Por extraño que parezca, ni Djokovic ni Federer ni Nadal habían remontado nunca una final de Grand Slam en la que estuvieran dos sets a uno abajo. Parte del misterio está en que esos partidos los habían jugado entre sí, pero el dato no deja de ser sorprendente. Después de hacerse con el primer set con cierta suficiencia (los tres primeros juegos recordaron a los de la final del año pasado contra Nadal), Djokovic se vio en la misma circunstancia que contra Wawrinka en Roland Garros 2015 y el US Open 2016: cada vez más empequeñecido y sin más recurso que defenderse ante los golpes contrarios.
Y es que Thiem golpeaba de lo lindo: de derecha y del revés. Siempre buscando la profundidad más que el ángulo. Bolas largas, potentes, que imposibilitaban el contraataque y mantenían al serbio metros detrás de la línea de fondo, donde más incómodo juega. Todo parecía preparado para la primera victoria de Grand Slam de un tenista nacido en los noventa (estamos en 2020), más aún cuando Thiem tuvo bola de break sobre el servicio del serbio con 1-1 en el cuarto set. Sin embargo, Novak resucitó. Sea por los batidos mágicos de su preparador o sea porque Thiem llevaba ya dos partidos seguidos de cuatro horas en las piernas, pero el partido se dio la vuelta por completo y Djokovic entró en ese trance habitual en los momentos decisivos: ni una bola fallada, ni un golpe mal pensado, ni un signo de fatiga.
Thiem perdió, sí, pero perdió con la cabeza bien alta. Como dijo el campeón en la entrega de premios, el austríaco fue el mejor sobre la pista. Puede decirse que el relevo generacional se alarga y por supuesto es cierto: trece grandes consecutivos se han repartido Djokovic, Nadal y Federer para un total de cincuenta y seis. Sin embargo, la competencia ya está ahí. Como Medvedev en el US Open, Thiem luchó hasta el último punto y no se limitó a felicitarse por haber llegado ahí. Fue en general un gran Open de Australia. Intentaremos resumirlo lo mejor posible:
1. Empecemos por el campeón, por supuesto. Diecisiete torneos del Grand Slam para Djokovic, ocho de los cuales han llegado en Australia. Obviamente, es un récord y no parece el único que pueda caer este año. Este lunes ha empezado su semana doscientas setenta y seis como número uno del mundo, es decir, diez menos que Pete Sampras y treinta y cuatro menos que Roger Federer. ¿Puede alcanzarlo este mismo año? Dependerá de Rafa Nadal. El resto está muy, muy lejos todavía. No tuvo el más difícil de los cuadros, pero lo solventó con una suficiencia espectacular hasta la final y esa supuesta deshidratación. Alguien en Twitter lo comparó con un robot. Puede. A veces parece una máquina perfecta, desde luego, pero no exenta de genialidad. Aparte, esa capacidad de resistencia… envidiable. Sabe que está compitiendo a la vez contra el rival y contra la historia. Y no está dispuesto a rendirse nunca.
2. ¿Cómo queda el debate de quién es el más grande de todos los tiempos? Animado. Si no fuera por el gluten y por Pepe Imaz, me temo que no habría dudas en cuanto a resultados. Esos dos años de respiro que se tomó el serbio entre Roland Garros 2016 y Wimbledon 2018 le han hecho mucho daño estadístico. Es difícil pronunciarse en términos absolutos sobre una cuestión subjetiva: habrá quien considere que la belleza del juego de Federer es inigualable o que la consistencia y la competitividad de Nadal le colocan en lo alto del ranking histórico. Nadie podría decirles nada. Los aficionados a Djokovic, por su parte, pueden citar los siguientes hitos: el serbio ha ganado los cuatro torneos del Grand Slam, los nueve Masters 1000 y las ATP Finals. Es el único en haberlo hecho. Llegó a ganar los cuatro grandes de forma consecutiva y tiene el H2H favorable con sus dos rivales. En lo que llevamos de década (2011-2020) ha ganado dieciséis Grand Slams por diez de Nadal y cuatro de Federer. En cuanto a semanas en el número uno desde 2011, el registro es abrumador: doscientas setenta y seis para Nole, ciento treinta y siete para Rafa y veinticinco para Roger. Hablar de «Big 3» en términos históricos tiene sentido. Si cerramos más el foco, llevamos diez años de dominio serbio con meritorias excepciones.
