En las últimas rondas del torneo, la organización colocó a Rod Laver en primera fila para vigilar de cerca a Novak Djokovic. Aquello recordaba a cuando Michael Corleone llevó desde la mismísima Sicilia al hermano de Frank Pentangelli para asegurarse de que cambiaba la declaración delante del tribunal. Cada vez que Djokovic sufría ante Berrettini o ante Zverev o ante el propio Daniil Medvedev en la final —y no fueron pocas ocasiones—, la realización lanzaba un plano de Rod Laver atento, en ocasiones sonriente, incluso satisfecho.
Laver es el único tenista masculino capaz de ganar los cuatro grandes en un mismo año dentro de la era Open. Lo logró en 1969. Antes lo había logrado en 1963, cuando aún regía la norma que impedía participar en estos torneos a los jugadores profesionales. En medio, lo logró, precisamente, en el circuito profesional, aunque esos triunfos logrados durante cinco años voraces no aparezcan en ningún lado. Desde la hazaña de Laver, solo Djokovic se había acercado, cuando ganó los cuatro torneos de forma consecutiva, pero cabalgando entre el final del año 2015 y el comienzo del año 2016.
Una victoria del serbio en el US Open no solo habría desempatado con Nadal y Federer en cualquier debate por el mejor de esta generación, sino que le hubiera colocado en esa cima absoluta que, desde hace cinco décadas, ocupa el ya anciano Rod Laver. No pudo ser. Djokovic fue pasando rondas a base de orgullo y remontadas y, en la final, se vino abajo ante un rival sencillamente superior: el ruso Daniil Medvedev, finalista ya en Nueva York en 2019 y en Australia este mismo año. Medvedev, que heredará el número uno del mundo salvo que se dedique a los yates y el póker, algo muy ruso —y, si no, que le pregunten a Yevgeni Kafelnikov— fue el merecido ganador del torneo y el encargado de arruinar los planes de un Djokovic nervioso y tenso como pocas veces le hemos visto.
Fue la guinda a un US Open magnífico, lleno de historias que contar y que se podría definir como «el Grand Slam de la revolución pendiente». Vamos con alguna de ellas:
1. Había cierto miedo a que los «dictadores» murieran «en la cama». Federer, Nadal y Djokovic han dominado el circuito con puño de acero durante las últimas diecinueve temporadas, que se dice pronto. Hasta este US Open, se habían apuntado sesenta de los últimos setenta y dos torneos del Grand Slam. Con Federer al borde de la retirada y Nadal afectado por una nueva lesión con muy mala pinta, la defensa del Palacio de Invierno quedaba al cargo del irredento serbio a sus treinta y cuatro años. Para legitimar el cambio de guardia, era necesario vencer al número uno en la pista, no como sucedió el año pasado, cuando Dominic Thiem se aprovechó de una descalificación de Nole en cuartos de final. En ese sentido, Medvedev se convierte en el primer nacido en los noventa que gana un grande… y que, además, se lo gana a un grande. Círculo cerrado.
2. Hay algo bonito en la manía del US Open de no dejarse dominar ni en tiempos de dominio absoluto. Djokovic ha ganado Australia nueve veces, las mismas que Federer ha ganado Wimbledon, cuatro menos de las que Nadal se ha impuesto en Roland Garros. Sin embargo, ninguno de los tres ha conseguido más de cinco triunfos en Nueva York. Es el torneo más imprevisible, con diferencia: si decíamos antes que solo doce de los últimos setenta y dos grandes se les habían escapado al «Big 3» —ya son trece de setenta y tres—, es llamativo que, de esas trece derrotas, siete se hayan producido en el US Open. Desde que Roger Federer iniciara la «dictadura» ganando Wimbledon en 2003, hemos visto triunfos en Nueva York de Andy Roddick, Juan Martín del Potro, Andy Murray, Marin Cilic, Stan Wawrinka, Dominic Thiem y, ahora, Daniil Medvedev. Solo Murray ha repetido después victoria en Grand Slam.
