otra cosa que ha jodido al periodismo han sido los másters entendidos como fábricas de mano de obra sumisa, obediente y ahora ya muy barata.
Fue pionero El País.
Sí, y luego creo que el ABC enseguida lo copió. Quiero decir que podrían tener a Kafka enseñando literatura en el máster, da igual. Es el espíritu del máster.
¿Un espíritu corporativista, tal vez?
Claro, y sobre todo que se ha convertido en un negocio. Se saca dinero de esto. Me parece de una inmoralidad alucinante. Gente ilusionada con la posibilidad de tener un empleo, que para empezar a un periodista nunca tendría que prometérsele un empleo. Habría que exigirle formación ilimitada, y cuando acabe el máster decirle: ahora con tus ahorros o con lo que saques de aquí te formas. Te vas a Estados Unidos, recorres América Latina o te enteras de cómo está el mundo asiático, pero no meterlos en la redacción a cortar y pegar, y firmar desde Madrid noticias que han visto en la tele. Cuando entré en El País se firmaba muy poco, y ahora está todo lleno de firmas. Ni tanto ni tan calvo. Era muy elitista entonces. Pero ahora la forma de copago es tener tu firma, y eso te hace leer una sarta de gilipolleces. No sólo en El País, sino en todos los medios, pero me sabe mal que suceda en El País. Dicho todo lo cual, conozco a grandes periodistas jóvenes que salieron del máster. Pero no estoy segura de que no fueran igual de buenos sin el máster.
Esta sí que creo que es tuya. Hablaste una vez de los hombres que no sabes si van a estrangularte o van a hacerte el amor, como James Mason o Ralph Fiennes.
Bueno, yo he dicho moltes bestieses.
No sé si el equivalente moderno a este tipo de hombre sería Don Draper.
Sí, yo creo que es el hombre quebrado y el hombre tortuoso.
Así que gustan los cabrones.
No es que gusten los cabrones, es que no creo que Don Draper lo sea. Es un hombre que lleva la vida de un cabrón y eso lo está matando. Y en ese sentido es ejemplar. Sé de muchos ejecutivos que se creen que ha vuelto el hombre y van de Don Draper tratando a las secretarias así, y no se dan cuenta de que Don Draper se está muriendo por dentro. No se dan cuenta. Por cierto, el otro día vi en la tele un trozo de Ha nacido una estrella, de George Cukor, justo cuando James Mason se suicida, y pensé “Joder, además, qué cuerpazo tenía el cabrón” (Ríe). Y podía ser capaz de la mayor ternura y, al mismo tiempo, de algo tan sombrío.
Sí, como en Operación Cicerón.
¡Oh, fantástica!
Para terminar te pregunto por algunas mujeres. Hace poco, Soledad Gallego-Díaz nos comentaba que no se sentía “un referente moral”.
Pues lo es. Ella no se sentirá como tal, pero yo la considero un referente. Además es una gran periodista y le tengo mucho aprecio.
Isabel San Sebastián
¿Está viva?
Sí
La parte buena de vivir en Barcelona es que trato poco y cuando salgo, es al extranjero.
¿No sigues Intereconomía?
No. ¿No ves lo bien que estoy?
Rosa Montero.
Gran entrevistadora. Recuerdo entrevistas históricas, como la del Ayatolá Jomeini. Gran entrevistadora porque es un ser curioso, y porque entrevista bien a la persona con la que está hablando. Y muy buena persona, también.
Esperanza Aguirre
En un festival de cine de San Sebastián, no sabes lo difícil que fue huir de su jefe de prensa para que no nos hicieran una foto juntas cuando la hicieron ministra de Cultura. Es mi único recuerdo de ella. Creo que es una mujer sin corazón. O sea que tiene ese espíritu de la aristocracia, del croissant de María Antonieta.
Tú que además has tocado el guión cinematográfico con El rey del mambo, qué te parece Ángeles González Sinde.
Lo toqué muy mal (Ríe). Pero fue con un gran y querido amigo, Carles Mira. Conocí al padre de Ángeles González Sinde, a quien tenía un gran cariño y respeto mucho. ¿Te vale como respuesta?
Me vale. Cambiando de continente: Sarah Palin.
Bueno, ningún interés. Toda esa gente y su pensamiento me parecen esperpénticos. Teniendo aquí a la Aguirre, dedicarle tiempo a la Palin…
Otro objetivo de cierta derecha mediática es Pilar Manjón.
Eso sí que me duele mucho y me parece profundamente canalla. Esto demuestra hasta qué punto hay gente que es más mala que otra. Y están en otro lugar, no están en mi bando. En el bando de la izquierda hemos encontrado gilipollas por un tubo, aprovechados y corruptos, pero esa maldad, esa mala sangre es guerracivilesca y es odio de clase, el odio del señorito o del palanganero del señorito, que sería el caso de los periodistas. Siempre he sido respetuosa con ABC pero no con Jaime de Campany, que era una alimaña con pistola. Los de Intereconomía, que no la veo pero me tienen informada, o toda esa gente que no quiero nombrar, como los SS [Salvador Sostres], son malos frustrados, que se miran al espejo y no se quieren, y que tienen esa parcela de poder y la usan para hablar de chochitos y todos eso. ¡Qué asco!
Bueno, se refirió a los chochitos Salvador Sostres en Telemadrid.
SS.
¡Ah, vale! Por último, María Dolores de Cospedal.
Me parece tan mala… Pobre Julia Roberts haciendo de mala en Blancanieves, cuando podría ser la Cospedal con una cruz al hombro.

Fotografía: Alberto Gamazo