3. Si alguien parece decidido a romper ese dominio, ese es sin duda Dominic Thiem. Reconozco que siempre he tenido dudas sobre el austríaco. No ya sobre su condición de jugador de élite sino sobre su capacidad de disputar grandes. Lleva ya tres finales y el disparo cada vez queda más cerca del objetivo. Se ve que no es un Wawrinka sino un Andy Murray, es decir, necesita tiempo. Su torneo fue formidable, sobre todo teniendo en cuenta que tuvo que enfrentarse al número uno del mundo en cuartos (Nadal), al siete en semis (Zverev) y al dos en la final (Djokovic). No llegó ahí por casualidad y su tenis fue de un nivel altísimo, tanto al saque como al resto. Ese revés a una mano es una auténtica gozada y cuando lo hace paralelo es incontestable. Con todo, va a cumplir veintisiete años en breve. No puede seguir esperando mucho más tiempo. Muchos le dan ya como favorito para Roland Garros, pero eso parecen palabras mayores.
4. ¿Por qué? Porque Nadal y Roland Garros es un matrimonio demasiado unido. Thiem derrotó por fin a Rafa en un Grand Slam y lo hizo a lo grande, con un juego sensacional. ¿Bastará eso para derrotarlo en París tras dos finales consecutivas perdidas? Difícil saberlo. El periodista Pepe Rodríguez apuntaba recientemente en su podcast que Nadal «ya no dominaba» y que por tanto había entrado en su crepúsculo. No puedo estar de acuerdo. No por perder en cuartos de final de Australia contra un jugador tan bueno como Thiem. Mucho menos por los resultados de la cosa esa llamada ATP Cup de la que hablaremos más tarde. Nadal sigue siendo el campeón vigente de Roland Garros y del US Open y no es número uno del mundo por trescientos puntos. Hizo el torneo que tenía que hacer: ganó bien a los que tenía que ganar bien y llevó al límite al primero que encontró a su nivel. Hay que tener en cuenta que en dieciséis años disputando el Open de Australia, Nadal solo ha ganado el torneo una vez. No creo que esta derrota le afecte demasiado.
5. Por cierto, justo antes del partido de cuartos contra Thiem, Nadal tuvo que enfrentarse a Nick Kyrgios en octavos y se montó el habitual revuelo. Pocas veces he visto en deporte una rivalidad tan absurda en la que siempre gana el mismo. Kyrgios es un buen jugador, un top 25 que podría llegar a top 10 si se centrara. Punto. Toda esta atención mediática en torno a él ni le hace bien al deportista ni al deporte. Estoy harto de oír «podría llegar a ganar un Grand Slam» cuando hace años que no juega ni cuartos de final. No tiene el tenis suficiente. Su saque es muy bueno y de vez en cuando se saca alguna genialidad de la manga, pero ni le da el físico ni le da el revés ni es consistente con su derecha. En vez de pedirle milagros, aprendamos a quererle como lo que es: un buen jugador, ya digo, llamativo, punto.
6. Aparte del Nadal-Thiem, el otro gran partido de cuartos de final fue el Federer-Sandgren, en el que el suizo levantó siete match points para acabar pasando a semifinales medio cojo. Ya había hecho algo parecido en tercera ronda contra John Millman, cuando se vio 8-4 abajo en el super tie-break y acabó ganando seis puntos consecutivos. Por muy optimista que quiera ser con respecto al torneo, no puedo evitar ver lo de Federer con cierta resignación y bien sabe Dios que nadie le admira tanto como yo: que un tío de treinta y ocho años y medio, sin un solo partido de preparación porque había empezado tarde los entrenamientos debido a una gira eterna por Latinoamérica, en un estado físico deplorable, se plante en semifinales de un grande y encima lo haga solo con una pierna, no es buena señal para el tenis. De acuerdo que su cuadro fue cómico y que no se enfrentó a nadie mínimamente peligroso, pero eso no es culpa suya sino de sus rivales. ¿Dónde estaban los cabezas de serie de su lado? Perdiendo contra el número 100 del mundo.
7. En cualquier caso, es curioso lo de Roger. Puede que esta sea su última temporada y tira de esta manera el primer grande, justo el único que ha ganado dos veces en los últimos siete años. Él sabrá por qué, ya es mayorcito. La gira con Zverev no le sentó nada mal al alemán, pero es que el alemán tiene veintidós años. A la edad del suizo, ganar un grande depende de una preparación exquisita. Se pasó noviembre jugando exhibiciones mientras los demás descansaban y se ha pasado diciembre y enero intentando volver a coger el ritmo de entrenamiento mientras los demás ya empezaban a competir en la ATP Cup. Así es muy complicado.