3. Si concretamos más en la figura de Djokovic, nos encontramos con que el serbio ha disputado veintidós finales de Grand Slam fuera de Estados Unidos con un balance de 17-5. En Nueva York, sin embargo, su registro es de 3-6. Es curioso que el torneo que más le cuesta con diferencia sea el torneo en el que se dio a conocer al más alto nivel en 2007, cuando llegó a la final ante Federer después de varios días montando el numerito de las imitaciones. También es el torneo en el que más apoyo del público tiene, quizá por ese recuerdo de sus tiempos del «Djoker» cuando era un postadolescente. De aquel graciosete queda poco, la verdad. Djokovic pasa de la tranquilidad zen a destrozar raquetas sin solución de continuidad y en cuanto algo se le complica. Lo demostró en los Juegos Olímpicos y volvió a pasar en la final del US Open.
4. Por supuesto, todo el mérito hay que atribuírselo a Daniil Medvedev. Vale que su camino hasta las semifinales fue un paseo, pero a partir de ahí no cedió ni un solo set: 3-0 al prometedor Felix Auger-Aliassime y 3-0 al campeonísimo Novak Djokovic. El ruso, número dos del mundo y campeón en Canadá, probablemente sea en la actualidad el mejor jugador del mundo y por fin lo demostró sin titubeos. Con un saque imposible de leer por la velocidad de su rutina —recuerda a Andy Roddick— y un revés tan bueno que parece que jugara con dos derechas, al ruso no le temblaron las piernas en ningún momento. Era mejor, lo sabía, lo demostró. Punto. Los abucheos del público en su último servicio apenas le afectaron. Está acostumbrado desde que en 2019 la tomaran con él por jugar lesionado… y quizá exagerarlo un pelín.
5. Pero, ¿quién no exagera? ¿Quién no utiliza alguna artimaña legal? ¿Por qué tendrían que dejar de hacerlo en cualquier caso? Si el reglamento me permite tomarme ocho minutos para ir al baño y los necesito, ¿por qué habría de tomarme siete? Si el contrario no puede soportarlo, se ha equivocado de deporte. Lejos quedan los tiempos en los que Connors, Nastase, McEnroe, Lendl, Becker o Courier te sacaban el corazón en la cancha y se lo comían en tus narices. Vivimos en tiempos demasiado educados en el tenis y eso provoca demasiados ofendidos. El que pagó el pato esta vez fue Stefanos Tsitsipas, criticadísimo por Andy Murray en primera ronda y por Adrian Mannarino en segunda. Tal vez porque ambos perdieron. Cuando Carlos Alcaraz le ganó en tercera ronda en condiciones similares, nadie dijo nada.
6. Volvamos al juego: el destinado a romper la racha de Djokovic parecía Alexander Zverev. Campeón olímpico y ganador en Cincinnati, el alemán despachó a todos sus rivales de camino a unas semifinales que se le escaparon en el quinto set. Es cierto que Sasha es un par de años más joven que Medvedev tanto en el carné como en su explosión tenística, pero tiene que empezar a creérselo. Entró a la citada quinta manga con la energía de haber ganado la cuarta… y se vino abajo con un doble break que ya hizo imposible la remontada. Cabecita loca. En cuanto a talento, para mí no hay duda: es el mejor de todos. Pero con talento solo no se gana.
7. Interesantísima la evolución de Felix Auger-Aliassime después de una primavera horrible. El canadiense contrató a Toni Nadal para mejorar su rendimiento en tierra batida y tan mal fue la cosa que acabó saltándose Roland Garros y centrándose en la temporada de hierba. Excelente decisión. Desde entonces, el chico parece otro. Todo el mundo le veía como número uno y llevaba un año y medio estancado entre el quince y el veinte. Ahora ya sí que parece listo para dar el siguiente paso y eso siempre es excitante cuando se trata de un chico de veintiún años recién cumplidos.
8. Ahora bien, ya nadie cuenta con que el gran dominador de la próxima década sea Aliassime. Todo el mundo apunta de repente a Carlos Alcaraz, lo que parece un poco precipitado. La irrupción del murciano tenía algo de esperado —llevamos mucho tiempo oyendo maravillas de él— y algo de sorprendente —cargarse en cinco sets al número tres del mundo no es poca cosa—. Alcaraz se convirtió en el cuartofinalista del US Open más joven desde 1963 y lo hizo con su habitual juego sin concesiones. Alcaraz no negocia. Alcaraz se juega la vida en cada golpe y que sea lo que dios quiera. Tiene una derecha maravillosa y apenas la lifta. El revés a dos manos es tan violento que recuerda al del chileno Marcelo Ríos. No se le puede pedir nada más. No, de momento. En el futuro, tendrá que leer mejor determinadas situaciones y bajar de revoluciones algunos puntos cuando sea preciso. Lo hará. Aquí hay tenista para mucho tiempo.
9. Del resto del tenis masculino español, apenas se supo, la verdad. Sin Nadal en liza por su lesión en el pie, ni Bautista ni Carreño ni Davidovich estuvieron a la altura de las circunstancias, con derrotas demasiado tempranas. Ahora bien, todo eso es el presente y ya sabemos que pinta mal. El futuro, más allá de Alcaraz, nos dio una enorme alegría con el triunfo de Dani Rincón en el torneo junior. Rincón, formado en la academia de Rafa y Toni Nadal, se convirtió así en el primer español tras Javier Sánchez-Vicario (1986) en imponerse en esta categoría. Ante sí, el reto de dar el paso a profesionales sin precipitaciones y con las mayores garantías posibles. Jaume Munar y, definitivamente, Nicola Kuhn, se están quedando en el camino. Solo Davidovich —campeón junior en Wimbledon 2017— parece haberse abierto camino en la élite.
10. Vamos con las grandes sorpresas, que hubo unas cuantas: lo de Alcaraz fue inesperado, pero, ¿qué decimos entonces de Botic van de Zandschulp? ¿Quién demonios era Botic van de Zandschulp antes de este torneo? ¿Alguien le conocía? A punto de cumplir los veintiséis años y en el número 117 de la clasificación ATP, Botic —llamémosle así— se planta en la qualy de Nueva York, gana sus tres partidos de rigor y, después, se carga a Casper Ruud, a Diego Schwartzmann y le arrebata un set en cuartos de final a Medvedev, el único que perdió el ruso en sus siete partidos. Esa sí que no la vimos venir ninguno.
11. Tampoco era fácil de ver la de Jenson Brooksby, pero al menos el chico tiene veinte años y es de la casa. Llegó al torneo con una wild-card de la USTA y se plantó en octavos de final, donde le ganó 6-1 el primer set a Novak Djokovic. Ahí queda eso. Luego se vino abajo, pero es razonable. También hay que aplaudir el torneo de Lloyd Harris, que llegó a cuartos de final desde el número 46 del ranking, y el del italiano Jannick Sinner, que se plantó en octavos a sus veinte años. En general, mucha juventud… aunque nada comparado con lo que veremos luego en el cuadro femenino.
12. ¿Decepciones? Bueno, yo esperaba mucho más de Karen Khachanov, plata en los pasados Juegos Olímpicos y que parecía atravesar por un excelente estado de forma. No pasó de primera ronda, como Álex de Miñaur, que empieza a tener un problema importante de estancamiento. En segunda, quedaron Casper Ruud, el gran dominador de la tierra batida este verano, y Hubert Hurkacz, semifinalista en Wimbledon. Por supuesto, el torneo de Stefanos Tsitsipas fue muy mejorable, sobre todo después de hacer final en Cincinnati, pero más me preocupa lo de Denis Shapovalov, incapaz de pasar de tercera ronda. Se cumplen ya cuatro años de su victoria sorpresa ante Rafa Nadal en Canadá y todos esperábamos más de él. Su toma de decisiones en los momentos clave —dobles faltas, pelotas a la red…— sigue siendo desastrosa.