8. Por cierto, gran torneo de Zverev. Por fin. Cuánto queremos a Alexander Zverev cuando se concentra y deja de encadenar dobles faltas. Hay que recordar que hablamos de un chico de veintidós años que ya ha ganado tres Masters 1000 y unas ATP Finals. Ahora, por fin, puede añadir a su palmarés unas semifinales de Grand Slam y muy merecidas, sin apenas pasar apuros hasta esa ronda y presionando a Thiem hasta donde pudo. Tengo la sensación de que cuando gane su primer grande, el resto vendrán en cascada. Lo sorprendente, además, es que ya nadie contaba con él después de la ATP Cup tan desastrosa que se había marcado, con Boris Becker desesperado y su padre llorando. Así es el tenis. Cambia de un momento al otro.
9. Buen momento para reflexionar sobre la polémica ATP Cup- Davis Cup. Efectivamente, no tiene sentido que haya dos competiciones por equipos casi idénticas y que además se celebren con dos meses de distancia una de la otra. Una desaparecerá. Y tiene pinta de que será la Davis. O tendrá que volver al antiguo formato, eso ya no lo sé. La ATP Cup tuvo más o menos los mismos nombres pero el enorme atractivo de las fechas: jugar en noviembre, con todo el pescado vendido, es saturante. Jugar en enero, después de las vacaciones, da mucho juego mediático y puede anticipar tendencias para el año entrante. Aparte, tengo la sensación de que la ATP juega con mucho más margen económico que Piqué a la hora de afrontar pérdidas. Eso y un continente volcado. No es poca cosa.
10. Thiem y Zverev dieron el paso adelante. Bien por ellos. ¿Quiénes no lo dieron? Sobre todo, Tsitsipas, Berretini y en menor medida Medvedev. Lo de Berretini era esperable hasta cierto punto porque su aparición fulgurante en el US Open del año pasado no puede ocultar que el resto de su carrera hasta el momento no ha sido precisamente despampanante. Tsitsipas, campeón de las ATP Finals, se la pegó en la ATP Cup, con broncas y raquetazos de por medio. A todos nos gusta su competitividad y su inconformismo, pero incluso eso hay que gestionarlo bien. Cayó en tercera ronda contra Milos Raonic y además cayó sin oponer resistencia alguna. En cuanto a Medvedev, perdió en octavos contra Wawrinka. No es un resultado deshonroso, pero es que en torno al ruso se han creado unas expectativas algo desmesuradas. No faltó quien dijo que se había convertido en el mejor jugador del mundo. Puede serlo algún día, pero estamos en lo mismo que hace cinco meses: o mejora el saque y la derecha o seguirá siendo una moneda al aire. El hecho de que no haya ganado un solo partido a cinco sets invita a preocuparse por su resistencia mental y física.
11. En cualquier caso, más me preocupa Felix Auger-Aliassime. Llevamos años oyendo maravillas de él y poco a poco, aún adolescente, jugando torneos menores ante rivales menores, consiguió colarse en el top 20. Una vez llegado, le quedaba mantenerse, pero no lo está consiguiendo. Sus resultados en Grand Slam son muy deficientes para alguien llamado a ser un dominador del circuito. No le vamos a pedir que gane el Open de Australia con diecinueve años pero sí habría que exigirle que le gane a Ernests Gulbis. Está muy perdido y habrá que ver cuándo se encuentra.
12. Acabamos con las decepciones: Denis Shapovalov pasó por algo parecido a lo que está pasando Aliassime hace dos años. Aún tiene veinte, así que es insultantemente joven. En la ATP Cup jugó de maravilla, dando continuidad a un esperanzador final de la temporada 2019 y convirtiéndolo en uno de los candidatos a llegar lejos en Melbourne, más que nada porque su cuadro era relativamente sencillo (solo Federer como rival serio hasta semifinales y este Federer, además). Sin embargo, perdió en primera ronda, totalmente desquiciado, ante Márton Fucosvics, número 67 del mundo. Me habría gustado mucho ver a Alex de Miñaur pero hizo la clásica jugada de novato de lesionarse en el intrascendente torneo anterior a un Grand Slam. Aprenderá.
13. Dejemos de lado las decepciones: qué bien pinta Andrei Rublev. Parecía que iba a quedarse en nada después de esa sorprendente eliminatoria de Copa Davis contra España cuando tenía diecisiete años, pero ya le tenemos entre los quince mejores del mundo. En Australia, hizo lo que correspondía: pasó tres rondas ante rivales inferiores y acabó perdiendo en octavos ante Alexander Zverev. Tarkovski estaría orgulloso. Tiene pinta de que esto no va a acabar aquí y pronto le veremos como top ten.