13. En fin, vamos ya con el cuadro femenino porque vaya locura lo del cuadro femenino. Incluso en un circuito tan imprevisible como el de la WTA, en mi vida habría imaginado una historia como la de Emma Raducanu. En el primer grande que jugaba en su vida —tiene dieciocho años—, Raducanu llegó a octavos de final de Wimbledon, los tabloides empezaron a hablar de ella en exceso y a la chica le entró tal ataque de ansiedad que se tuvo que retirar entre mareos y visión borrosa. Ni dos meses después, es la nueva campeona del US Open. Desde el número 150 del ranking y consiguiendo algo que nadie, jamás, había conseguido: llevarse un grande viniendo de las fases de clasificación.
14. Raducanu tuvo que jugar diez partidos en poco más de dos semanas. No solo ganó los diez sino que no perdió ni un set. Ni uno. Arrasó a todas sus rivales con contundencia, incluyendo a Leylah Fernandez en la final, una canadiense de diecinueve años que también estaba fuera del top 70. El torneo de Leylah fue descomunal. No solo es que se plantara en la final, que ya digo que en WTA no es tan raro, sino que lo hizo cargándose por el camino a Osaka, a Kerber, a Svitolina y a la número dos del mundo, Aryna Sabalenka. Sufrió ante todas, pero a todas las ganó. En la final, coqueteó con la remontada, pero Raducanu era mucha Raducanu y no cedió.
15. También hubo una cierta polémica con los parones en la final femenina. Una polémica algo artificial, pero bueno. Sacando la británica para ganar el partido con 5-3 en el segundo set, Fernandez consiguió doble bola de break. Lo hizo ganando un punto formidable que obligó a Raducanu a doblar, literalmente, la rodilla. Tanto, que se hizo sangre y tuvo que ser atendida por las asistencias, tomándose dos o tres minutos que quizá la ayudaron a calmarse y acabar el partido pocos minutos después. A Fernandez le sentó mal, pero, ¿qué se supone que tenía que hacer Raducanu? Estaba sangrando y el reglamento lo deja claro: si alguien sangra, hay que cortar la hemorragia. A veces, las cosas se sacan demasiado de quicio.
16. ¿Estaremos ante una rivalidad de años o será esta una nueva excepción en un circuito plagado de excepciones? Desde que Serena Williams ganara su último grande, en Australia 2017, hemos tenido trece ganadoras distintas en dieciocho torneos. Solo han repetido Naomi Osaka (tres veces), Ashleigh Barty y Simona Halep. ¿Ha llegado ya el momento de la estabilidad? Imposible saberlo, pero empieza a hacer falta algo de cordura: sumando los cuatro grandes de 2021, no solo tenemos cuatro ganadoras distintas y ocho finalistas diferentes, sino que solo dos tenistas han repetido semifinales. Catorce semifinalistas distintas de dieciséis posibles. Un dato elocuente.
17. Esas dos tenistas son la griega Maria Sakkari, que consolida el excelente momento del tenis griego, y la bielorrusa Aryna Sabalenka, clara candidata a convertirse en número uno del mundo sin ganar un solo Slam, algo que ya hemos visto antes demasiadas veces, desde los viejos tiempos de Dinara Safina o Jelena Jankovic pasando por los más recientes de Karolina Pliskova. Con todo, Sabalenka está aún a una distancia considerable de Ashleigh Barty, que solo pudo llegar a tercera ronda, cayendo ante la estadounidense Shelby Rogers.
18. ¿Qué fue de las españolas? Bueno, Muguruza llegó a octavos de final, donde parece que está su límite ahora mismo. Yo no me rindo con Garbiñe porque tiene tenis para juntar dos semanas buenas y ya hemos dicho que la igualdad en WTA es casi total. No está tan lejos su última final de Grand Slam, cuando parecía favorita en Australia 2020 ante Sofía Kenin. Lo que es obvio es que pasan los años y no llega su tercer grande. También es obvio, y no nos cansamos de repetirlo, que haber ganado dos ya es de un mérito descomunal.