14. Una de veteranos que no se rinden: Milos Raonic, como siempre, apareció de la nada en Australia y se metió en cuartos de final. Qué jugador más difícil de catalogar. Va a cumplir treinta años y ha pasado por todas las lesiones posibles, pero es junto a Juan Martín del Potro, el gran «¿y si…?» del tenis de este siglo. Finalista en Wimbledon en 2016, nunca ha conseguido enganchar un año entero de salud y tenis. Solo Djokovic pudo pararlo, aunque lo hizo en seco, eso sí. Enorme mérito el del canadiense, enorme mérito el de Marin Cilic, que durante tres rondas recordó al campeón del US Open y finalista en Londres y Melbourne… y enorme mérito el de Stan Wawrinka. Tiene treinta y cuatro años, ha ganado todo lo que tiene que ganar, jamás volverá a competir en serio por un grande, tuvo una lesión devastadora… y ahí sigue el tío, llevándose por delante a jovencitos como Medvedev y en cinco sets, además. Un ejemplo.
15. Acabemos el análisis al cuadro masculino con una mención al tenis español, vigente campeón de la Copa Davis y finalista de la ATP Cup. ¿Qué encontramos? A Rafa Nadal. Punto. Ni siquiera Roberto Bautista, que llegaba invicto a Melbourne, pudo pasar de tercera ronda. El siguiente es Pablo Carreño, que sigue cayendo en el ranking, y ya hay que recurrir a Fernando Verdasco, a sus treinta y seis años. ¿Dónde hay algo parecido al relevo? Jaume Munar, que va para los veintitrés, cayó contra el local Popyrin en segunda ronda; Alejandro Davydovich (veinte años) ganó en cinco sets a Gombos pero solo le pudo hacer siete juegos a Schwartzman en segunda ronda. Por último, Nicola Kuhn (diecinueve), la tercera gran promesa del tenis español, se tuvo que retirar lesionado en la primera ronda clasificatoria. En medio, el vacío.
16. Antes de entrar a analizar el cuadro femenino, un comentario meteorológico: no hubo serios incidentes de salud relacionados con los fuegos que asolaron buena parte de Australia durante la celebración del evento. Nadie lo habría jurado cuando el primer día de clasificatorias se tuvo que retirar Dalila Jakupovic por no poder parar de toser. Sé de qué va el negocio del deporte profesional y sé lo poco que se puede hacer, pero si los jugadores y jugadoras no se plantan ante escenarios así, no sé a qué esperan. Todo acabó bien, al parecer. De hecho, sorprendentemente, no se volvió a tratar el tema públicamente.
17. Vamos con las mujeres: el jueves 16 de enero, Garbiñe Muguruza tenía que retirarse del torneo de Hobart por unas molestias. El martes 21, tras perder 6-0 el primer set ante la estadounidense Shelby Rogers, se sentaba abatida en su silla y llamaba al médico. Todo pintaba a que ahí acababa el Open de Australia para Muguruza, número 32 del mundo, perdida durante un año y pico en la intrascendencia. Lo que vino después fue de guion de cine: la remontada ante Rogers, el triunfo ante Svitolina, la victoria ante Bertens y el tie break imposible que le ganó a Simona Halep en las semifinales… De repente, dos semanas después de estar acabada para la práctica de este deporte, Garbiñe Muguruza volvía a estar en la final de un Grand Slam, la cuarta de su carrera. Y, por supuesto, todo el mundo la dio automáticamente por ganadora.
18. ¿Por qué? Porque enfrente no tenía a Serena Williams, ni a Bianca Andreescu, ni a Ashleigh Barty ni a Naomi Osaka… sino a Sofia Kenin. ¿Cómo no le iba a ganar a Sofia Kenin? El ninguneo a la estadounidense fue absoluto, pero la estadounidense ya había dado muestras de que no era una rival como para andar con tonterías: a sus veintiún años, había pasado en 2019 del número 50 del mundo al 15, derrotando en el camino a todas las grandes raquetas del circuito, incluyendo a Serena Williams en Roland Garros. Kenin es una excelente jugadora y lo demostró en la final, especialmente en los dos últimos sets, cuando se le pasó un poco el susto. Podemos darle todas las vueltas a las dobles faltas de Garbiñe o a ese 0-40 que desaprovechó con 2-2 en el tercer set, pero el mérito es de Kenin. Supo subir el ritmo, ahogar a su rival, moverla de lado a lado y no decaer nunca en el entusiasmo. Enhorabuena.