19. Sara Sorribes fue la cara amable del resto de españolas, con una sonora victoria ante Karolina Muchova. Ahora bien, en tercera ronda tuvo que hacer frente al huracán Raducanu y solo consiguió rascarle un juego. La sorpresa negativa fue Paula Badosa, a la que, quizá, la temporada se le esté empezando a hacer larga y demasiado inestable. Cayó en segunda ronda ante la semidesconocida Varvara Gravchova. Veremos qué pasa con ella el año que viene si encuentra un entrenador o entrenadora que la lleve al siguiente nivel. Su juego lo merece.
20. Mención especial merece Carla Suárez-Navarro, que se despidió del tenis profesional con una derrota en primera ronda ante la estadounidense Danielle Collins. Su sueño era volver a las pistas tras recuperarse del linfoma que le detectaron el año pasado y despedirse entre el cariño de los aficionados. Lo ha conseguido. Excelente carrera y excelente recuerdo el que deja en el circuito. Puede que se anime a un último baile en la Copa Federación, pero eso ya sería todo.
21. Ni Venus ni Serena Williams pudieron participar en esta edición por diversas lesiones. Fue la segunda vez que esto pasaba desde 1996 y la primera desde 2003, es decir, desde hace dieciocho años. Cada torneo que pasa, parece más claro que Serena no batirá el récord de Slams ganados por Margaret Court-Smith (veinticuatro) y es una pena. No porque nos caiga especialmente bien Serena sino porque Court-Smith nos cae muy mal y sería bonito ver cómo su nombre cae de la lista de honor.
22. Vamos a ir acabando con el resto de campeones: ya hemos dicho que Daniel Rincón se impuso en el junior masculino al chino Shang Juncheng. El cuadro femenino fue para la estadounidense Robin Montgomery, que derrotó a Kristina Dmitruk. Siempre que me toca repasar estas categorías, pienso en el taiwanés Tseng Chung-Hsin, ahora conocido como Jason Tseng. En 2018, el chico se impuso en Roland Garros y en Wimbledon, además de hacer final en Australia, donde perdió con el hoy pujante Sebastian Korda. Tenía diecisiete años. Ya con veintiuno, el taiwanés no ha conseguido hacerse un sitio entre los profesionales, donde su mejor ranking data de febrero del año pasado (272º del mundo).
23. El palmarés de dobles se llenó de clásicos de esta especialidad. Ante la súbita baja forma de los croatas Mektic y Pavic, dominadores hasta hace nada del circuito, el título fue para el estadounidense Rajeev Ram y el británico Joe Salisbury. Es su segundo grande, tras el Open de Australia del año pasado. Ram, además, ha ganado otros dos títulos en dobles mixtos junto a Barbora Krejcikova. Los finalistas fueron otros dos clásicos porque la verdad es que la revolución en el mundo del dobles aún sigue pendiente: Bruno Soares y Jamie Murray, el hermano de Andy.
24. En el cuadro femenino, las vencedoras fueron Samantha Stosur y Shuai Zhang. La australiana, campeona individual de este torneo en 2011, ha conseguido ampliar su carrera en esta nueva disciplina, sumando su cuarto grande a los treinta y siete años, el segundo junto a Zhang tras el Open de Australia de 2019. La especialidad de mixtos fue para la americana Desirae Krawczyk y, de nuevo, el británico Joe Salisbury, que consigue así un bonito doblete.
25. Lo dejamos aquí, que no es poco. Queda aún la temporada europea en pista cubierta, donde veremos si Medvedev asalta el número uno de Djokovic o no. De hecho, está por ver si el serbio vuelve a competir este año o si se toma un respiro, que no le vendrá mal. También puede optar por un término medio, descansar un mes largo y volver para el doblete París-ATP Finals. Veremos. Nos volvemos a leer el año que viene, después del Open de Australia, donde la revolución ha de confirmarse. Lo contrario sería un inadmisible paso atrás… pero Djokovic es mucho Djokovic en Melbourne.