19. En cuanto a Garbiñe, lo de siempre: «Es que mentalmente…». Claro. Muguruza no es una luchadora ni tiene paciencia para aguantar meses y meses jugando partidos de tenis ni aguanta estoica cuando las cosas van mal. De hecho, lo mismo se tira otros tres años sin jugar una final de Grand Slam o no la vuelve a jugar nunca. Lo que me molesta de este tipo de comentarios es que parezca que lo hace a propósito. La mentalidad se trabaja, claro, como se trabaja el físico, pero si eres David Ferrer no vas a sacar a doscientos treinta kilómetros por hora y si eres Garbiñe no vas a luchar como Carla Suárez. Simplemente, no puedes. Por qué se mata a unas y se entiende perfectamente las limitaciones de otras (no lo digo por la pobre Carla, es solo un ejemplo) se me escapa.
20. En un circuito ingobernable, donde once jugadoras distintas se han repartido los últimos trece torneos de Grand Slam y nadie defiende su título con éxito desde Serena Williams en Wimbledon 2016, es difícil saber dónde empiezan y acaban las sorpresas. Por ejemplo, la propia Serena venía de ganar en Auckland muy cómodamente y se plantó en Melbourne como favorita de las casas de apuestas… todo para perder en tercera ronda contra la china Wang Qiang. Sigue su búsqueda del vigésimo cuarto grande, el que le permita empatar con Margaret Court-Smith. A sus treinta y ocho años, no tendrá muchas más oportunidades.
21. Por cierto, Martina Navratilova y John McEnroe se la jugaron a la organización portando una pancarta después de su partido de leyendas en la que pedían el cambio de nombre de la pista Margaret Court por «Evonne Goolagong Arena». Fue un gesto valiente por el que tuvieron que pedir perdón varias veces porque al fin y al cabo no dejan de tener demasiados compromisos con Tennis Australia, pero el mensaje quedó claro: que alguien con opiniones tan descarnadas acerca de la homosexualidad siga dando nombre a una pista tan importante es cuando menos debatible. Cada cual que piense lo que quiera.
22. Con Bianca Andreescu de nuevo lesionada (¿nos tendríamos que empezar a preocupar?), la atención mediática volvió a volcarse en «Coco» Gauff, que pronto cumplirá los dieciséis años y que demostró su valía derrotando de nuevo a Venus Williams, como en Wimbledon, y llevándose por delante también a Naomi Osaka en tercera ronda antes de claudicar ante la campeona Kenin en octavos de final, pese a ganar el primer set. Hay un cierto consenso en que Gauff es «the next big thing», pero yo, como siempre, prefiero ser cauto antes de ponerme a romper juguetes.
23. El torneo vio la retirada definitiva de Caroline Wozniacki y la parcial de Carla Suárez Navarro. La danesa deja el tenis después de un año de malestar indeterminado en el mismo torneo en el que consiguió su único grande en 2016. En una época en la que los deportistas alargan sus carreras hasta casi los cuarenta años, retirarse con veintinueve es casi una desgracia. La carrera de Wozniacki, precoz número uno del mundo, siempre pareció que no estaba a la altura de su talento. Como es habitual, la sobreexposición mediática no ayudó. En cuanto a la española, el adiós fue parcial porque afecta solo a Melbourne. Carla está en su última temporada como profesional y solo pudo pasar una ronda antes de caer ante la desconocida polaca Iga Swiatek. La esperamos en la tierra batida.
24. Los dobles siguen siendo cosa de veteranos: Joe Salisbury y Rajeev Ram ganaron el cuadro masculino, lo que convirtió al estadounidense en el jugador que más intentos ha necesitado para ganar esta especialidad en un Grand Slam, dejando la cifra en cincuenta y ocho. El femenino fue cosa de Timea Babos y la francesa Kristina Mladenovic. El mixto se lo llevaron la gran especialista checa Barbora Krejcikova haciendo pareja con la croata Nikola Mektic.
25. En cuanto a los juniors, la gran noticia fue la victoria de la andorrana Victoria Jimenez, tanto por lo exótico de su nacionalidad como por su edad: apenas catorce años. El cuadro masculino fue a manos del francés Harold Mayot, que ya ha anunciado su voluntad de pasar cuanto antes a profesionales.
En definitiva, llega ahora la pausa habitual hasta los torneos de primavera de Estados Unidos y la posterior gira de tierra. Dentro de cuatro meses, cuando acabe Roland Garros, nos volvemos a leer. ¿Habrá dejado para entonces Juan Martín del Potro (1988) de ser el jugador más joven con un grande en su palmarés? Es un reto interesante.